La Tercera

El mundo bajo la sombra de Ibsen

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HABÍAN sido 11 largos años sin poner un pie en su Noruega natal, pero ahí estaba otra vez, impresiona­do y a paso de turista. Eran los primeros días de junio 1886, y Henrik Ibsen (1828-1906) se reencontra­ba con su país tras autoexilia­rse primero en Italia, y luego en Alemania. A esas alturas, su fama internacio­nal como dramaturgo, así como la de sus ideas contrarias al luteranism­o y ambiente conservado­r, explicaban las razones de sus años lejos. Pero esta vez algo buscaba el autor, un último impulso quizá para dar forma a la que sería, con el correr del tiempo, una de sus obras más personales.

Ibsen estaba convencido de que su regreso no sería más que una visita fugaz. Para el 4 de agosto de ese año, ya instalado en la localidad de Molde, en la costa noruega, el llamado padre del drama realista moderno y autor de piezas claves para la dramaturgi­a universal, como Casa de muñecas (1879), Espectros (1881) y Un enemigo del pueblo (1882), puso punto final a otro texto suyo que será revalorado y leído a la par con su biografía. Pensó, primero, titularlo Caballos blancos, pero al volver a cruzar la frontera, un mes

después, había cambiado de parecer. Esta vez la firmó de puño y letra: La casa de Rosmer.

Ambientada en la misma y convulsion­ada época en que fue escrita, la historia arranca un año después del suicidio de Beata, esposa del protagonis­ta, Johanes Rosmer. “Un hombre de carácter fino y distinguid­o que ha adoptado ideas liberales y que ha sido abandonado por todos sus antiguos amigos y conocidos. Un viudo que había estado infelizmen­te casado con una mujer melancólic­a y con trastorno mental que al final se suicidó ahogándose”, anotó el autor, quien murió paralítico y postrado en su cama el 23 de mayo de 1906. Antes de convencers­e del texto, contó él mismo, fueron tres los borradores que escribió frente al mar.

“Lo que Ibsen encontró en su regreso a Noruega reafirmó las razones por las que se había exiliado”, señala Pablo Halpern (1960), el actor egresado de la UC que se hizo conocido como asesor político de las campañas presidenci­ales de Eduardo Frei y Michelle Bachelet. “No solo estaba en frente de una sociedad polarizada, sino además con bandos muy agresivos e irreconcil­iables producto del surgimient­o de los partidos políticos y del socialismo en Europa. Crítico de los fanatismos de derecha e izquierda, él se defrauda de las prácticas políticas de su país, de los medios de comunicaci­ón además, y escribe esta obra desde la más profunda decepción”, agrega.

Mientras se codeaba con el poder político del actual oficialism­o, Halpern se formó a la par como director en la compañía Arena Stage de Washington, EEUU, y el año pasado estrenó en el Mori una versión de Skylight, de David Hare, el primer montaje bajo su conducción. Este 4 de mayo, en tanto, en el Teatro del CA660, el ex asesor político volverá a hacerlo con una puesta en escena de este idilio político-amoroso escrito por Ibsen y fríamente estrenado en 1887, protagoniz­ada por Nicolás Pavez y Adriana Stuven junto a un elenco conformado por Hugo Medina, Tito Bustamante, Norma Norma Ortiz y Rodolfo Pulgar.

“Vi un montaje de La casa de Rosmer en Londres en 2007, y fue tal el impacto que me causó que me dije algún día la voy a dirigir”, recuerda. “Es considerad­a como la obra maestra de Ibsen, y no hay ningún tema central del mundo contemporá­neo que no aborde: la polarizaci­ón social y política, el poder de los medios de comunicaci­ón, el choque entre el conservadu­rismo e idealismo, la política en su dimensión más cruda, lo femenino y el poder, el peso de la tradición, la represión, etcétera. No sabría cuál de todos estos ejes podría parecernos ajeno, lo que la convierten en una obra que, a pesar de haber sido escrita en el siglo XIX, nos resulta más que familiar”.

Tras la muerte de Beata, Rosmer (Pavez) parece atraído por Rebecca (Stuven), amiga de su difunta esposa y quien hace algunos meses vive en la misma casa. Es cuando el patriarca decide apoyar al nuevo gobierno electo y cada una de sus reformas, pero un tercer personaje, Kroll (Bustamante), cuñado y amigo de Rosmer, se enfurece al notar que lo suyo no es más que una traición a sus raíces burguesas. “La muerte de Beata abre y cierra puertas para Rosmer. Se las abre porque está viudo y en teoría libre para volver a casarse. Pero a la vez se las cierra, porque como se aprecia en el desarrollo de la obra, no puede casarse con la mujer que ama por la responsabi­lidad que ella tuvo en la muerte de su mujer”, advierte el director.

En paralelo a la dimensión social del texto, que nos presenta la historia casi por completo al interior de la casa del protagonis­ta (“una visión descarnada acerca de las complejida­des de las relaciones matrimonia­les”, opina Halpern), están las cuerdas políticas: “No elijo las obras que dirigido racionalme­nte. Cuando las veo y leo deben tener una resonancia personal, y desde ese punto tengo una conexión mucho más estrecha con la sicología de los personajes que con lo político”, cuenta. “Esta es también una historia de amor entre dos personas que, conforme a la tradición de la familia de Rosmer, es una relación prohibida. Entonces surgen elementos como la culpa, la represión y el peso del pasado sobre este hombre viudo. Es algo que Ibsen hizo en general con sus obras, pero aquí entrecruza los dilemas políticos de su país con los sicológico­s, y ese es uno de los puntos más brillantes de la obra”.b

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FOTO: DANIEL CORVILLÓN ►► En el elenco del montaje están Hugo Medina, Tito Bustamante, Nicolás Pavez, Adriana Stuven, Norma Norma Ortiz y Rodolfo Pulgar.

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