La NM debe dejar de describirse como de “centroizquierda”; el PS, por ejemplo, debe anclarse decididamente en la izquierda, lo que significa asumir sin ambigüedades un proyeco de superación del neoliberalismo.
HAY UNA dimensión positiva en el hecho de que la Democracia Cristiana haya decidido llevar su candidato presidencial hasta la primera vuelta. La separación de la candidatura de la Democracia Cristiana y la de la Nueva Mayoría permitirá hacer explícito el proyecto que cada una de ellas ofrece al país. En vez de documentos redactados con ese lenguaje característicamente evasivo y ambiguo de los acuerdos políticos, o de compromisos que son fácilmente desahuciados diciendo que no fueron leídos y que no representaban lo que alguien “genuinamente” quería, ahora tenemos la oportunidad de que cada uno explicite lo que ofrece al país. Ahora sabremos si la plataforma presidencial del candidato de la DC será una plataforma transformadora o una defensa del statu quo neoliberal; y si el contenido programático de la candidatura de Alejandro Guillier asumirá o no el desafío de profundizar la ruta transformadora iniciada por este gobierno, corrigiendo lo que deba ser corregido.
Lo primero es importante porque saber si la Democracia Cristiana se entiende a sí misma como defensora del modelo neoliberal es determinante para decidir si tiene sentido la convergencia de la “centroizquierda” de la que la transición se preciaba. Porque si el precio de esa convergencia es renunciar a la transformación antineoliberal, entonces no es convergencia, es rendición.
En cuanto a lo segundo, las señales iniciales que ha dado la candidatura de Alejandro Guillier son poco auspiciosas: su recientemente nombrado jefe programático no ha hecho mención a la idea de derechos sociales, ni a la de nueva Constitución, ni a la necesidad de un nuevo modelo de desarrollo. Respecto de la gratuidad de la educación superior, ha enfatizado la trivialidad de que ella depende de los recursos disponibles antes que reiterar el sentido político del “cambio de paradigma”. En general, parece seguir incurriendo en la marca de la Concertación, que siempre entendió que su interlocutor político era la derecha económica, no la ciudadanía; y por eso le importaba más ser aplaudida en las reuniones de CasaPiedra o del CEP que responder a las demandas ciudadanas, esas que todavía hoy algunos ridiculizan describiéndolas como “la calle”. Es de esperar que estas primeras declaraciones reflejen más la psicología de Osvaldo Rosales que las decisiones políticas que ha tomado la candidatura de la Nueva Mayoría.
¿Cuál es, en definitiva, la posición ideológica que ésta debe tomar en el momento actual?
Debe dejar de describirse como de “centroizquierda”: el Partido Socialista, por ejemplo, debe anclarse clara y decididamente en la izquierda, lo que significa asumir sin ambigüedades un proyecto de superación del neoliberalismo. Ese proyecto tiene tres dimensiones: una nueva política, es decir, una nueva Constitución surgida de una asamblea constituyente; un nuevo trato social, construido sobre el reconocimiento de que la vida de los chilenos tiene una dimensión en la que todos contamos por ser ciudadanos, no solo en atención a nuestras diferenciadas capacidades de consumo; y un nuevo modelo de desarrollo económico, que nos permita superar un modelo de explotación depredatorio de recursos naturales.
Por cierto, ese proyecto transformador requiere de una mayoría política y social que lo haga viable. Asumirlo como el proyecto político que define hoy a la izquierda en general y al Partido Socialista en particular implica construir puentes hacia todos quienes estén dispuestos a sumarse a él, se trate de partidos políticos tradicionales o partidos o grupos emergentes.
Pero esos puentes podrán ser construidos no sobre la promesa de mantener el control del aparato burocrático del Estado, sino de realizar un proyecto político que responde a la demanda transformadora que surge de la ciudadanía.