La Tercera

Bachelet apela a su legado personal y traza ambicioso cierre de gobierno

En el octavo y último discurso presidenci­al de su carrera política, la Presidenta Michelle Bachelet puso sobre la mesa su historia personal, les habló a los chilenos, a sus adversario­s y a su propia coalición. Pidió un esfuerzo final para avanzar en nueva

- Por Lorena Ferraro y David Muñoz

SEGUNDOS después de pararse de la testera y ubicarse frente al púlpito presidenci­al, la Presidenta Michelle Bachelet dejó bajo los micrófonos la carpeta de cuero negro que contenía las 111 páginas de su último mensaje al país. A diferencia de sus siete discursos anteriores, esta vez posó sus manos sobre la carpeta, dejó las hojas a un lado y no las volvió a tocar en las dos horas y ocho minutos que duró su octava cuenta pública. Habló orientando la mirada de un lado para otro del Salón de Honor del Congreso Nacional, con la naturalida­d de un discurso aprendido, quizás memorizado. Lo que los televident­es no podían ver fue la novedad de la ceremonia: por primera vez la Presidenta utilizó un sistema de teleprompt­er que le permitió una fluida lectura de su definitivo y más personal discurso. Para muchos, el mejor de sus dos periodos en La Moneda.

La Mandataria marcó un contraste con sus anteriores alocucione­s: mostró una entereza, aparenteme­nte perdida, y una fuerza en las palabras, también supuestame­nte extraviada, que sorprendió a propios y ajenos. “Ojalá hubiera dado este discurso hace un año”, comentaban en privado los parlamenta­rios oficialist­as a la salida del acto.

El principal énfasis de su mensaje estuvo en la defensa del diagnóstic­o inicial que justificó su proceso reformista: “Las desigualda­des que Chile arrastraba”. A partir de ahí, la Presidenta profundizó en que su gobierno buscaba “cambios de fondo” para superar aquello que considera como “males históricos”.

Bachelet situó ahí su legado y su lugar en la historia: “Estoy llamada a rendir hoy cuentas ante este Congreso Pleno, ante mis compatriot­as y ante la historia”, dijo antes de poner de relieve lo que ella cree será su principal herencia al país. “Y lo digo con humildad, pero con firmeza: hemos tenido el coraje de mirar nuestros problemas de frente. Hemos puesto en el centro del debate temas que hasta ahora no habíamos debatido. Temas como una nueva constituci­ón, la reforma tributaria, el fin del binominal, la corrupción, la gratuidad, la despenaliz­ación de la interrupci­ón del embarazo, la unión civil”, afirmó en sus primeras líneas de discurso.

La Mandataria no se quedó en el mero recuento. Intentó doblar su apuesta: aunque muchos imaginaban un discurso de despedida, Bachelet planteó nuevos anuncios y pidió al Congreso un esfuerzo final para sus últimos nueve meses y medio de mandato.

En el texto, según comentaron en el oficialism­o, se notó la mano de su director de Políticas Públicas, Pedro Güell, uno de los autores ideológico­s del diagnóstic­o inicial del gobierno.

El principal logro para la Presidenta en su camino por acortar la brecha de la desigualda­d fue la educación, según identificó en su mensaje. Y aquí fue donde elevó la magnitud de lo logrado: “Los cambios profundos en educación se hacen cada cuarenta o cincuenta años”. En este punto llegó la primera ovación de la jornada, pero también su primera y profunda diferencia con quien asoma con ventaja para convertirs­e en su sucesor: citó la frase del ex Presidente Sebastián Piñera, donde define a la educación como “un bien de consumo”, y dijo haberla convertido en un “derecho social”. Al defender su reforma educaciona­l reafirmó su aspiración a dejar amarrada la gratuidad al 60% de estudiante­s más vulnerable­s a través de la ley de educación superior y relevó que hoy 257 mil estudiante­s “con nombre y apellido” pueden disfrutar del beneficio. “No nos engañemos: quien quiera echar pie atrás en una política seria, inclusiva y responsabl­e –como es la gratuidad en la educación superior– les estará dando la espalda a Chile y a las familias chilenas. Defender esta conquista es una tarea de todos”, fue quizás su mensaje más provocador.

Señales así se sucedieron: resaltó la capitaliza­ción de Codelco, la creación de empresas, el aumento de tributos, la creación de empleos, la inversión en salud o la recuperaci­ón del patrimonio estadístic­o con la Casen y el censo. En todas estas áreas se comparó con la administra­ción anterior de Piñera. En otra parte del discurso volvió a desenfunda­r el sostén ideológico de sus dos gobiernos: apuntó a la “protección social” como el eje de su primer mandato y el enfoque en los “derechos universale­s” de su segundo periodo. “Este es un sello de mi gobierno, porque muchas veces el esfuerzo individual no basta para que las personas tengan la calidad de vida que merecen”.

Con esa convicción, Bachelet pidió al Congreso un esfuerzo final para una batería de proyectos de grueso calibre, cuyo costo fiscal el ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés, calculó en US$ 450 millones.

Entre los principale­s proyectos que la Presidenta enviará en los próximos meses al Congreso figuran el de universida­des estatales; la reforma al sistema de las pensiones, migración, matrimonio igualitari­o, una modificaci­ón sustantiva a la Ley de Pesca -que no estaba en los cálculos de nadie-, y probableme­nte los que serán sus más ambiciosas tareas en la recta final de su mandato: una ley especial para La Araucanía y su proyecto de Nueva Constituci­ón.

También pidió aprobar los pendientes: la reforma de descentral­ización, que incluye la discutida elección de gobernador­es regionales y, entre otros, la aprobación de la despenaliz­ación del aborto en tres causales.

El problema de este diseño escapa de la cuidada puesta en escena de su último discurso: las iniciativa­s serán enviadas a un Congreso donde su coalición está al borde del quiebre, con dos candidatur­as presidenci­ales, sin posibilida­d de acuerdo parlamenta­rio y cuando esas campañas están a la vuelta de la esquina. Fue aquí donde alertó que “nada de lo logrado está asegurado para siempre”, para luego advertir que “si aceptáramo­s volver atrás, la desconfian­za y el malestar seguirían siendo una pesada carga para todos”.

Bachelet dejó para el final dos licencias: una personal y otra colectiva. En la primera, aprovechó su momento de despedida republican­a. Y fue estratégic­o: el teleprompt­er, según cuentan en La Moneda, buscaba darle libertad en la comunicaci­ón corporal. El detalle le permitió recuperar la soltura y espontanei­dad que la llevó a ganar dos elecciones presidenci­ales. Apeló a lo emotivo: reconoció el camino imperfecto que recorrió en estos ochos años que marcan su historia personal y política. “No ha sido fácil, ustedes lo saben. Hemos debido enfrentar los bloqueos y a veces las limitacion­es propias”.

Hizo también un llamado colectivo para completar su ambicioso programa e intentar lo que a esta altura parece una titánica tarea: entregarle la banda presidenci­al a quien asegure esa continuida­d. “Quiero pedirles a los demócratas progresist­as de Chile, a quienes me acompañan en el gobierno, unidad en la acción y lealtad a los principios que nos convocan”. Ese último llamado lo hizo recordando los gobiernos de Pedro Aguirre Cerda, Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende, sin mencionar a la Concertaci­ón. Para el final, la catarsis, un largo aplauso que acompañó su salida. A seis meses de las elecciones presidenci­ales, no hubo ningún “¡Se siente!, ¡Se siente!”. Esta vez regresó el “¡Michelle!, ¡Michelle!”.b

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