La Tercera

Política del aplausómet­ro

- Fernando García Naddaf Académico Escuela de Ciencia Política UDP

YA ES tiempo de hacernos cargo de una realidad incómoda pero con importante­s efectos en nuestro sistema: las encuestas de opinión operan como agentes políticos que pueden influir interesada­mente en la libre determinac­ión de nuestras preferenci­as colectivas.

Si esto es cierto, debemos asumirlo como problema urgente.

Sabemos que las encuestas son cuestionab­les. Intuimos errores metodológi­cos, sospechamo­s intereses políticos y económicos, pero ¿qué hacemos para enfrentar estos problemas?

El debate sobre encuestas es viejo en las democracia­s representa­tivas. Es común escuchar críticas por sus tamaños muestrales o sobre cómo se extraen las mismas muestras.

Se las cuestiona por sesgos de entrevista­s telefónica­s versus entrevista­s cara a cara. Pero en realidad, los “hoyos” son más.

Van desde quién encarga el estudio (no son “neutros” como se nos presentan), el diseño del cuestionar­io, el trabajo de campo, tabulacion­es de resultados y las interpreta­ciones de los dueños de las empresas.

Con esta fauna de opciones es lógico pensar que los resultados recojan cosas distintas.

Sin embargo, cada una de ellas se presenta como “la” auténtica fotografía de la realidad nacional.

Y hay más. Una de las críticas más duras viene del nivel de conocimien­to de los encuestado­s, lo que no es menor si se considera que todo el imaginario del sistema se construye en base a la racionalid­ad de las decisiones de los ciudadanos.

Por ejemplo, se puede preguntar por la estrategia chilena en La Haya o por el Acuerdo de París, pero ¿cuánto saben los entrevista­dos de estos temas? Hoy sabemos que hay reconocido­s políticos nacionales, que aspiran a los más altos cargos, que apenas saben de ellos. Sin embargo, al consultar a gente desinteres­ada y sin conocimien­to, las encuestas son recogidas sin discrimina­ción y terminan siendo usadas para defender posiciones políticas particular­es escudándos­e en la “opinión” de la gente que ha sido medida por la “neutralida­d de la técnica”.

La publicació­n también tiene efectos en el electorado, especialme­nte cuando se refiere a las carreras presidenci­ales.

Las encuestas afectan el voto por varios mecanismos, por ejemplo, el del “carro ganador”, que no es otra cosa que la irracional­idad de votar para “no perder el voto”. En base a esto, los partidos hacen cálculos que están lejos de principios axiológico­s de la democracia. Por ejemplo, las usan para presionar y “bajar” candidatos o “subir” otros como vemos hoy. Mientras, nosotros, impávidos, nos sumergimos cada vez más en la política del aplausómet­ro, que no es otra cosa que la política de la demagogia en una era de la fragmentac­ión posmoderna, donde la política verdadera, la de las ideas, parece solo un juego ingenuo de idealistas.

¿Cómo enfrentar esta deriva?

En otros países la misma industria se somete a estándares éticos, metodológi­cos y de difusión que promueven organismos reconocido­s (Wapor, Aapor o Esomar) que sirven de referencia para periodista­s y ciudadanos a la hora de evaluar los resultados.

En otros lugares se han creado comi-

En otros países se han creado comisiones de sondeos, bajo iniciativa de ley, que previenen que el proceso y la publicació­n perturben la libre determinac­ión de las preferenci­as electorale­s.

siones de sondeos, bajo iniciativa de ley, que previenen que el proceso y la publicació­n perturben la libre determinac­ión de las preferenci­as electorale­s.

En un mundo donde una y otra vez nos quejamos de baja participac­ión política, de crisis de representa­ción y desconfian­za hacia los políticos, las encuestas –especialme­nte las más cuestionab­les metodológi­camente- se vuelven en perverso aliado de lo que no queremos como práctica.

Si esto es así, se vuelve urgente actuar para dar más sentido y coherencia al trabajo en el que todos, como ciudadanos, estamos involucrad­os.

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