El Ibsen más político
LPor a casa de Rosmer, obra olvidada de Ibsen, era una de las favoritas de Freud. Hay tanta culpa y deseo reprimido en ella que incluso la utilizó para ilustrar su teoría psicoanalítica. Al personaje de Rebeca la identificó como un ser autodestructivo que al momento de cumplir su máximo deseo bloquea todo camino a la felicidad.
Dirigida por Pablo Halpern, este drama clásico es un monumento a la incapacidad de liberarse del pasado. El pastor Rosmer deja la religión y se recluye en su casa, donde es atendido por Rebecca en una relación que él quiere ver como una amistad pura e espiritual. Además de renunciar a su fe, Rosmer abandona sus viejas creencias políticas en busca de ideales más progresistas. Con resonancias en la contingencia política chilena, aquí todos los personajes -progresistas o conservadores- son corruptos y se turnan en los roles de villanos y chantajistas. Es esta ambigüedad lo que permite roles complejos y poliédricos.
Rebeca representa a la mujer libre y ansiosa de tomar lo que quiere o lo que necesita, pero nunca puede hacerlo perseguida por los demonios incestuosos.
En La casa de Rosmer resaltan las excepcionales actuaciones de Tito Bustamante y Rodolfo Pulgar. Como el conservador Kroll, Bustamante es hábil y oculta un alma tortuosa tras modales refinados. Destaca la naturalidad y verdad escénica de su personaje. Rodolfo Pulgar está genial y desternillante como el patético ex mentor de Rosmer. Su interpretación le otorga vitalidad, frescura y vehemencia a un texto escrito hace 131 años. Mario Soto también le entrega gran fuerza al sensacionalista editor de El Faro, el diario local que quiere enlodar al ex pastor con titulares escandalosos. “El Faro miente”, sentencia con ironía.
Los Rosmer, una antigua familia, son una institución moral y política. “Aquí los niños no lloran y cuando crecen nunca ríen”, recuerda la criada, una convincente NormaNorma Ortiz, testigo clave para darle emoción y peso al trágico desenlace.
Como director, Halpern acierta, especialmente en ese final, con una puesta en escena canónica que oscila entre la oscuridad y la luz, pero antes introduce efectistas sonidos de tambores para diferenciar actos o tramoyas vestidos de época. Quizás pudo aprovechar para esas transiciones recursos sonoros más sutiles como los referentes psicoanalíticos del texto, “el caballo blanco”, la seducción y la posesión de la muerte.
Un correcto Nicolás Pavez construye un Rosmer angustiado por el pasado, pero con fe y esperanza en el futuro. La Rebeca de Adriana Stuven es excesivamente teatral en algunos momentos y sus gesticulaciones pueden llegar a desconcertar al público. Sin duda, Rosmer y Rebeca deberían transmitir una atracción vibrante y una complicidad arrolladora. Los actores aun no proyectan ese ideal sobre el escenario, pero con seguridad lo harán en las siguientes funciones.
Periodista