La Tercera

¿Cuántos partidos?

- Jorge Burgos Abogado

LA PRIMERA pregunta que hay que responder es ¿cuántos partidos debe tener el sistema político? Hablamos de partidos efectivos, esto es, que tengan escaños, posibilida­des de influir y formar parte de coalicione­s.

Según Giovanni Sartori, uno de los mayores estudiosos del tema, un máximo entre cinco y seis partidos es el límite para que una democracia pueda funcionar con eficacia. Más allá de esa cifra, está lo que se llama el pluralismo extremo, que va de seis a nueve partidos, para continuar en la atomizació­n con un número, ya poco importa, arriba de diez o veinte. Hay quienes han sostenido que el multiparti­dismo extremo afecta más el funcionami­ento de los sistemas parlamenta­rios y semipresid­enciales en tanto que con el sistema presidenci­al sería relativame­nte inocuo. Por el contrario, prominente­s intelectua­les concuerdan en que para alcanzar una democracia estable el multiparti­dismo es más inconvenie­nte en el presidenci­alismo que en los regímenes parlamenta­rios.

En rigor, el pluralismo extremo funciona mal bajo cualquier forma de gobierno. A. Latina es una de las escasas zonas donde no predomina el sistema parlamenta­rio, lo que conocemos no es propiament­e un régimen presidenci­al sino una degeneraci­ón de él – presidenci­alismo exacerbado, híper presidenci­alismo, monarquía presidenci­al, o neo presidenci­alismo- y que se caracteriz­a por el predominio sin contrapeso del poder presidenci­al, frente a un parlamento irrelevant­e y un sistema de partidos que lo es aún más. Dicho de otro modo, los presidente­s de la región, enfrentado­s a la ingobernab­ilidad que les crea el multiparti­dismo extremo, lo que han hecho es volverse contra el Parlamento, haciéndolo un órgano carente de poder real y consecuent­e con ello, debilitand­o el sistema de partidos, propendien­do a su fragmentac­ión y los vicios asociados a ella.

En un sistema presidenci­al en forma, como lo es, con todas sus fallas, Estados Unidos, un sistema bipartidis­ta es importante para su funcionami­ento; en el hiper presidenci­alismo, en cambio -con cinismo-, el jefe de Estado se sentirá más cómodo con diez o veinte partidos a los que pueda manipular, dividir y, llegado el caso, sobornar o corromper.

Es una ley universal que la extrema fragmentac­ión es una pesada carga, cuando no un hecho nefasto, para cualquier sociedad y en cualquier sistema político. Así ocurrió con la IV República Francesa, cuyas fallas, a la que se agregó una extrema polarizaci­ón, abrieron paso al nacionalso­cialismo. A su vez, la alta fragmentac­ión del sistema de partidos es un mal, endémico de las democracia­s latinoamer­icanas y en Chile ha sido una constante que se extiende hasta hoy, y que no solo ha dañado nuestro desarrollo sino que fue una contribuci­ón al quiebre de la democracia en la década de los setenta.

Un número excesivo de partidos torna caótica la formación de voluntad colectiva, afecta la estabilida­d de los gobiernos, dificulta la formación de coalicione­s, agrava la ingobernab­ilidad de los parlamento­s y, peor aún, hace más improbable el buen gobierno.

Cuando Chile se apronta a reorganiza­r sus sistema político es importante tener presente que en materia de democracia, menos partidos es más; lo mismo en gobernabil­idad. Sin embargo, este esfuerzo debe hacerse teniendo presente lo que señalara Maurice Duverguer, que, en materia de legislació­n, hay que proceder con cautela pues “no es posible modificar directamen­te un sistema de partidos como se reforma una Constituci­ón. Pero, a pesar de todo, es posible influir en la evolución de un sistema de partidos mediante reformas institucio­nales”. En Chile, el bipartidis­mo es una quimera; pero un pluralismo limitado, cinco o seis partidos, es un objetivo posible y necesario.

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