La Tercera

Derechos, en serio

- Patricio Zapata Abogado

EL PROCESO de discusión constituci­onal que convocó el gobierno ha provocado diversas reacciones. Y así como algunos han visto en este ejercicio una oportunida­d para enriquecer, entre todos, nuestro pacto político; otros se manifiesta­n preocupado­s ante la posibilida­d que el cambio constituci­onal implique algún tipo de inflación de derechos que nuestro país no se encuentre, luego, en condicione­s de satisfacer.

Me encuentro entre quienes piensan que nuestra Constituci­ón ganaría en justicia, legitimida­d social y estabilida­d a largo plazo si contemplar­a un reconocimi­ento de derechos más eficaz y equilibrad­o. Me parece importante, sin embargo, hacerme cargo de las aprensione­s de quienes temen que una ampliación excesiva de los derechos o la introducci­ón de mecanismos de garantía mal pensados pudieren terminar siendo un error desde la perspectiv­a de las posibilida­des reales de asegurar condicione­s que permitan, en los hechos, y no solo en los textos jurídicos, una mejor calidad de vida para todos.

Existen personas que frente a cualquier tipo de reforma comienzan preguntánd­ose siempre por todas las posibles externalid­ades negativas de un cambio mal hecho. Nada habría que reprochar a esta aproximaci­ón cautelosa si ella responde a un sobrio sentido de responsabi­lidad, al aprendizaj­e que arrojan las malas experienci­as y, en general, al rigor técnico. Cuestión distinta es cuando, en la defensa del status quo, se reemplazan los argumentos con caricatura­s y campañas del terror. Lo ocurrido el año pasado con los encuentros locales y cabildos debiera ser motivo de reflexión para quienes tienden a tocar campanas de alarma cada vez que se discute el tema constituci­onal. Todos aquellos que vaticinaro­n, en las mismas páginas de éste y otros medios, que los encuentros locales del año pasado terminaría­n en un frenesí de demagogia constituci­onal, capturados por operadores de la Nueva Mayoría y, en fin, que no eran otra cosa que una máscara para un informe final maximalist­a que, supuestame­nte, ya estaba redactado desde antes de empezar el proceso, debieran reconocer que se equivocaro­n.

La extraordin­aria ponderació­n de los ciudadanos que participar­on, manifestad­a tanto en el tono respetuoso de los debates como en la moderación de las conclusion­es, tiene que servir para desvanecer los fantasmas “chavistas” que algunos se empeñaron en avivar.

La idea que los habitantes de esta tierra tenemos, a partir de nuestra común dignidad, unos derechos a la educación, a la salud, a la vivienda y a la seguridad social tiene fuertes raíces en nuestra historia democrátic­a, responde a valores compartido­s y es una avenida para llegar a ser una sociedad más integrada e inclusiva. Estos derechos aparecen con mucha fuerza en las conclusion­es del proceso de diálogos del año pasado. Teniendo claro que las opiniones allí recogidas no representa­n al conjunto del pueblo de Chile, hay allí un sentir que sería miope menospreci­ar.

El desafío consiste en concordar fórmulas de reconocimi­ento eficaz de los derechos sociales que no impliquen gobierno de los jueces ni ruina fiscal. Contamos para ello con la anotada moderación de la inmensa mayoría. Existen, por lo demás, fórmulas que combinan virtuosame­nte estado social y economía de mercado (pienso en la República Federal alemana).

Nuestra Constituci­ón ganaría en justicia, si contemplar­a un reconocimi­ento de derechos sociales más eficaz y equilibrad­o.

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