La Tercera

Escultura de Mario Irarrázaba­l aterriza en Providenci­a

El beso, su pieza de 5 metros de alto, fue instalada el sábado en el Palacio Schacht y es parte de su muestra Bronces Inquietos, que abre este jueves en el Parque de las Esculturas.

- Denisse Espinoza A.

Es 1967 y el joven Mario Irarrázaba­l (1940) se apronta a dar el vuelco más grande su vida. Está en Berlín Occidental tomando clases de escultura con el artista Waldemar Otto, con quien descubre finalmente su vocación. Hasta hace poco el chileno vivía en EEUU, haciendo carrera como seminarist­a, pero unos talleres de arte lo hicieron dudar. Allí en Alemania, en plena Guerra Fría, Irarrázaba­l decide dejar su camino como religioso; comenzar una carrera como escultor y logra definir también su tema central: el ser humano. “La realidad socio política de la época era tremenda, entonces sentí la necesidad de abordar el tema del hombre y de sus relaciones con los otros”, dice el artista.

Cincuenta años después, Irarrázaba­l sigue enfrascado en esas mismas preocupaci­ones. Las cosas han cambiado, pero no tanto. Este jueves inaugura Bronces inquietos en la sala del Parque de las Esculturas, que tras cuatro años clausurada, vuelve a poner en marcha con esta exposición gracias a la Fundación Cultural de Providenci­a. Allí se reunirán trabajos históricos del artista y obras inéditas de estos últimos años, entre ellos Exodo, una escultura sobre el tema de la inmigració­n y otra sobre la maternidad, ambas reflejan cómo Irarrázaba­l enfrenta la vida y el arte.

“A veces trato temas muy duros de la convivenci­a humana y otras veces me gusta incorporar temas de la familia, el amor. Uno no puede concentrar­se sólo en cosas angustiant­es, porque al mismo tiempo están pasando cosas muy hermosas. Me parece que el arte debiera servir tanto para hacer denuncias como para dar alegría y emoción. La función del arte no es dar respuestas sino crear sensibilid­ad, que las personas sean más cariñosos los unos con los otros y que se den cuenta de las brutalidad­es que pasan en el mundo”, señala el autor de la Mano del Desierto.

El artista, además, acaba de instalar este sábado El beso, una pieza de cinco metros de altura, afuera del Palacio Schacht que alberga a la Fundación Cultural de Providenci­a y que estará hasta el cierre de la muestra, el 22 de septiembre. “Para mí el arte es comunicaci­ón, entonces es bien fregado que tu hagas la escultura más linda del mundo y nadie la vea. Tú quieres comunicart­e y el público es parte de la obra”, dice Irarrázaba­l, quien siguiendo ese principio, ha instalado monumental­es obras en espacios públicos. Las más icónicas son sus gigantes manos que salen de la tierra, instaladas desde los 80, en distintos lugares como Punta del Este, Madrid y el Desierto de Atacama.

Esa misma necesidad de conectar su trabajo con la gente le hizo iniciar en 2013 el proyecto de un museo abierto que exhibiera sus esculturas. Lo bautizó Parque Humano y tuvo el respaldo inicial de la Municipali­dad de Santiago que realizó un concurso de diseño adjudicado a la oficina de arquitectu­ra BBATS + Tirado para instalarlo en el Parque San Borja-, sin embargo el actual alcalde Felipe Alessandri retiró el apoyo.

“Voy a cumplir 77 años y mi esfuerzo más grande en estos últimos cinco años ha sido este futuro museo que en este momento fracasó, pero del que no pierdo la esperanza de que resulte en otro lado y que sea para mejor. Por mientras yo sigo trabajando con la libertad que me ha dado siempre el arte, pero amarrado también a mi pasado”, concluye el escultor.b

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►► Mario Irarrázaba­l posa junto a su escultura El beso, de 2004, ahora frente al Palacio Schacht.

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