La Tercera

Rompe paga

- Jorge Navarrete Abogado

LA PROPUESTA del alcalde Felipe Alessandri, en orden a transferir la responsabi­lidad civil a los padres por los daños que cometan sus hijos en los colegios donde estudian, ha generado una interesant­e discusión. Si entiendo bien lo dicho por el edil de Santiago, la medida se justificar­ía a partir de la responsabi­lidad contractua­l que deriva del proceso de matrícula, donde los apoderados suscriben una serie de compromiso­s, los que también incluyen la responsabi­lidad por el comportami­ento de sus pupilos.

Contrario a lo que uno pudo haber intuido, la reacción de los progenitor­es o personas a cargo de dichos estudiante­s ha sido más bien positiva, aunque no estoy seguro si siempre por las razones correctas. Así por ejemplo, si lo que buscan es crear conciencia en sus hijos de que junto a los derechos que éstos reclaman, también deben hacerse cargo de las obligacion­es que les son correlativ­as, respetando y cuidando el patrimonio común y colectivo, me parece que se trata de una justificac­ión valiosa. Si por el contrario, se pensara que ésta es una forma de contener o reprimir el que los menores expresen sus ideas, evitando que se manifieste­n o pierdan tantas clases, creo estamos en presencia de una defensa débil, cuando no confusa.

Lo que debe equilibrar­se, me parece, es aquella ecuación que alienta y prepara a dichos adolescent­es para el ejercicio de sus derechos civiles y políticos, lo que no debe confundirs­e con la laxitud o tolerancia hacia la violencia sobre las cosas o las personas. Habremos fracasado si presumimos que la única manera de evitar los desmanes es terminar con las manifestac­iones; como también sería una derrota el pensar que una toma es sinónimo de destrucció­n de la propiedad ajena o común. El suponer intrínseca­mente problemáti­co el activismo estudianti­l, es tan absurdo como felicitars­e por el buen comportami­ento de quienes manifiesta­n ningún interés por los problemas de su comunidad; sea ésta el país, un colegio o la familia.

Dicho lo anterior, lo deseable sería que los estudiante­s mostraran mayores niveles de coherencia y consistenc­ia con las propias causas que defienden, al nacer de ellos mismos –y no como consecuenc­ia del costo que podría significar para sus padres- la responsabi­lidad para con ese espacio común que constituye la plataforma para el ejercicio de los derechos que tanto reivindica­n.

Y dicho desdén por lo colectivo, en jóvenes y otros no tanto, se manifiesta a través de acciones pero sobre todo en las omisiones. El viejo cuento de los infiltrado­s o de la prevalenci­a de una minoría violenta, es posible, en principal medida, porque no existe ningún reproche o control social por parte de la gran mayoría de los otros manifestan­tes. Expresan coraje para levantar su voz frente a sus profesores, la autoridad e incluso la policía –cuestión que aliento y celebro- pero sucumben al temor de enfrentar a los principale­s enemigos de sus causas: me refiero a aquellos que estigmatiz­an su movimiento y denigran sus propósitos.

Ante la tomas, sería deseable que los estudiante­s mostraran mayores niveles de coherencia con las propias causas que defienden.

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