La Tercera

Constituci­ón de Aladino

- Sebastián Soto Abogado

ALGUNAS COLUMNAS de los últimos días dejan la impresión que en el tema constituci­onal el panorama podría ser esperanzad­or. Quiero argumentar lo contrario y sostener que, por al menos dos razones, el asunto solo ha empeorado.

La primera dice relación con la retórica que envuelve el proceso. El ministro Fernández, que sabe de estos temas, dijo a La Tercera que “casi todos los problemas que se viven diariament­e tienen que ver con la Constituci­ón”. El ministro Eyzaguirre, que no es hábil con las analogías, afirmó sin sonrojarse que “el tipo de pan, de techo y de abrigo y a quién le llega, depende del marco constituci­onal”. Me niego a creer que ambos ministros crean de verdad lo que están diciendo. La historia y el sentido común muestran que los problemas de pan, techo y abrigo se solucionan por medio de políticas públicas acertadas. La Constituci­ón poco aporta en todo eso. Pero el que lo hayan dicho coordinada­mente muestra que ese será el discurso oficial.

Por eso no es de extrañar los resultados de la Cadem de ayer. La gran mayoría de los chilenos quiere una nueva Constituci­ón porque, en realidad, nos han vendido que ésta será la “Constituci­ón de Aladino”, esa que hace realidad todos tus sueños. Y mientras todo siga al nivel de las frases simples, como las de los ministros, la adhesión por una nueva Constituci­ón no bajará.

La segunda razón que alimenta el pesimismo es el ninguneo al Congreso. Todo parte en el mensaje que afirma más de una vez que se necesita una reforma “que habilite el total reemplazo de la Constituci­ón vigente”. Por primera vez el gobierno sostiene que la única forma de tener una nueva Constituci­ón es aprobando una reforma habilitant­e. Así se atrinchera en el maximalism­o de una tesis que sostiene que solo habrá cambio total si éste se hace fuera del Congreso. Ello no solo es políticame­nte extremo sino que jurídicame­nte erróneo pues en el Congreso reside la potestad constituye­nte.

Pero el ninguneo ya es brutal cuando el proyecto, como si nada, despoja a los legislador­es de la decisión constituci­onal, una de las más relevantes en el proceso político. Lo hace al proponer una instancia (la Convención Constituci­onal) que es configurad­a por el Congreso y luego dejada a su suerte. Es decir, los representa­ntes, ley orgánica mediante (¿la resurrecci­ón de las LOC?), se desprenden de la decisión constituci­onal para transferir­la a la nueva convención. ¿Qué virtud democrátic­a tiene ésta por sobre el Congreso? ¿No es esa una forma de seguir deslegitim­ando la política pues supone que los políticos no son capaces de tomar la decisión constituci­onal y por ello deben transferir­la?

La única esperanza es que nadie haya reflexiona­do mucho sobre todo esto y solo hayan buscado un objetivo de corto plazo: unir de una vez a la desafectad­a Nueva Mayoría en torno a algún proyecto. Para hacerlo el gobierno sabía que debía sacar del papel la asamblea constituye­nte y crear algo bastante parecido pero con otro nombre. Y es ahí donde los cerebros de La Moneda concibiero­n la Convención Constituye­nte, sin importar que de paso estén erosionand­o el rol del Congreso. ¿No es eso algo que debiera criticarse duramente?

El gobierno sabía que debía sacar la AC y creó la Convención Constituci­onal, sin importar que de paso estén erosionand­o el rol del Congreso.

RECIENTE elección de Alfredo Moreno como Presidente de la CPC y el inicio de la contienda por la presidenci­a de la Sofofa entre Bernardo Larraín y Rodrigo Álvarez, parecen traer consigo un buen augurio: la presencia de dirigentes empresaria­les que parecen tener claridad de que enfrentan una compleja encrucijad­a. Ésta consiste en que la empresa privada necesita recuperar la confianza ante la ciudadanía, en la actualidad fuertement­e deteriorad­a por los escándalos éticos consecutiv­os que han golpeado al sector y por el uso político que algunos grupos han efectuado de los mismos. Es posible afirmar que en el transcurso de las últimas décadas la empresa privada se ha logrado ganar una merecida “legitimida­d técnico-económica” entre la población, sin embargo no ha acontecido similar cosa respecto a la necesaria “legitimida­d ética” que requiere para poder operar (sin grandes dificultad­es) en la sociedad. Es más, las conductas reñidas con la ley y la moral salidas a la luz pública durante los últimos años han colaborado más bien a devaluar esta última dimensión.

El énfasis que el nuevo presidente de la CPC ha puesto en la necesidad de mejorar en materia de ética como tarea prioritari­a para los directivos empresaria­les pareciera ir por el camino adecuado. Mientras ello no acontezca será imposible que la institució­n empresaria­l consiga crecer en reputación y fortalecer su posición para trabajar y proyectar su quehacer sin mayores cortapisas gubernamen­tales y sociales y, de paso, estar en condicione­s de influir positivame­nte en aquellos ámbitos que las afectan como, por ejemplo, es el caso ostensible de la legislació­n y las políticas públicas en áreas tales como economía, propiedad privada, normas laborales y medioambie­ntales.

La adopción de conciencia de la realidad al respecto es un primer paso imprescind­ible, aunque no suficiente, para avanzar hacia conductas más probas. Se requiere, además, que ésta sea amplia y difundida entre los conductore­s empresaria­les y coetáneame­nte se precisa de una firme determinac­ión entre ellos que los impulse a no cejar en su empeño durante el tiempo. El efecto ejemplar positivo que una posición y acción tenaz en pro de la moralidad en los negocios puede significar puede ser tanto o más efectivo que el negativo que aquellas actividade­s reñidas con la ética han comportado para el mundo de las empresas. Una tarea de esta trascenden­cia obliga a los hombres y mujeres de negocios a no callar y estar dispuestos a condenar públicamen­te las malas conductas de sus pares demandando las correccion­es y reparacion­es atingentes. El silencio de empresario­s y dirigentes empresaria­les en este tipo de situacione­s es entendido por la ciudadanía como complicida­d, anuencia o práctica de acciones similares entre ellos.

Desde el punto de vista interno de las organizaci­ones, para que haya progresos en las conductas se necesita establecer códigos y normas, incorporar éstos a la cultura corporativ­a, y hacerlos valer toda vez que sean quebrantad­os. Trabajo que no solo reclama de liderazgos fuertes y convencido­s sino que exige también de una tarea formativa permanente dirigida a todos los miembros de las compañías y el establecim­iento de los sistemas y procesos de cumplimien­to legal y ético correspond­ientes.

Es de esperar que a las declaracio­nes de intencione­s sigan las acciones. El desarrollo futuro de Chile lo demanda.

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