Más, mejores y activas
QUÉ DUDA cabe que las áreas verdes son esenciales como elemento estructurante de la ciudad, y factor clave en la calidad de vida de las personas. A medida que el país se desarrolla, la necesidad de estos espacios para el ocio, el deporte y el encuentro son cada vez más importantes. En el último tiempo, la preocupación por este bien público urbano ha generado que se estudie y analice el estado del arte en el país. Ya son varios los esfuerzos por generar medidas, indicadores, estándares y metas para hacer más equitativa y focalizada la inversión pública en áreas verdes. Sin embargo, es necesario no perder de vista que la lógica de medición de cobertura no soluciona el problema. Lo relevante es que esos espacios se usen, se mantengan y se diseñen acorde a las necesidades y funciona- lidad de las comunidades en las cuales están insertos.
En términos de política de áreas verdes, estamos en un estado similar al que teníamos con la naciente política de subsidios para la vivienda en los 70. Había poca información y el foco estaba en servir el déficit. Lo que fue central para avanzar en algún minuto, luego no fue suficiente y los datos empezaron a mostrar que muchos de los “con casa” estaban viviendo en condiciones de vulnerabilidad similares a los sin casa. El énfasis solo en cobertura estaba pasando la cuenta. Con esa lección, debemos mirar con detención que las políticas públicas no solo privilegien mejorar la cobertura, sin mirar la accesibilidad real de las personas a esos espacios, su usabilidad, funcionalidad y niveles de apropiación. El impacto de una buena política de áreas verdes debe medir el impacto real en la calidad de vida diaria, que no necesariamente tiene que ver con los metros cuadrados por habitante que muestran las estadísticas.
En un seminario organizado por el Centro de Políticas Públicas de la UC, se presentó un estudio construido con la colaboración de una mesa multisectorial, que arrojó propuestas para medir mejor la efectividad de la política de inversión pública en parques y plazas. Estos indicadores “compuestos”, no solo miden la oferta de metros cuadrados sino que permiten analizar la “accesibilidad” de áreas verdes y su mejor o peor distribución en el espacio. Es un avance interesante para “afinar la puntería”, como también lo son las mediciones de pobreza multidimensional que registra por primera vez la encuesta Casen. Dicho eso, lo urgente es definir quién “toma” el tema, lo lidera políticamente, destina recursos e implementa de forma de maximizar el impacto y no solo la cobertura. Un botón de muestra lo señalan los mismos investigadores de la UC. De 15 grandes parques en construcción en la Región Metropolitana, solo un 25% de las nuevas hectáreas verdes estaban localizadas en los lugares más necesitados.
La discusión y esfuerzo por mejores indicadores debe remecer los programas en curso y cuestionarlos en su efectividad. Si no ocurre, en vano se mide. ¿Qué pasaría si en vez de los 15 grandes parques que sumaban 380 hectáreas, se construyeran 1.000 plazas de 3.800 metros, mejor distribuidas en el espacio, más fáciles de gestionar y finalmente más usadas y apropiadas por las comunidades?
Las políticas de inversión pública en parques y plazas deben mirar no solo la cobertura sino también su accesibilidad.