¿Cuántos partidos?
LA PRIMERA pregunta que hay que responder es ¿cuántos partidos debe tener el sistema político? Hablamos de partidos efectivos, esto es, que tengan escaños, posibilidades de influir y formar parte de coaliciones.
Según Giovanni Sartori, uno de los mayores estudiosos del tema, un máximo entre cinco y seis partidos es el límite para que una democracia pueda funcionar con eficacia. Más allá de esa cifra, está lo que se llama el pluralismo extremo, que va de seis a nueve partidos, para continuar en la atomización con un número, ya poco importa, arriba de diez o veinte. Hay quienes han sostenido que el multipartidismo extremo afecta más el funcionamiento de los sistemas parlamentarios y semipresidenciales en tanto que con el sistema presidencial sería relativamente inocuo. Por el contrario, prominentes intelectuales concuerdan en que para alcanzar una democracia estable el multipartidismo es más inconveniente en el presidencialismo que en los regímenes parlamentarios.
En rigor, el pluralismo extremo funciona mal bajo cualquier forma de gobierno. A. Latina es una de las escasas zonas donde no predomina el sistema parlamentario, lo que conocemos no es propiamente un régimen presidencial sino una degeneración de él – presidencialismo exacerbado, híper presidencialismo, monarquía presidencial, o neo presidencialismo- y que se caracteriza por el predominio sin contrapeso del poder presidencial, frente a un parlamento irrelevante y un sistema de partidos que lo es aún más. Dicho de otro modo, los presidentes de la región, enfrentados a la ingobernabilidad que les crea el multipartidismo extremo, lo que han hecho es volverse contra el Parlamento, haciéndolo un órgano carente de poder real y consecuente con ello, debilitando el sistema de partidos, propendiendo a su fragmentación y los vicios asociados a ella.
En un sistema presidencial en forma, como lo es, con todas sus fallas, Estados Unidos, un sistema bipartidista es importante para su funcionamiento; en el hiper presidencialismo, en cambio -con cinismo-, el jefe de Estado se sentirá más cómodo con diez o veinte partidos a los que pueda manipular, dividir y, llegado el caso, sobornar o corromper.
Es una ley universal que la extrema fragmentación es una pesada carga, cuando no un hecho nefasto, para cualquier sociedad y en cualquier sistema político. Así ocurrió con la IV República Francesa, cuyas fallas, a la que se agregó una extrema polarización, abrieron paso al nacionalsocialismo. A su vez, la alta fragmentación del sistema de partidos es un mal, endémico de las democracias latinoamericanas y en Chile ha sido una constante que se extiende hasta hoy, y que no solo ha dañado nuestro desarrollo sino que fue una contribución al quiebre de la democracia en la década de los setenta.
Un número excesivo de partidos torna caótica la formación de voluntad colectiva, afecta la estabilidad de los gobiernos, dificulta la formación de coaliciones, agrava la ingobernabilidad de los parlamentos y, peor aún, hace más improbable el buen gobierno.
Cuando Chile se apronta a reorganizar sus sistema político es importante tener presente que en materia de democracia, menos partidos es más; lo mismo en gobernabilidad. Sin embargo, este esfuerzo debe hacerse teniendo presente lo que señalara Maurice Duverguer, que, en materia de legislación, hay que proceder con cautela pues “no es posible modificar directamente un sistema de partidos como se reforma una Constitución. Pero, a pesar de todo, es posible influir en la evolución de un sistema de partidos mediante reformas institucionales”. En Chile, el bipartidismo es una quimera; pero un pluralismo limitado, cinco o seis partidos, es un objetivo posible y necesario.