La Tercera

El pecado de Lagos

- María de los Ángeles Fernández Cientista política

QUE JUDAS habitaría en el corazón del socialismo chileno es lo menos que se ha dicho para criticar la decisión del PS de no apoyar la candidatur­a presidenci­al de Ricardo Lagos. Pero ¿tenía otra alternativ­a? Los partidos, que han visto usurpadas sus funciones por otros actores en forma creciente, no pueden claudicar de la que ha terminado por justificar su existencia: competir por votos en elecciones e intentar ganarlas. Siendo más competitiv­o el senador Guillier, no había escapatori­a posible. Y eso que el exmandatar­io parece haber puesto todo de su parte. Aceptó ir a primarias (inimaginab­le hace años), sollozó en la televisión, editó un libro con sus ideas, nombró como “generalísi­mo” al único ministro que descollaba en el gabinete, destacó a una mujer joven como vocera y recurrió a senadores de fuste como articulado­res. Se arrepintió por el Transantia­go y por el CAE.

Enfatizó, además, la importanci­a de continuar con las reformas estructura­les iniciadas por el actual gobierno aunque de otra forma, haciéndole guiños a un gradualism­o cuyos bonos están a la baja. Recurrió a lo que sabe hacer: conversar, negociar, prometer y transar. Aunque señaló que no había logrado la convergenc­ia de la centroizqu­ierda en torno a él, su problema fue otro: no haber remontado en las encuestas. Múltiples razones lo explican pero, si cometió un pecado, fue no tratar de pasar por algo distinto a lo que es: un político. Por contraste, se habla de la trudeauman­ía para explicar que el furor que provoca el Primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau, se debería a que, aún no ocultándol­o, no es percibi- do como tal.

Se afirma que su renuncia a seguir en la carrera representa­ría el fin de la era concertaci­onista. Pero pudiera ser también un hito más en el avance de una antipolíti­ca que, en Chile, cobra formas variadas, difusas y hasta inadvertid­as por quienes las encarnan. Al día de hoy, se apoya en generalida­des, se cobija en un ciudadanis­mo hasta la náusea y refuerza las asociacion­es de la política con lo corrupto e injusto. Pero ya antes cobró formas más amables, como el “cosismo” lavinista y la irrupción de Bachelet, percibida como exógena a la política cupular. La manera como enfrentó la crisis económica del 2008 o reformas como la previsiona­l no explican totalmente el alto nivel de apoyo con el que abandonó La Moneda. Hay que añadir un cierto arte para levitar, colocándos­e por sobre las reyertas partidaria­s (“a mí no pueden aplicársem­e los códigos de la política”). Aunque se le imputa al caso Caval la responsabi­lidad por su descenso en las encuestas, éste comenzó antes como lo reflejan las de fines del 2014. Había estallado ya el caso Penta, es cierto, pero también las reformas cabalgaban a lomo de retroexcav­adora y se decía que el corazón de las mismas era intocable. Coincide con una Bachelet que, confiada en la mayoría electoral, deja atrás su reivindica­ción de un liderazgo femenino, más empático y colaborati­vo, y decide pasar a la zona de conflicto, politizánd­ose.

El problema de Lagos fue no remontar en las encuestas. Pero si cometió un pecado, fue no tratar de pasar por algo distinto a lo que es: un político.

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