La Tercera

Papa chavista

- Juan Manuel Vial Periodista

DÍAS ATRÁS circuló a través de WhatsApp un mensaje que rezaba así: “19 muertos en Inglaterra: el Papa habló de ‘barbárico ataque’. 54 muertos en Venezuela. El Papa dijo que dialoguen con Maduro”. Es sensato suponer que el texto se originó en Estados Unidos, país donde “bárbaro”, que fue lo que en realidad dijo el pontífice, se dice “barbaric” (el término “barbárico” existe en castellano, pero su uso no es frecuente). Al ser un idioma mestizo, nuevo, sin raigambre ni complejos, el spanglish evita las sutilezas. Pero en este caso el énfasis lingüístic­o es demasiado elocuente como para ignorar la implicanci­a obvia: si hace un año y medio, cuando visitó Estados Unidos, Francisco era un personaje querido y popular, hoy en día su suerte parece estar cambiando, al menos dentro de la comunidad latina. Y su actitud ante el pueblo venezolano tiene que ver con ello.

Quienes sostienen que el Papa es un funcionari­o ejemplar argumentan que, entre otras bondades, el pontífice ha hablado a favor del medio ambiente, ha fustigado la codicia de los chacales internacio­nales (es sabido que detesta a Wall Street) y ha hecho gestos amistosos hacia la comunidad gay. Hace poco incluso le puso mala cara a Donald Trump en el Vaticano, aunque, claro, convengamo­s que la morisqueta como gesto político resulta un tanto infantil a estas alturas. Al otro lado de la vereda estamos los de corazón escéptico: hasta el momento, la única reforma apreciable en el reinado de Francisco es que dejó de usar esos coquetos zapatitos rojos que engalanaba­n a sus antecesore­s, cambiándol­os por un par de bototos que lucen bastante poco genuinos en alguien que se hizo elegir Sumo Pontífice.

No me referiré a cómo el Papa argentino traicionó de modo infame a las víctimas de abusos sexuales cometidos por decenas de curas pedófilos, pues el tema da para una columna aparte y lo que a mí me interesa en este momento es el trasfondo del mensajito de WhatsApp citado al principio. Se trata, no hay dudas, de un texto fuerte, bien pensado y efectivo, pues denuncia en poquísimas palabras el doble estándar de alguien que, antes que nada, debiera velar por todas las vidas humanas. Y aquí está el quid del asunto: a Francisco le importan más los temas que figuran en la agenda del primer mundo –medio ambiente, codicia empresaria­l, derechos de la comunidad gay– que el destino de Venezuela, un país en llamas y al borde del infierno.

Cada vez que el Papa emite alguna perogrulla­da sobre Venezuela –“envío un cordial llamamient­o al gobierno y a todos los componente­s de la sociedad venezolana para que se eviten nuevas formas de violencia”–, la oposición, buena parte de los venezolano­s y la totalidad de las organizaci­ones de Derechos Humanos dedicadas al tema tiemblan. Y cuando insta al diálogo, algo que también constituye una perogrulla­da, Francisco ignora lo evidente: no existe ni la más mínima igualdad de condicione­s entre Maduro y sus oponentes como para que las conversaci­ones puedan siquiera llegar a establecer­se. Sin embargo, lo más grave es que al no condenar decididame­nte al régimen venezolano, el Papa le otorga a Maduro, se diría que por gracia divina, ese mismo oxígeno que hoy por hoy comienza a escasearle en otras esferas.

¿Qué empecinami­ento lleva al Papa a traicionar al pueblo venezolano, tal como en su momento lo hicieron varios gobiernos latinoamer­icanos? Yo sospecho que Francisco siente admiración por Hugo Chávez y su legado, no así por Nicolás Maduro, pero es esa lealtad ideológica la que le impide condenar al gobierno chavista ahora que éste pasa por momentos difíciles. La cobardía, ya lo decía Montaigne, es la madre de la crueldad.

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