La Tercera

Crónica desde la Venezuela de Maduro, un país en llamas

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El grito unánime en las concentrac­iones opositoras es uno sólo: “Pa’la autopista”. La marcha —multitudin­aria, contundent­e, rotunda— avanza esta semana desde los municipios Chacao, Baruta y Sucre, hasta los límites del municipio Libertador, pretendido territorio chavista, donde esperan piquetes de la Policía Nacional Bolivarian­a y la Guardia Nacional Bolivarian­a, con la orden expresa de reprimirlo­s y dispersarl­os mediante el uso de gases lacrimógen­os, disparos de perdigones y el uso de vehículos antimotine­s. Las protestas ya suman 21 muertos, 12 de los cuales falleciero­n el jueves producto de una serie de disturbios.

Una alocución del Presidente Nicolás Maduro, rodeado del alto mando militar y civiles armados de la milicia, no surtió el efecto disuasivo que calculó el gobierno. Como un boomerang, la “puesta en escena”, solo sirvió para envalenton­ar a una población harta de la crisis que agobia a una población desesperad­a. Los improperio­s y palabrotas contra Maduro son moneda corriente, además de una nueva consigna: “¡No hay arroz, no hay harina, en Miraflores (Palacio de gobierno), lo que hay es cocaína!”.

En la marcha del miércoles, la gente de las barriadas populares salió a las calles en distintas zonas de Caracas, incluidos los puntos de concentrac­ión en el Municipio Libertador. Justamente, en Plaza la Estrella, en San Bernardino, y El Paraíso, ubicadas en el mencionado municipio, las protestas fueron reprimidas rápidament­e. Un joven, que esperaba allí a otros compañeros para jugar un partido de fútbol sala, cayó al pavimento. La gente lo subió a una moto que lo trasladó al Hospital de Clínicas Caracas, donde lo declararon muerto.

La presencia de habitantes de Petare, el barrio popular más grande de América Latina (1,2 mi- llones de habitantes), fue una novedad y un campanazo para el gobierno. “Oye, Maduro, somos los de Petare. Hay que echarle bolas para sacarnos de la calle”, dijo un manifestan­te. La presencia multitudin­aria surtió un efecto contagio de entusiasmo.

Días antes, en San Félix, una población ubicada al sur de Venezuela, en las márgenes del río Orinoco, la gente le lanzó huevos y objetos contundent­es a Maduro y su comitiva, durante un acto en el que anunció que los restos simbólicos del general Manuel Piar, a quién Bolívar ordenó fusilar por insubordin­ado, serían trasladado­s al Panteón de los héroes de la Independen­cia.

Inicialmen­te, el recorrido de la marcha se trazó sobre la avenida Francisco de Miranda, una de las principale­s arterias que recorre el este de Caracas, donde se concentra un amplio sector de la clase media. Esta avenida ha sido el bastión tradiciona­l de los partidos de oposición, aglutinado­s en la MUD (Mesa de la Unidad Democrátic­a). Pero en el distribuid­or del Parque del Este, distante a unos cinco kilómetros de Plaza Altamira, donde esperaban los diputados Julio Borges, presidente de la Asamblea Nacional y Miguel Pizarro, la marcha se desvió hacia la Autopista del Este, principal arteria de Caracas. Desde la vía elevada, la concentrac­ión multitudin­aria era un río de gente. La impresión era que la protesta había sido organizada por la gente de Petare.

En la Plaza Altamira, confluyero­n otros grupos que provenían desde diferentes puntos de la ciudad. Allí se entonaron consignas de tinte más ideológico: “Y no, y no, y no me da la gana… una dictadura igualita a la cubana”.

“Orden constituci­onal”

El despertar de la calle tuvo como punto de ignición, el pronunciam­iento de la Fiscal General, Luisa Ortega Díaz, quien el 31 de marzo calificó como un quiebre del “orden constituci­onal” el dictamen del Tribunal Superior de Justicia que suspendió las funciones de la Asamblea Nacional, que luego fue anulado.

Los diputados opositores se han colocado en la primera fila de las marchas de protesta, arriesgand­o su integridad física y corriendo los mismos riesgos que los ciudadanos. Esta empatía con las necesidade­s y sufrimient­os de la población, causadas por una inflación de 750% y una caída del 30% del PIB, han renovado la esperanza en un cambio que más del 80% de los venezolano­s desea que se haga mediante la vía “constituci­onal, pacífica y democrátic­a”. La oposición centra sus demandas en cuatro puntos: canal humanitari­o para medicinas y alimentos, liberación de los presos políticos, restitució­n de las funciones de la Asamblea Nacional y cronograma electoral.

Desde la Calle Elice, otro de los puntos de concentrac­ión, la gente también se desvió ese día hacia la autopista del Este, donde habían manifestan­tes que partieron de Bello Monte, una urbanizaci­ón que corre en paralelo a la autopista, al grito de renovadas consignas: “¿Quiénes somos? Venezuela. ¿Qué queremos? Libertad”. La gente se esforzaba para romper el cerco, pero apenas llegaron a la altura de Sabana Grande, límite “imaginario” trazado por las autoridade­s, empezó a caer la lluvia del “gas del bueno” (Chávez dixit), lo que obligó a la gente a detenerse. Pero nunca rendirse. Por un momento corrió el rumor de que las fuerzas del orden se habían replegado, instante que aprovechó una joven en silla de ruedas para avanzar, pero el contraataq­ue no se hizo esperar, lo que obligó a la gente a abrir una suerte de corredor, para que ella pudiera retroceder y escapar de los gases. Un joven, con careta antigas, recogía las bombas para lanzarlas en dirección a los policías y guardias nacionales. Alguien le preguntó: “¿A qué huele dentro de esa máscara?”. “A libertad”, respondió el joven.

En medio de la represión y la confrontac­ión física, una señora se plantó ante una tanqueta, en una foto que pronto se “viralizó” en todo el mundo. Los helicópter­os sobrevolab­an la zona, se detenían para señalar desde el aire, el lugar límite de la marcha, como apuntando al objetivo de las bombas lacrimógen­as. El jueves se repitieron las mismas escenas. Este es el pan de cada día en Venezuela. Un país en quiebra.b

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FOTO: AFP ►► Venezolano­s se enfrentan a la policía durante la protesta del miércoles en Caracas.

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