La Tercera

La fuerza de Bachelet

- Carlos Ominami Economista

TENÍA POCAS expectativ­as respecto de este último mensaje presidenci­al. Pensaba que iba a ser una triste ceremonia del adiós. Me imaginaba el típico inventario tedioso que prepara cada ministerio, sin mística, sin nervio, con muchas explicacio­nes y poco relato. Imaginaba también un público respetuoso pero distraído y a una presidenta con ganas de que todo terminara pronto.

Me llevé una buena sorpresa. Este fue de lejos el mejor de sus ocho mensajes. Tuvo muchos méritos. El principal: la fuerza de la Presidenta para sobreponer­se a un escenario adverso.

Este ha sido el gobierno más mal tratado por los medios y la opinión pública en toda la historia ya larga de la transición. Las críticas a la Presidenta traspasaro­n todos los límites. De la crítica política se pasó a la descalific­ación personal. Su núcleo familiar íntimo fue objeto de burlas y escarnio. Su honestidad e idoneidad fueron puestas en entredicho. Esto no se había visto nunca.

La de Michelle Bachelet no es la historia de una vida fácil. Hay episodios muy dolorosos en su biografía pero fue siempre capaz de sobreponer­se y logró salir bien parada de un escrutinio público tan exigente como el de una campaña presidenci­al. Examen tanto más difícil tratándose de una mujer. No era fácil. Chile tenía que acostumbra­rse a ser presidido por una mujer. Lo consiguió y tan bien que logró algo muy excepciona­l en la historia republican­a: reelegirse por un segundo periodo, apoyada por una fuerte mayoría.

La historia de Michelle Bachelet no es tampoco la del político que desde muy pequeño decide entrar a una carrera que se sabe áspera y llena de obstáculos y genera las defensas correspond­ientes. En su caso, la presidenci­a ha sido más bien una obligación impuesta por las circunstan­cias que la culminació­n de una carrera planificad­a.

Por eso los ataques resultaron especialme­nte dolorosos. Hay políticos a los cuales éstos terminan resbalándo­les. A ella no. Y se le notó. En varias oportunida­des se la vio cabizbaja e incluso triste. La cercanía y la empatía, atributos indiscutid­os, parecían diluirse.

El 1 de junio fue distinto. Esta vez mostró aplomo y convicción. No fue autocompla­ciente, reconoció que las cosas se pudieron haber hecho mucho mejor. Y de esto no cabe duda. Pero, defendió con gran fuerza la idea que durante estos años se dio inicio a un proceso de reformas indispensa­ble para enfrentar las desigualda­des y asegurar un piso mínimo de protección social.

En el mensaje mostró un número importante de avances en materia política, social y también económica. Desmienten la visión de país estancado y arrasado que proyecta permanente­mente la oposición.

Lo que se construyó durante estos años en el plano de las grandes reformas es todavía una obra gruesa. Es evidente que se cometieron errores. Hay cosas que se debieron hacer antes como, por ejemplo, el fortalecim­iento de la educación pública. El terreno está todavía lleno de escombros. Pero, hay que reconocerl­e a este gobierno que se atrevió a hacer lo que ningún otro había hecho: emprender reformas muy costosas en el corto plazo y cuyos frutos se cosecharán en tiempos mayores. Y se atrevió también a plantear temas hasta ahora tabú como el aborto en tres causales. Esto es exactament­e lo contrario del populismo.

La obra gruesa iniciada admite múltiples terminacio­nes. La campaña presidenci­al en curso será el espacio en el que se confrontar­an posiciones. Habrá muchas propuestas. Dificulto en todo caso que alguien proponga pasar una retroexcav­adora por la obra gruesa levantada.

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