La gracia (poca) de escalar una pared
[BOULDER] Deporte o juego, tiene su complicación. Un redactor de La Tercera vivió junto a los hermanos Langbehn las exigencias de un modalidad de escalada (en bloques de roca o pequeños muros) que aspira a volverse moda.
Enfrente, un muro de alrededor cinco metros de altura. La Casa Boulder, un gimnasio y escuela de escalada, sirve de escenario. Los hermanos Langbehn, los máximos exponentes de la escalada en Chile, Facundo y Soho, hacen de cicerones. La pared aparece llena de colores. Verde, rojo, negro, azul. Está hecha de madera y de ella sobresalen pequeñas rocas donde se deben poner los pies y manos para llegar a la cima. Se llaman presas. El desafío, de tiempo, destreza y habilidad, es escalarlo. Hay que alcanzar la meta el mayor número de veces en cinco minutos.
Soho (24 años) y Facundo (22) se calzan zapatillas especiales y arrojan la primera instrucción: “Antes de escalar, debemos hacer un calentamiento”. Facundo comienza a escalar de manera simple, pero efectiva. Se mueve como araña. Su flexibilidad impresiona. No tarda ni seis segundos en llegar a la cima y luego cae, se tira. Parece simple. Ni siquiera ha metido sus manos en la bolsa de magnesio que recomiendan para mayor adherencia. Qué importa, si en un abrir y cerrar de ojos alcanza la meta. “Ahora te toca”, me indica.
Yo sí acudo al auxilio del magnesio y me pongo las zapatillas especiales. Los dedos se ajustan tanto, que siento dolor. “Tranquilo, es normal que queden tan apretadas; es así”, explica el maestro, que prolonga el diálogo con breves consejos. Me arrimo a las cintas de colores que indican cada ruta de partida. Me sujetan: “No te subas aún. Antes tienes que pensar dónde pondrás los pies y las manos. No puedes escalar con presas de diferente color. No vale”.
Intento entender y memorizar lo que me dice. Empiezo la escalada. Me mantengo firme. Los brazos se ponen duros y la zona abdominal tiembla. “Intenta hacer la menor fuerza con los brazos. Extiende los pies y consigue que tu punto de gravedad sea siempre la cadera”, añade el instructor. Consigo llegar a la penúltima presa y caigo a la colchoneta. Los sabiondos también animan: “Bien, vas bien. Descansa unos minutos, porque te cansarás si lo intentas muy seguido”.
Mientras un servidor se siente agobiado y jadea, Facundo y Soho suben una y otra vez silbando. Las presas sobre las que asentamos el ascenso no pueden medir más de 15 centímetros de largo y seis de ancho. No parece peligroso (no hacen falta cuerdas de seguridad; es imprescindible, sí, una colchoneta debajo). Soho alerta, de todas formas, de que las caídas hay que practicarlas. De lo contrario, pueden terminar en accidente. Tal y como le ocurrió a su madre, quien debió operarse el codo unos días antes tras una mala maniobra al momento de caer.
Los profesores meten prisa: “¿Ya, estamos listos para subir otra vez?”. Me levanto y los antebrazos ya están tensos. Ahora tengo a los expertos a mis costados. Me dan indicaciones mientras se mantienen suspendidos de una mano y los pies en el aire. Es increíble lo que hacen. Busco la cinta verde del muro y consigo estirar mis pies y, al tiempo, elevar mi mano derecha para escalar. Así voy hasta que consigo llegar a la cima. Se siente bien subir cinco metros y clavar mis dos manos sobre la última presa verde. Me dejo caer y sonrío.
Ambos siguen explicando. Viven lo que hacen: “No es tan difícil, la verdad. Al principio cuesta, como todo deporte, pero cuando ya le agarras la gracia, se hace fácil y entretenido”, afirma Facundo mientras, ahora sí, recurre al magnesio. ¿Significa que subiremos otra vez? Efectivamente. “Ya, vamos, último intento”, dice Soho. Me posicionan en el boulder número 3, el de mayor grado de dificultad. Uso magnesio e intento colocar los pies y manos en las cintas rojas y caigo. En mi segundo esfuerzo logro llegar a la penúltima presa. No consigo la última, el top, porque, de verdad, los brazos tiemblan y terminan cediendo. Me dejo caer a las colchonetas. Facundo y Soho me esperan abajo.
Fracaso en mi intento de llegar al top, pero Soho, que dice que suele subir 50 veces en cinco minutos, me consuela: “Todo es práctica”. “Bueno, lo mismo es que no repito”, cierro.b