Domingo en la ciudad
CIERTAMENTE la calidad de vida está estrechamente relacionada con el acceso a espacios públicos de calidad, a una densidad apropiada que justifique transporte público y servicios sin deteriorar la vida personal o familiar en hacinamiento, a la calidad del aire, al acceso a trabajo y educación, etc. Sin embargo, el descanso también es fundamental en la calidad de vida de la personas, especialmente en la ciudad, donde prácticamente hoy no existe diferencia entre el lunes, el miércoles y el domingo. Los tacos son los mismos, los comercios permanecen abiertos, la jornada laboral para muchos no termina, etc. Esta reflexión ocupó parte importante de lo que experimenté el 19 de abril, día del Censo. Ese miércoles fue, como se lo comenté a un amigo, “como los domingos antiguos”. Sin duda nos hace falta tener al menos un día a la semana donde todo esté cerrado y no exista más tarea que estar en la casa con la familia, amigos; o bien en un parque caminando o haciendo deporte. ¡La ciudad nos debe esa pausa vital!
Aunque con algo de nostalgia, pero por ello no con menos valor, miro hacia atrás con simpatía y gozo esos domingos, también llamados “fomingos”, cuando no había más que esperar el “glorioso” lunes escolar, o salir a aprovechar las últimas horas de distracción andando en bicicleta o jugando a la pelota. La convención social de ese momento, hace unos 20 años al menos, era que en domingo las cosas no funcionaban como era habitual en la semana. Era momento para hacer otras cosas o simplemente no hacer nada. Era momento para encontrarnos con nosotros mismos y con los demás. Era un momento sagrado luego de la “voEL rágine” de la semana. Hoy no hay tal. El restaurant abierto, el mall abierto, la ferretería abierta, el almacén de la esquina abierto (abre para poder subsistir frente al mall), la heladería abierta, etc. Todas actividades relacionadas con “consumir” y no con “ser y estar”.
En la misma línea de mi columna anterior, inspirada en una charla de un filósofo y en la polémica de los guetos verticales en Estación Central, considero que un gesto genuino y potente de volver a una ciudad a escala humana, como reflejo de una sociedad más humana, tiene que ver justamente con estos aspectos. Un domingo a la antigua es ciertamente mucho más benigno para las personas y para la familia, antes que la vida siga igual, sin parar, sin pausa, sin bajar las cortinas. “La ciudad que nunca duerme” es una frase que suena bien como marketeo para Nueva York, pero ciertamente no es lo mejor para la calidad de vida de las personas. Un domingo realmente feriado es volver a la escala humana.
Más que alardes populistas de agregar feriados para las distintas audiencias, propongo formalmente que al menos un domingo al mes sea realmente día feriado irrenunciable donde “todo cierre”. Para los preocupados del desarrollo, les aseguro que la productividad de ese día lunes siguiente será muy superior. Ese domingo, la ciudad llenará los parques y avenidas con actos tan simples como caminar, contemplar, conversar, ejercitar, dormitar… simplemente ser y estar. ¡No necesitamos más que eso para un domingo en la ciudad!
Nos hace falta tener al menos un día a la semana donde esté todo cerrado. Ese día la ciudad llenará los parques con actos tan simples como caminar.