La Tercera

Swingers y poliamor

- Por Rodrigo Miranda

Los vecinos de arriba es el debut en la dramaturgi­a del cineasta catalán Cesc Gay y el reverso de sus aplaudidas películas Krampack o Truman. Dirigida por el hiperprodu­ctivo Alejandro Goic, la versión chilena es una comedia que busca hacer reír con liviandad y algunos diálogos ingeniosos sobre las hipocresía­s y prejuicios de las relaciones de pareja.

A los pocos minutos se entiende por qué Goic llamó a Luciano Cruz-Coke para uno de los protagónic­os. El ex ministro de Cultura interpreta al arquetipo del chileno conservado­r, burgués y políticame­nte correcto. En este caso, un músico frustrado que quiere pedirles a sus vecinos de arriba más discreción cuando tienen sexo.

El texto es una copia descafeina­da de las obras de parejas de la talentosa Yazmina Reza como Tres versiones de la vida o Un Dios salvaje. Como en esas piezas, un matrimonio visita a otro en su pulcro y bien decorado living donde transcurre la acción.

Los anfitrione­s son el músico frustrado y su mujer (Mónica Godoy), dedicada a redecorar hasta el infinito el departamen­to. A su puerta llega un bombero cultor del poliamor (Cristián Riquelme) y una apasionada sicóloga swinger que improvisa una terapia de pareja en la sala (Catalina Guerra).

El aburrimien­to está destruyend­o a la pareja anfitriona y para tantear nuevos terrenos ella decide exhibirse desnuda en su living sin cortinas. En el ascensor se topa con sus vecinos de arriba y los invita una copa en su casa. La rutina y fuertes discusione­s estancaron su relación y confía que una vida sexual libre redundará en beneficio de ambos. Su marido tradiciona­lista se resiste a experienci­as novedosas y rechaza cualquier situación extramarit­al, pero espía a una pareja de lesbianas con un telescopio desde la azotea. Con algo de envidia, aprovecha la junta en su casa para reclamar a sus ve- cinos su ímpetu amatorio.

El texto tiene un par de observacio­nes graciosas sobre el doble estándar e instala la interrogan­te de si los vecinos de abajo se atreverán a jugar al intercambi­o de parejas con los de arriba. De esta manera, se mantiene cierta tensión dramática hasta el final.

Sin grandes lucimiento­s individual­es, las actuacione­s están parejas, aunque el elenco no logra despojarse de las predecible­s marcas y códigos televisivo­s. Todo esto dentro de un formato de humor calcado punto por punto del manual de cómo hacer teatro comercial.

Goic es un director avezado y con inteligenc­ia suma a la comicidad del original una versión bien chilena con términos como “Dicom” o “pico en el ojo”. El resultado es una buena adaptación de una pieza estrenada en Barcelona en 2015. En una sociedad como la nuestra que vive descontent­a y en catarsis autoflagel­ante, hace bien relajarse y reír un poco con un léxico cercano al Chile de hoy.

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