Roger Waters: el negocio de la guerra
COMO John Lennon, un predicador de la paz y el desprendimiento de lo material con una fortuna en el banco, Roger Waters encarna contradicciones. Critica a los millonarios por su afán de protagonismo y el gusto de inscribir nombres y apellidos con letras de molde en edificios y aviones. Lo dice él, que lleva décadas embarcado en algunas de las giras más apoteósicas y rentables de la industria musical, bajo el gentil auspicio de marcas transnacionales, ese tipo de conglomerado que a su vez responsabiliza de enfrentamientos bélicos por razones económicas, dato que suele revelar como gran novedad. Los conflictos armados han sido uno de sus grandes motivos y para el ex Pink Floyd es un asunto personal. Su padre murió en la II Guerra y ese trauma lo ha documentado musicalmente y en incontables entrevistas. Desde una estatura moral auto conferida, alecciona a Radiohead por actuar en Israel. El tono de ambas partes semeja la discusión entre un padre y un hijo. Todo esto sucede justo cuando el músico de 73 años edita su primer disco de material inédito en un cuarto de siglo. De que Roger Waters sabe de guerras y marketing, no cabe duda.
Is this the life we really want? es el álbum por el cual los fans de Pink Floyd y del bajista han esperado muchísimo tiempo. Producido por Nigel Godrich, colaborador habitual de Radiohead, está configurado para funcionar como un permanente déjà vu a la obra de su antigua banda, esa sensación de collage incluyendo sonidos de relojes, aviones, pulsaciones, transmisiones y voces en sordina, que el rock británico practica desde hace medio siglo. Lo que falta en novedad se suple con la grandeza de esas ideas musicales de Waters siempre vívidas para timbrar un carácter que oscila entre lo cinematográfico y el género musical, material confesional y reflexivo en torno a la angustia existencial, la desolación y la soledad en la vida urbana. Por cierto, un disco que suena a Radiohead como Radiohead suena a Pink Floyd.
El temperamento de las canciones depende de sutilezas, ya sea en la voz o los ornamentos, no por la composición en si, más bien sencilla y vertebrada por ese rasgueo en guitarra acústica de medio tiempo marca registrada del ingles, y una excelente batería ajustada a un pulso similar a Five years de David Bowie con distintas variaciones, y un sonido con link a Nick Mason cortesía de Joey Waronker, de currículo junto a R.E.M. y Beck.
Waters ofrece momentos conmovedores y dramáticos al micrófono como el giro que imprime en The last refugee. Los decorados de Godrich son sencillamente perfectos. Evita excesos para remarcar la tristeza que cruza toda la obra de un artista que en la vejez reitera su pesimismo sobre la condición humana. Hay convenientes giros hacia un rock más duro e inquietante en Picture that y Smell the roses, hasta alcanzar clímax en Bird in a gale, excelente pieza de space rock con la voz montada como si el canto se fuera alejando a la manera de un viejo cohete espacial, que se desprende de sus partes hasta reducirse en cápsula. Is this the life we really want? se puede disfrutar como un gran disco de Pink Floyd en el que se extraña la fenomenal guitarra de David Gilmour. Es mucho más que un premio de consuelo, sino un muy buen regreso.
De que el ex Pink Floyd sabe de guerras y marketing, no cabe duda.