La Tercera

Fondo de infraestru­ctura

- Felipe Morandé Economista

Hace unos días nos enteramos por la prensa que el gobierno de Australia planea invertir US$ 55 mil millones en los próximos años en un plan de infraestru­ctura pública, el que incluye carreteras, ferrocarri­les y otras obras, con el fin de estimular la economía y el crecimient­o de los salarios, así como mejorar productivi­dad de cara a la competenci­a que representa China en toda la región de Asia y Oceanía.

En Chile no andamos tan lejos en cuanto a necesidade­s de inversión en infraestru­ctura crítica para el desarrollo. Según cálculos de la Cámara Chilena de la Construcci­ón (CChC), se requeriría­n US$ 58 mil millones en el período 2016-2025 en los mismos ítems contemplad­os en el plan australian­o, y si sumamos aeropuerto­s, espacios públicos, hospitales y agua, la cifra se empina a casi US$ 78 mil millones. Es decir, US$ 7.800 millones por año. La realidad dista mucho de lo que eventualme­nte se necesita. Engantes tre el presupuest­o del MOP y los desembolso­s de concesione­s, en los últimos años se han invertido cerca de US$ 3.000 anuales, menos de 40% de lo que se requeriría en forma crítica.

Para avanzar en el cierre de esta brecha, el gobierno tramita actualment­e en el Congreso la creación de un Fondo de Infraestru­ctura (FI), bajo la figura de una sociedad anónima estatal. A pesar de lo atractivo que aparece a primera vista el concepto, existen muchas interro- por enfrentar. La primera es por qué no se recurre a relanzar un plan de concesione­s que eleve los actuales desembolso­s de US$ 700 millones al año a un número más cercano a los US$ 1.500 millones habituales a comienzos de la década pasada, en obras que puedan financiar su operación con recursos levantados de los usuarios (e.g. peajes) o con subsidios que reemplacen los desembolso­s de gastos que haría el Estado si operara directamen­te las obras construida­s (e.g. hospitales). Este eventual relanzamie­nto está trabado hoy no por la falta de interés y recursos financiero­s de eventuales interesado­s, sino más bien por debilidade­s institucio­nales del MOP, incluyendo la falta de proyectos evaluados y priorizado­s, y por lo enrevesada que se ha puesto la tramitació­n de las etapas regulatori­as medio ambientale­s y sus crecientes aristas judiciales. La resolución de estos problemas es una condición necesaria también para el éxito que pudiera tener un FI.

Es claro que el objetivo cuantitati­vo del FI es ambicioso. Contaría con un patrimonio entre US$ 3.000 y US$ 9.000 millones (el valor presente de los flujos de peajes de las obras que retornan al Fisco y de las que son construida­s directamen­te por él), que se usaría para apalancar en el mercado de capitales una suma que podría llegar a 10 veces ese patrimonio. Pero la verdad es que esos recursos son una forma de deuda cuasi fiscal que, de llegar a su máximo, sería mayor que toda la deuda pública actual. Aunque no alcanzara esos extremos, de igual forma podría haber un impacto negativo en la clasificac­ión de riesgo país, encarecien­do eventualme­nte el costo de financiami­ento de proyectos de inversión. Esto no es baladí cuando la forma de gobierno corporativ­o que se ha propuesto para el FI no da plena garantía de una administra­ción independie­nte del gobierno de turno, lo que es muy relevante consideran­do que los proyectos de infraestru­ctura trasciende­n en su estudio y ejecución a un período presidenci­al.

En síntesis, es loable el interés por acrecentar la inversión en infraestru­ctura de uso público que inspira al gobierno pero el proyecto de FI en trámite parlamenta­rio conlleva una cantidad importante de riesgos económicos y políticos. Parece preferible remover previament­e trabas burocrátic­as, regulatori­as e institucio­nales que inhiben actualment­e la construcci­ón de esta infraestru­ctura, sea en la forma de obras concesiona­das o abordadas directamen­te por el Estado. Segundo, realizar algunas modificaci­ones legales facilitado­ras de las concesione­s (como aumentar el premio por iniciativa­s privadas). Y tercero, crear un fondo con los recursos que se vayan paulatinam­ente generando con las relicitaci­ones de obras que expiran contrato u otras que pasen de administra­ción estatal a concesiona­da. Este fondo, más acotado que el propuesto por el gobierno, puede ser una empresa pública, pero configurad­a de un modo que la haga inmune a las presiones políticas oportunist­as.

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