Bachelet apela a su legado personal y traza ambicioso cierre de gobierno
En el octavo y último discurso presidencial de su carrera política, la Presidenta Michelle Bachelet puso sobre la mesa su historia personal, les habló a los chilenos, a sus adversarios y a su propia coalición. Pidió un esfuerzo final para avanzar en nueva
SEGUNDOS después de pararse de la testera y ubicarse frente al púlpito presidencial, la Presidenta Michelle Bachelet dejó bajo los micrófonos la carpeta de cuero negro que contenía las 111 páginas de su último mensaje al país. A diferencia de sus siete discursos anteriores, esta vez posó sus manos sobre la carpeta, dejó las hojas a un lado y no las volvió a tocar en las dos horas y ocho minutos que duró su octava cuenta pública. Habló orientando la mirada de un lado para otro del Salón de Honor del Congreso Nacional, con la naturalidad de un discurso aprendido, quizás memorizado. Lo que los televidentes no podían ver fue la novedad de la ceremonia: por primera vez la Presidenta utilizó un sistema de teleprompter que le permitió una fluida lectura de su definitivo y más personal discurso. Para muchos, el mejor de sus dos periodos en La Moneda.
La Mandataria marcó un contraste con sus anteriores alocuciones: mostró una entereza, aparentemente perdida, y una fuerza en las palabras, también supuestamente extraviada, que sorprendió a propios y ajenos. “Ojalá hubiera dado este discurso hace un año”, comentaban en privado los parlamentarios oficialistas a la salida del acto.
El principal énfasis de su mensaje estuvo en la defensa del diagnóstico inicial que justificó su proceso reformista: “Las desigualdades que Chile arrastraba”. A partir de ahí, la Presidenta profundizó en que su gobierno buscaba “cambios de fondo” para superar aquello que considera como “males históricos”.
Bachelet situó ahí su legado y su lugar en la historia: “Estoy llamada a rendir hoy cuentas ante este Congreso Pleno, ante mis compatriotas y ante la historia”, dijo antes de poner de relieve lo que ella cree será su principal herencia al país. “Y lo digo con humildad, pero con firmeza: hemos tenido el coraje de mirar nuestros problemas de frente. Hemos puesto en el centro del debate temas que hasta ahora no habíamos debatido. Temas como una nueva constitución, la reforma tributaria, el fin del binominal, la corrupción, la gratuidad, la despenalización de la interrupción del embarazo, la unión civil”, afirmó en sus primeras líneas de discurso.
La Mandataria no se quedó en el mero recuento. Intentó doblar su apuesta: aunque muchos imaginaban un discurso de despedida, Bachelet planteó nuevos anuncios y pidió al Congreso un esfuerzo final para sus últimos nueve meses y medio de mandato.
En el texto, según comentaron en el oficialismo, se notó la mano de su director de Políticas Públicas, Pedro Güell, uno de los autores ideológicos del diagnóstico inicial del gobierno.
El principal logro para la Presidenta en su camino por acortar la brecha de la desigualdad fue la educación, según identificó en su mensaje. Y aquí fue donde elevó la magnitud de lo logrado: “Los cambios profundos en educación se hacen cada cuarenta o cincuenta años”. En este punto llegó la primera ovación de la jornada, pero también su primera y profunda diferencia con quien asoma con ventaja para convertirse en su sucesor: citó la frase del ex Presidente Sebastián Piñera, donde define a la educación como “un bien de consumo”, y dijo haberla convertido en un “derecho social”. Al defender su reforma educacional reafirmó su aspiración a dejar amarrada la gratuidad al 60% de estudiantes más vulnerables a través de la ley de educación superior y relevó que hoy 257 mil estudiantes “con nombre y apellido” pueden disfrutar del beneficio. “No nos engañemos: quien quiera echar pie atrás en una política seria, inclusiva y responsable –como es la gratuidad en la educación superior– les estará dando la espalda a Chile y a las familias chilenas. Defender esta conquista es una tarea de todos”, fue quizás su mensaje más provocador.
Señales así se sucedieron: resaltó la capitalización de Codelco, la creación de empresas, el aumento de tributos, la creación de empleos, la inversión en salud o la recuperación del patrimonio estadístico con la Casen y el censo. En todas estas áreas se comparó con la administración anterior de Piñera. En otra parte del discurso volvió a desenfundar el sostén ideológico de sus dos gobiernos: apuntó a la “protección social” como el eje de su primer mandato y el enfoque en los “derechos universales” de su segundo periodo. “Este es un sello de mi gobierno, porque muchas veces el esfuerzo individual no basta para que las personas tengan la calidad de vida que merecen”.
Con esa convicción, Bachelet pidió al Congreso un esfuerzo final para una batería de proyectos de grueso calibre, cuyo costo fiscal el ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés, calculó en US$ 450 millones.
Entre los principales proyectos que la Presidenta enviará en los próximos meses al Congreso figuran el de universidades estatales; la reforma al sistema de las pensiones, migración, matrimonio igualitario, una modificación sustantiva a la Ley de Pesca -que no estaba en los cálculos de nadie-, y probablemente los que serán sus más ambiciosas tareas en la recta final de su mandato: una ley especial para La Araucanía y su proyecto de Nueva Constitución.
También pidió aprobar los pendientes: la reforma de descentralización, que incluye la discutida elección de gobernadores regionales y, entre otros, la aprobación de la despenalización del aborto en tres causales.
El problema de este diseño escapa de la cuidada puesta en escena de su último discurso: las iniciativas serán enviadas a un Congreso donde su coalición está al borde del quiebre, con dos candidaturas presidenciales, sin posibilidad de acuerdo parlamentario y cuando esas campañas están a la vuelta de la esquina. Fue aquí donde alertó que “nada de lo logrado está asegurado para siempre”, para luego advertir que “si aceptáramos volver atrás, la desconfianza y el malestar seguirían siendo una pesada carga para todos”.
Bachelet dejó para el final dos licencias: una personal y otra colectiva. En la primera, aprovechó su momento de despedida republicana. Y fue estratégico: el teleprompter, según cuentan en La Moneda, buscaba darle libertad en la comunicación corporal. El detalle le permitió recuperar la soltura y espontaneidad que la llevó a ganar dos elecciones presidenciales. Apeló a lo emotivo: reconoció el camino imperfecto que recorrió en estos ochos años que marcan su historia personal y política. “No ha sido fácil, ustedes lo saben. Hemos debido enfrentar los bloqueos y a veces las limitaciones propias”.
Hizo también un llamado colectivo para completar su ambicioso programa e intentar lo que a esta altura parece una titánica tarea: entregarle la banda presidencial a quien asegure esa continuidad. “Quiero pedirles a los demócratas progresistas de Chile, a quienes me acompañan en el gobierno, unidad en la acción y lealtad a los principios que nos convocan”. Ese último llamado lo hizo recordando los gobiernos de Pedro Aguirre Cerda, Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende, sin mencionar a la Concertación. Para el final, la catarsis, un largo aplauso que acompañó su salida. A seis meses de las elecciones presidenciales, no hubo ningún “¡Se siente!, ¡Se siente!”. Esta vez regresó el “¡Michelle!, ¡Michelle!”.b