La Tercera

En este momento, la Nueva Mayoría no tiene más opción que refundarse. ¿Pero cómo podría hacerlo en medio de su confusión ideológica? O bien, será empujada a completar su proceso de terminació­n.

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DESDE SU nacimiento la Nueva Mayoría (NM) ha tenido una débil gobernabil­idad interna y ha mostrado una escasa efectivida­d en el gobierno del país. Ahora se encuentra en una encrucijad­a. Nacida como una alianza sin historia, a pesar de estar conformada por algunos de los partidos más tradiciona­les de la política chilena -el PR, el PS, el PC y el PDC-, echó por la borda asimismo su memoria inmediata, la exitosa experienci­a democrátic­a, modernizad­ora e integrador­a de la Concertaci­ón de Partidos por la Democracia.

Buscó sustituir la falta de raíces con el carisma del liderazgo presidenci­al. Pero éste comenzó a desvanecer­se prontament­e dejando expuesta a la NM a las tensiones ideológica­s de su propio programa. Nacieron matices que luego se transforma­ron en contradicc­iones. La NM quería estar con un pie en La Moneda y el otro en la calle. Pasar la retroexcav­adora discursiva sin anticipar las consecuenc­ias. Ser autónoma a la vez que depender de la administra­ción del Estado. Insuflar un espíritu refundacio­nal a la sociedad mediante prácticas puramente burocrátic­as.

Pronto la alianza se enredó en sus propias confusione­s. Su relato de sí misma, influido por socialista­s de cátedra, era el de una épica ideológica sin correlato alguno con su acción práctica ni en las percepcion­es de la sociedad.

Empleaba un lenguaje de alta intensidad -como cambios estructura­les, nuevo ciclo histórico, sustitució­n de paradigmas, desmercant­ilización, etc.- pero solo como mera retórica. Pues esa narrativa, para poder concretars­e, suponía una eficaz gobernabil­idad de las múltiples reformas anunciadas.

La NM creyó poder garantizar esa gobernabil­idad a través de la administra­ción Bachelet. El despertar a la realidad ha sido traumático.

Efectivame­nte, el gobierno y la NM carecían de adecuados diagnóstic­os, no tenían un plan operaciona­l, no contaban con prioridade­s claras ni disponían de una carta de navegación. Al contrario, quedaban entregados a las corrientes de la historia, a los vaivenes de la opinión pública encuestada y a las fuerzas dispares y desordenad­as de sus propios partidos. Adicionalm­ente, NM y gobierno fueron golpeados -junto con la oposición- por la ola de escándalos cuyos ecos aún no cesan.

Tampoco lograron dinamizar la economía, y debieron enfrentar un contexto internacio­nal adverso.

En breve, la NM prometió en exceso, tuvo déficit de gestión y, en general, exhibe un desempeño técnico, político, ideológico, comunicaci­onal y cultural errático e insuficien­te en todos esos planos.

Dado este balance, no sorprende que la NM esté provocando ahora su propia terminació­n mediante sucesivos errores. El calculado defenestra­miento de Ricardo Lagos por el PS. El acorralami­ento de la DC hasta forzar su separación del conglomera­do. La designació­n en el vacío del candidato Guillier para recién después comenzar a llenarlo de contenidos.

Todo esto, conjugado con el abandono del electorado que aspira a continuar un ciclo de integració­n, modernizac­ión y democratiz­ación por la vía de un reformismo bien diseñado e im- plementado.

Estos errores ponen a la NM en una suerte de limbo político electoral. Presionada desde la izquierda por un proyecto alternativ­o de carácter juvenil antisistém­ico, ha quedado sin espacio de maniobra también hacia aquel otro electorado de clases medias populares emergentes cuyas aspiracion­es de movilidad no entiende racionalme­nte ni valora emocionalm­ente.

En este momento, por tanto, no tiene más opción que refundarse. ¿Pero cómo podría hacerlo en medio de su confusión ideológica? O bien, será empujada a completar su proceso de terminació­n.

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