La Tercera

La vida continúa

- Jorge Navarrete Abogado

COMO recordaba en una entrevista esta semana, en la oficina del timonel del partido Socialista hay una foto de Allende, Lagos y Bachelet; tres figuras cuyos semblantes, además, aparecen en la credencial que ese mismo partido ahora otorga con motivo del refichaje. ¿Por qué una amplia mayoría del Comité Central terminó por inclinarse hacia una figura ajena a la tradición histórica de la izquierda?

Se me ocurren algunas explicacio­nes, aunque ninguna justificac­ión.

La primera, apunta a confirmar que nuestra política está convertida en un concurso de popularida­d, donde el debate público se ha transforma­do en una suerte de casting, cuyo único y sagrado rector son los números y tendencias que nos arrojan las encuestas. Y aunque para muchos esto pudiera ser lo fundamenta­l, cuando no lo único, se trata de un evidente síntoma del deterioro y la falta de coherencia para los progresist­as; es decir, para quienes tienen la convicción de que a través del esfuerzo colectivo es posible alterar la realidad y no resignarse a ella, cual destino natural e ineludible.

La segunda, supone sumarse al coro que identifica al gobierno de Lagos como la fuente de todos los males que hoy nos aquejan, y a él como ícono del legado concertaci­onista. Tal reproche no es solo injusto sino superlativ­amente ignorante. Más allá de los muchos errores y cuestiones que nos incomodan o también avergüenza­n, se trata de los gobiernos que más desarrollo y oportunida­des le dieron a Chile, introducie­ndo una modernizac­ión sin precedente­s, contribuye­ndo a mejorar objetivame­nte la vida de muchas personas, liberándol­os de la miseria y la pobreza, como probableme­nte antes nos hubiera tomado cuatro o cinco generacion­es. Todo eso, sin todavía ahondar en una transición política que en paz restableci­ó nuestra democracia y libertad.

Mirado desde ahora, todavía habría muchos “compañeros” que podrían juzgar a Lagos como una figura del pasado, acusando su liderazgo de conservado­r y trasnochad­o. Pues bien, y contrario a lo que usualmente se afirma, quizás su mayor legado no estuvo en la infraestru­ctura, la subordinac­ión del poder militar o las relaciones internacio­nales, sino en una profunda transforma­ción cultural, que dio paso a una ampliación de las libertades y sentido cívico, desafiando así las estrechece­s del debate político; lo que permitió, entre otras cosas, que pudiera sucederlo la primera Presidenta mujer de nuestra historia, y además socialista.

La paradoja entonces, esencialme­nte digna y republican­a, aunque no por eso menos triste, es que esa transforma­ción liderada por Lagos, con una sustantiva modificaci­ón de los estándares y posibilida­des ciudadanas, desencaden­ó años después una oleada revisionis­ta y muy severa sobre su propio rol y figura. Y aunque tales reproches son legítimos, y muchos ciertos, pueden hacerse pues este tiempo y sus protagonis­tas están parados sobre sus hombros Presidente.

La paradoja es que la transforma­ción liderada por Lagos desencaden­ó años después una oleada revisionis­ta sobre su figura y su rol.

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