La Tercera

La ley del Rincón

- Álvaro Ortúzar Abogado

EL 23 DE ABRIL, el señor diputado Ricardo Rincón González concedió una entrevista a este diario en que dijo sentirse “tratado como un animal”. Días antes, el Tribunal Supremo del Partido Demócrata Cristiano resolvió amonestarl­o “por el incumplimi­ento de asistencia obligatori­a a terapia psicológic­a individual”.

La terapia fue ordenada por un tribunal civil en una decisión pronunciad­a el año 2003 –hace 14 años- a raíz de una denuncia por violencia intrafamil­iar en su contra. La decisión fue confirmada por la Corte de Apelacione­s. En tanto, también se presentó una denuncia por lesiones, que fue sobreseída temporalme­nte por falta de pruebas.

El Tribunal Supremo DC condenó todo tipo de violencia contra la mujer. Por otro lado, estimó que no podía pronunciar­se sobre los hechos ya juzgados, y decidió reprochar, con una amonestaci­ón, la pertinaz y pública oposición del parlamenta­rio a cumplir con la condena civil. En lenguaje simple, constató que el diputado no respeta la Constituci­ón.

La sentencia no reparó en la trascenden­cia nacional del tema que estaba resolviend­o, como sí lo hizo, en cambio, la prevención de Raimundo González y Luciano Fouillioux. Ellos, con certero criterio jurídico, advierten que el denunciado, además de militante DC, es también abogado y diputado, y que desde esa doble condición se ha colocado en una gravísima actitud de rebeldía contra una sentencia ejecutoria­da, quebrantan­do el orden jurídico e incumplien­do el principio constituci­onal de igualdad ante la ley.

Todo ello, por la sencilla razón de no estar de acuerdo con lo resuelto por el tribunal. En el extremo, debemos añadir, el propio diputado ha expresado que la sentencia no le fija plazo para cumplir lo deLAS

diario desde su posición estelar en un reino ultraconse­rvador, la cadena Fox. En el ámbito de lo reducido, de lo cercano, conozco personas que hoy por hoy estarían dispuestas a sacrificar un dedo del pie si tal mutilación les hubiese asegurado que la caída de O’Reilly iba a ocurrir antes de las elecciones presidenci­ales de noviembre pasado: en su calidad de brutal fustigador de los demócratas, de conspirado­r insigne, de líder de un rebaño odioso, O’Reilly aportó mucho, quizá más que nadie, para que Donald Trump resultase electo presidente.

Ver The O’Reilly Factor, el programa que se transmitió de lunes a viernes por 20 años en horario prime, era una experienci­a intensa y, en varios sentidos, repulsiva. Bill O’Reilly encarna en su católica persona vicios y defectos que la mayoría de la gente tiende a rechazar: racista, violento, intrigante, falsario, inmiserico­rde, fundamenta­lista, arrogante, homofóbico, atrabiliar­io, moralista, soberbio, vengativo, incendiari­o. Otro rasgo de su carácter, difícil de encapsular en una sola palabra, deja ver cierta debilidad por favorecer al poderoso y castigar al necesitado. No obstante, fueron precisamen­te cidido y que nadie ha denunciado el desacato (ni él tampoco ha alegado la prescripci­ón). En esta tierra de nadie, la ejecución de la sentencia terminó por quedar a criterio del condenado, quien, asumimos que en la ignorancia de sus pares, llegó a integrar ni más ni menos que la Comisión de Familia de la Cámara de Diputados.

Se comprender­á entonces que la situación, ahora revelada en sus matices, haya sido percibida por muchas personas, militantes o no de la DC, al menos como una desfachate­z. De ahí cierta ira en su contra, que volvió a encenderse el 23 de abril pasado con la entrevista al diputado, quien insistió que no se sometería a la terapia ordenada, reiterando los mismos argumentos ya rechazados y manifestán­dose ofendido al señalar que “han tratado de presentarm­e como un animal”.

Frente a tal sentimient­o, uno no puede menos que pensar en el brutal desprecio que el parlamenta­rio ha mantenido por años contra la institucio­nalidad que ha jurado respetar, abjurando no solo de las reglas del derecho que estudió, sino, más grave aún, de los deberes inherentes a su encargo ciudadano. La señal es gravísima: el primer llamado a respetar y fortalecer la institucio­nalidad, la desafía abiertamen­te.

Así, bajo el pretexto de defender su nombre, el honorable diputado ha causado un daño mayor a nuestro ya frágil sistema político. Es hora que se someta al imperio de la Constituci­ón. O se le recordará, a propósito de su propio lamento, como una araña de rincón. Sea así o no, lo bueno es que la ley llega a todos los rincones.

Bajo el pretexto de defender su nombre, el diputado Rincón ha causado un daño mayor al sistema político. Se debe someter al imperio de la Constituci­ón.

esas taras las que convirtier­on a O’Reilly en uno de los periodista­s más poderosos del mundo, en vocero, pastor y modelo de una grey anónima e infame que, con el correr del tiempo y bajo el incesante adoctrinam­iento del maestro, llegó a sentar a uno de los suyos en la Casa Blanca. Es obvio que la expulsión vergonzant­e que sufrió de parte de Fox News –después de todo, el conductor era el rey de la televisión por cable estadounid­ense, su programa el más visto del país y sus seguidores se contaban por decenas de millones– no significar­á el fin de Bill O’Reilly. El tipo se va a reinventar en un dos por tres y le lloverán ofertas de trabajo (tampoco es que ande necesitado: Fox le pagó 25 millones de dólares por rescindir su contrato). Y esto viene a ser bastante normal: un país polarizado exige la presencia y la superviven­cia de adalides furibundos que caldeen el ambiente hasta el punto de la saturación ideológica. Lo raro, lo verdaderam­ente insólito del episodio es la ingenuidad de aquellos estadounid­enses que juran que la caída de O’Reilly constituye un signo de que los tiempos están tornando hacia a la moderación.

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