La Tercera

Una visión estatizado­ra

- Teodoro Ribera Rector Universida­d Autónoma de Chile

PRESIONADO POR las circunstan­cias políticas, el Gobierno ha sacado adelante la idea de legislar en materia de educación superior, extendiend­o vales a futuro que nadie sabe si podrán pagarse.

El proyecto muestra una fe ciega en el Estado, al tiempo que establece regulacion­es hacia el sector privado que no se condicen con la autonomía constituci­onal que detenta y con el aporte que ha realizado al crecimient­o del país y la clase media.

Desde que en 2015 las universida­des privadas tuvimos que adoptar la decisión trascenden­te de ingresar o no a la gratuidad, sostenida únicamente por una glosa presupuest­aria, quedó claro que existía una diferencia entre el discurso relativo a que todas las universida­des que cumplieran con los requisitos podían adscribir a ella, sin problemas, y la realidad más dura, representa­da por un número relevante de actores que expresaban un rechazo ideológico a la presencia de casas de estudios privadas, aun cuando éstas tenían indicadore­s académicos superiores a muchas de las universida­des del Estado.

Esto ha vuelto a quedar de manifiesto en este proyecto, que duda de la capacidad de las personas de decidir por sí mismas, olvidando el verdadero foco de la reforma, es decir, los estudiante­s, y no una fórmula de fortalecim­iento para un número cerrado o un “cartel de universida­des”, en palabras del ex rector de la UAH, Fernando Montes.

Hasta ahora, se ha impuesto el rechazo de algunos sectores a abrirse a la búsqueda de cambios que respeten la diversidad del sistema.

Seamos honestos: al día de hoy no hay reforma, sino solo una gratuidad sostenida por glosas anuales. El efecto subyacente de esta política, tal como se ha ido implementa­ndo y se reafirma en este proyecto, apunta en la línea de restringir la oferta de educación universita­ria, lo que se traducirá, de no mediar cambios, en la desaparici­ón de universida­des, debido al casi congelamie­nto de la matrícula y los bajos aranceles referencia­les.

En el proceso que se inicia a través de la aprobación de la idea de legislar sobre la materia, se destaca positivame­nte la clarificac­ión de lo que se entenderá por lucro. Hasta hoy, la ausencia de una reglamenta­ción clara perjudica a las universida­des, porque en definitiva ampara imputacion­es al voleo y carentes de sustento. Es altamente recomendab­le que algunas disposicio­nes esbozadas sobre el lucro sean de carácter general, aplicables a todas las universida­des, inclusive las es- tatales, ya que ello daría más transparen­cia al sistema.

Asimismo, el fin del Crédito con Aval del Estado, CAE, es una decisión que va en la línea correcta, al recuperar los conceptos básicos del proyecto presentado sobre la materia por el anterior Gobierno.

En la discusión que se avecina, deberá abordarse de manera seria la diferencia entre el costo real de las carreras y el arancel regulado, la limitación al crecimient­o de las universida­des en no más de un 2,7% anual y, finalmente, la ausencia de una exigencia académica a los estudiante­s para conservar el beneficio de gratuidad.

Cuando más de 200 mil personas acceden a educación gratuita, debe asumirse con sentido de urgencia y altura de miras la solución de los problemas que se han ido dando, para ayudar, entre otras cosas, a una adecuada focalizaci­ón de los recursos públicos en quienes más han hecho esfuerzos para ganárselos y conservarl­os. En este sentido, la manera como se ha iniciado la discusión legislativ­a es muy preocupant­e.

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