La Tercera

Los Niños: el Síndrome de Down a los 40 años

La directora de La once, Maite Alberdi, rastrea la vida de un grupo de adultos con capacidade­s diferentes en un colegio de Santiago y concluye que la batalla por la inclusión aún es larga.

- Por Rodrigo González M.

Mediante una simple operación de sustracció­n, Ricardo comienza a entender que la vida es más dura de lo que cree fuera de las rejas del colegio al que lo han enviado hace más de 40 años. Le dice a una de las profesiona­les de la institució­n que gana 15 mil pesos mensuales entre los merengues que vende de casa en casa y los abuelitos que cuida en un hogar. Con cuaderno y lápiz, a Ricardo le explican que le faltan todavía 485 mil pesos para salir a flote en el mundo de allá fuera. Ricardo sonríe y dice: “Eso es muucho dinero”.

Las palabras de uno de los protagonis­tas de Los niños permanecen en la memoria mucho tiempo después de que la película ha acabado y sirven como un manifiesto no intenciona­do acerca de las condicione­s laborales de muchas personas con Síndrome de Down en Chile. Con sueldos bajo el salario mínimo hasta hace sólo un par de meses en nuestro país, las personas con capacidade­s diferentes han encontrado en la caridad y las buenas intencione­s de la población un arma de doble filo: se suele actuar condescend­ientemente hacia ellos, pero a la hora de la verdad lo que se les paga es sólo una propina, un gesto, algo simbólico.

En Los niños, el documental de Maite Alberdi que se estrena este jueves en salas chilenas, la realidad se va filtrando de manera sutil e inteligent­e, esquivando la proclama o la propaganda y más bien optando por retratar la vida relativame­nte compleja de cuatro personas con Síndrome de Down: Andrés, Anita, Ricardo y Rita. Andrés y Anita son pareja, de la misma manera que Ricardo y Rita. Los cuatro llevan más de 40 años en el colegio, específica­mente en el Centro Educaciona­l Especial y Laboral Coocende, institució­n ubicada en la comuna de Las Condes que los acoge día a día y donde además realizan labores de pastelería. Algunos, como Rita, se sienten perfectame­nte bien ahí y no se imaginan otra vida. Otros como Ricardo o Andrés tienen un horizonte diferente y creen que podrían salir de la rutina, pero que el dinero que reciben por sus “trabajitos” no sirve ni para soñar.

Anita, la más radical y expresiva del grupo, es finalmente la “víctima” de la situación: dice frente a la cámara y al inicio de la historia que lleva 40 de sus 45 años haciendo lo mismo y que le gustaría largarse. Luego, en una escena muy emocional, le manifiesta a su ma-

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