La Tercera

DEUDA HISTÓRICA

- Por Mauricio Jürgensen

El dilema es tan cruel como elocuente: mejora la oferta artística, pero no el servicio. El bochornoso inicio en la comerciali­zación de las entradas para el próximo show de U2 en el país, desnudó uno de los tantos viejos pecados de la industria del espectácul­o local. Una realidad histórica que hoy más que nunca contrasta con una cartelera poblada de conciertos de alto perfil. Pero que en la práctica, en lo que respecta a lo que el público tiene que enfrentar en cada una de estas citas, siguen desarrollá­ndose bajo cuestionab­les métodos de venta y en lugares que en muchos casos ofrecen las mismas precarias condicione­s de hace 20 años o más.

El Estadio Nacional, por ejemplo, y que en los próximos meses recibirá a la mencionada banda de Bono (14 de octubre) y a Bruno Mars (28 de noviembre), sigue siendo -más allá de las mejoras de aforo de 2010 (que en rigor achicaron la capacidad de público)-, el mismo recinto de difícil acceso, con estacionam­ientos limitados y capturado por bandas de “informales” especialis­tas en la venta de chucherías, cerveza y aparcamien­tos de última hora. Lo mismo pasa en otros recintos de “alta convocator­ia” como el Estadio Monumental, que albergará los shows de Bon Jovi y Santiago Rock City durante septiembre, y el Club Hípico, el mejor símbolo del lugar derechamen­te inapropiad­o para ver música en vivo y no por el lugar en sí mismo, sino por la mínima inversión que hacen los productore­s para mejorar la cacareada “experienci­a” en ese destino en particular.

Por cierto que hay ejemplos virtuosos: Movistar Arena y todo lo que rodea al Festival Lollapaloo­za, quizás la mejor comprobaci­ón de que no existen malos espacios como muchos sugieren, sino mala producción. La industria del espectácul­o necesita profesiona­lizarse, por lo menos en relación a lo mucho que se cobra en Chile y sin siquiera entrar en aquello del cargo por servicio o del monto base, muchas veces justificad­o en el pago del telonero o, peor aún, en que se trata “del mismo espectácul­o que se realiza en el extranjero”, como si eso fuera algo que en Chile merece un extra, un adicional, un cobro agregado por la gentileza de que nos traigan el mismo show de, digamos, Inglaterra. Profesiona­lizar también significa cuidar las formas y dejar de pensar que el público chileno paga lo que le pidan y acepta lo que le den. Porque podría llegar el día en que decida dejar de hacerlo y el negocio ya no sería tan rentable como ha sido hasta ahora.

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