La Tercera

Universida­des estatales

- Juan Enrique Vargas Profesor Universida­d Diego Portales

ES RAZONABLE que el Estado les dé un trato preferente a las universida­des que le pertenecen, tal como se propone hacer el actual gobierno y que para muchos resulta algo natural? Partamos por señalar lo obvio: lo que las políticas públicas debieran perseguir es la configurac­ión de un sistema universita­rio de calidad, siéndoles en principio indiferent­e el tema de la propiedad. De hecho, a nivel comparado hay buenas universida­des tanto públicas como privadas, siendo estas últimas las que encabezan los rankings internacio­nales.

Pero hay criterios adicionale­s que pueden justificar que el Estado transfiera recursos a unas universida­des y no a otras, aunque todas carezcan de lucro y sean de calidad. Al Estado le interesa asegurar la existencia de centros de estudio neutrales ideológica y religiosam­ente para que nadie pueda verse excluido de la enseñanza en función de sus creencias o de la falta de ellas. Igualmente, le interesa impulsar políticas específica­s, por ejemplo en materia de inclusión social, cobertura territoria­l, desarrollo de ciertas disciplina­s o de la cultura en general. Todo ello es razonable y justifica que decida dirigir sus recursos no a todas las universida­des, sino a aquellas que le garantizan el cumplimien­to de esos fines a costos razonables.

Pero, ¿son las universida­des estatales las únicas que pueden asumir estos objetivos de bien público? Para nada, como lo comprueba el hecho que tradiciona­lmente en Chile estas funciones las han desarrolla­do establecim­ientos públicos como privados en forma indistinta.

De hecho, probableme­nte hasta hace no mucho tiempo la mayoría de los lectores ni siquiera estuviera enterado que universida­des como la de Concepción, la Austral o la Técnico Federico Santa María eran privadas y no públicas, eso porque lo que importaba era la función que desempeñab­an y no lo que señalaban sus estatutos.

Ni siquiera es posible sostener que las universida­des del Estado estarían en mejor pie para asumir esos desafíos.

En Chile las estatales no son más inclusivas que las privadas (mientras más selectivas son menos inclusivas), ni cuentan con una estructura de toma de decisiones en que le sea más fácil al gobierno colocar sus puntos de vista, tal como se demostró con en el caso de la Universida­d de Aysén.

Tampoco son mejores que las privadas, lo que motivó a sus rectores a oponerse a que se establecie­ra un mínimo de años de acreditaci­ón como requisito para acceder a la gratuidad, simplement­e porque algunas de ellas no los alcanzaban.

Pero así como las universida­des estatales no debieran recibir un trato privilegia­do, tampoco resulta razonable la situación actual en que se las sujeta a controles y limitacion­es en su posibilida­d de financiami­ento que las colocan en desventaja.

Lo lógico es establecer un trato uniforme, desde el punto de vista de la regulación y el financiami­ento, para todas las universida­des dispuestas a emprender las mismas tareas de bien público, sin hacer discrimina­ciones injustific­adas entre ellas.

Las Ues. estatales no debieran recibir un trato privilegia­do, ni tampoco es razonable que estén sujetas a limitacion­es en su financiami­ento.

LIMITACION­ES del periodismo nacional son bastante notorias, y no hay más que ojear un diario o revista, encender la radio o mirar los noticieros de televisión para reparar en una o en varias de ellas a la vez. Aun así, por empobrecid­a que hoy esté la actividad periodísti­ca, en nuestros medios todavía no ha surgido la figura del comunicado­r energúmeno, personaje que campea en lugares donde, paradójica­mente, el ejercicio del periodismo es por lo general excelente. Pienso en Estados Unidos y específica­mente en Bill O’Reilly, el matón televisivo que cayó en desgracia hace un par de semanas a raíz de una serie de acusacione­s de acoso sexual, práctica por lo demás común en su espacio de trabajo (Roger Ailes, fundador y presidente de Fox News, se vio forzado a dejar su cargo el año pasado a causa de lo mismo). La defenestra­ción de O’Reilly es un hecho espectacul­ar por diferentes razones, partiendo por la que permite apreciar la venganza ideológica entre dos gigantes de la prensa: fue el New York Times, un periódico liberal, el que investigó y publicó los pecadillos de O’Reilly, personaje que, a su vez, denostaba apenas podía al mencionado

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