Elecciones presidenciales en Francia
Emmanuel Macron tiene un desafío aún más complejo que derrotar al
populismo: ser capaz de concretar su ambicioso plan de reformas.
EL CONTUNDENTE triunfo del centrista Emmanuel Macron en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Francia, el domingo pasado, logró espantar el creciente fantasma del populismo que viene acechando a Europa. Ya había sucedido en Holanda donde el avance en los sondeos del ultranacionalista y xenófobo Geert Wilders había alimentado el temor de su eventual triunfo -que presagiaba el retiro de ese país de la Unión Europea- hasta que las urnas dijeron otra cosa. Y esta vez, si bien los sondeos adelantaban una clara ventaja del exministro de Economía de François Hollande sobre la líder del Frente Nacional, Marine Le Pen, la inquietud ante una posible sorpresa siguió rondando hasta último minuto en Europa. Pero el resultado fue claro a favor de Macron, quien logró un 65,6% frente al 34,3% de Le Pen, lejos del 40% al que aspiraba.
La victoria del candidato de ¡En Marcha! (EM) lo convertirá en el presidente más joven de la historia de Francia y en el primero que no proviene de los dos principales partidos tradicionales desde el inicio de la Quinta República en 1958. Un desenlace histórico considerando la escasa trayectoria política de Macron, cuyo partido tiene solo un año de vida. Si bien el candidato de EM supo encauzar el descontento hacia el establishment político de un amplio sector de la sociedad francesa, también se benefició de una serie de factores circunstanciales como el desplome del candidato de derecha –favorito para ganar hace solo cinco meses- a causa de una acusación de corrupción y la errada elección de su candidato por parte del Partido Socialista. Por ello, desde que asuma el poder el próximo domingo, Macron tendrá ante sí un doble desafío. El primero y más urgente será convencer a los franceses que votaron por él que el camino elegido fue el correcto y que pese a su escasa experiencia política está capacitado para gobernar. Y para ello necesita que los votantes le den un claro triunfo en las legislativas de junio próximo. Tradicionalmente, desde que se modificó el calendario electoral para que los comicios legislativos coincidieran el mismo año que las presidenciales, los franceses le han dado una mayoría parlamentaria al presidente electo. Sin embargo, el complejo sistema electoral francés y el hecho de que ¡En Marcha! sea un partido joven hace difícil prever el resultado. Un reciente sondeo mostró que solo un 39% de los electores estaba dispuesto a darle una mayoría en la Asamblea. Por ello, de no lograrlo, Macron deberá gobernar en cohabitación, con un primer ministro de otro signo político.
El segundo desafío del futuro presidente francés es más complejo y será llevar a cabo su ambicioso plan de reformas, el que adelanta una dura lucha con sectores sindicales y con más de un 40% de la población que optó por propuestas populistas y antisistema, tanto de izquierda como de extrema derecha, en primera vuelta. Macron ha anunciado una profunda reforma al sistema de pensiones –simplificando los más de 30 regímenes que hoy existen-, una reducción del número de funcionarios públicos, una flexibilización de la jornada laboral y una reforma al sistema educativo, entre otros temas. De lograrlo podría revertir el prolongado estancamiento económico de Francia. Pero para ello no solo requerirá del apoyo del Parlamento sino que deberá, además, poner a prueba todas sus habilidades políticas para gobernar un país profundamente dividido.