Swingers y poliamor
Los vecinos de arriba es el debut en la dramaturgia del cineasta catalán Cesc Gay y el reverso de sus aplaudidas películas Krampack o Truman. Dirigida por el hiperproductivo Alejandro Goic, la versión chilena es una comedia que busca hacer reír con liviandad y algunos diálogos ingeniosos sobre las hipocresías y prejuicios de las relaciones de pareja.
A los pocos minutos se entiende por qué Goic llamó a Luciano Cruz-Coke para uno de los protagónicos. El ex ministro de Cultura interpreta al arquetipo del chileno conservador, burgués y políticamente correcto. En este caso, un músico frustrado que quiere pedirles a sus vecinos de arriba más discreción cuando tienen sexo.
El texto es una copia descafeinada de las obras de parejas de la talentosa Yazmina Reza como Tres versiones de la vida o Un Dios salvaje. Como en esas piezas, un matrimonio visita a otro en su pulcro y bien decorado living donde transcurre la acción.
Los anfitriones son el músico frustrado y su mujer (Mónica Godoy), dedicada a redecorar hasta el infinito el departamento. A su puerta llega un bombero cultor del poliamor (Cristián Riquelme) y una apasionada sicóloga swinger que improvisa una terapia de pareja en la sala (Catalina Guerra).
El aburrimiento está destruyendo a la pareja anfitriona y para tantear nuevos terrenos ella decide exhibirse desnuda en su living sin cortinas. En el ascensor se topa con sus vecinos de arriba y los invita una copa en su casa. La rutina y fuertes discusiones estancaron su relación y confía que una vida sexual libre redundará en beneficio de ambos. Su marido tradicionalista se resiste a experiencias novedosas y rechaza cualquier situación extramarital, pero espía a una pareja de lesbianas con un telescopio desde la azotea. Con algo de envidia, aprovecha la junta en su casa para reclamar a sus ve- cinos su ímpetu amatorio.
El texto tiene un par de observaciones graciosas sobre el doble estándar e instala la interrogante de si los vecinos de abajo se atreverán a jugar al intercambio de parejas con los de arriba. De esta manera, se mantiene cierta tensión dramática hasta el final.
Sin grandes lucimientos individuales, las actuaciones están parejas, aunque el elenco no logra despojarse de las predecibles marcas y códigos televisivos. Todo esto dentro de un formato de humor calcado punto por punto del manual de cómo hacer teatro comercial.
Goic es un director avezado y con inteligencia suma a la comicidad del original una versión bien chilena con términos como “Dicom” o “pico en el ojo”. El resultado es una buena adaptación de una pieza estrenada en Barcelona en 2015. En una sociedad como la nuestra que vive descontenta y en catarsis autoflagelante, hace bien relajarse y reír un poco con un léxico cercano al Chile de hoy.