¿Eliminar el TC?
EL SENADOR Guillier ha propuesto en su programa eliminar el Tribunal Constitucional (TC); un “enclave antidemocrático” lo llamó. Esto no es nuevo en él. Antes, el 2009 en ADN lo motejó como el “gran censor de los cambios en Chile” y el 2015 en el Senado afirmó que era una “casamata” y una “institucionalidad nefasta” aprobada en dictadura. ¿Es sensato proponer ahora su eliminación? Claro que no; de hecho, creo que con su propuesta Guillier se equivoca en perspectiva histórica, jurídica y política.
El primer error de Guillier es suponer que el Tribunal Constitucional es una herencia de Pinochet. Olvida el senador que el TC chileno nace con la reforma constitucional de Frei Montalva en 1970. Ese año la DC y la centroderecha aprobaron su creación. Se opusieron entonces los partidos de la Unidad Popular pues, al decir del senador Teitelboim (PC), debía rechazarse “la fabricación de un organismo represivo que será una verdadera tumba para los derechos del pueblo, como es el TC”. Pero luego, con la llegada de Allende, la institución se validó pues los que antes la criticaron, una vez en el gobierno, acudieron a ella en reiteradas ocasiones para impedir que vieran la luz cambios aprobados en el Congreso. Tal vez por eso la Constitución de 1980 no le introdujo cambios profundos. Sí en cambio lo hizo la reforma del 2005 cuando, con el voto y el entusiasmo de todos (PR, PS y PPD incluidos) el TC asumió nuevas atribuciones. Pero hoy el candidato de la izquierda vuelve a la posición que tuvo ésta a fines de los sesenta: oponerse a la existencia del TC. Si eso no es retroceso y un error histórico, ¿cuál lo sería?
La propuesta del senador también falla si se mira el asunto desde la perspec- tiva del derecho. Suponer que el TC es un “enclave antidemocrático” es un profundo error. La historia del siglo XX muestra justamente lo contrario, esto es, que la existencia de estas instituciones fortalece la democracia y protege los derechos. No por nada 90 constituciones del mundo consagran cortes constitucionales. Y es que la democracia no es simplemente el gobierno de la mayoría. Dado que la sociedad moderna considera que hay reglas y derechos que ni siquiera las mayorías pueden alterar es que se ha extendido el control judicial sobre las decisiones de los congresos. Y este control recae regularmente en tribunales que toman la forma de cortes constitucionales (como en Alemania, España y Chile).
Pero el senador también se equivoca en lo político. Y no solamente porque el programa proponga “eliminar” de plano el TC y páginas después el mismo programa se contradiga al plantear que hay que revisar sus funciones para eventualmente sustituirlo. Más trascendente que ese nuevo error “colado” es preguntarse por qué suscribir una propuesta tan extrema. Ni siquiera el programa de Bachelet el 2014 –que no era precisamente socialdemócrataplanteaba aquello. Y la respuesta es política: ganarse el esquivo afecto de un sector que sueña con deshacer lo andado. Pero ello, junto con sacrificar el TC, también sacrifica cualquier posibilidad de diálogo para perfeccionarlo pues termina atrincherando las posiciones. Y eso en política es siempre lamentable.
Guillier vuelve a la posición que tuvo la izquierda en los 60: oponerse a que exista el TC. Si eso no es un error histórico, ¿cuál lo sería?
LA política chilena hay un importante sector de la población no representada actualmente. Falta un movimiento que enarbole y defienda sólidamente un puñado de principios fundamentales, tales como: la vida en toda sus manifestaciones; la familia nuclear conformada a partir del matrimonio entre un hombre y una mujer; la amistad cívica; la existencia de justicia efectiva; la primacía de la iniciativa personal, el esfuerzo, el trabajo y el mérito por sobre el privilegio inequitativo; el equilibrio entre los legítimos derechos y los insoslayables deberes; la preeminencia del orden social ante la violencia delictiva o terrorista; una educación de calidad al alcance de todos; etc.
Sin embargo, las “agendas ideológicas” impulsadas por determinadas élites copan el espacio de la comunicación pública, al tiempo que la mayoría de los políticos las siguen sin gran discernimiento, las más de las veces buscando con ello alcanzar éxito electoral. Contrariamente, el sentido común, confirmado habitualmente en el trato con personas provenientes de diversos orígenes sociales y de distintas edades, muestra que los anhelos reales de los chilenos están muy lejanos de las discusiones de género, del “matrimonio gay”, del aborto indiscriminado, de los reclamos por derechos individuales desbordados, y otras cuestiones de similar laya. Tampoco se hallan cercanos a una visión economicista de la vida que pone todo su acento en la tasa de crecimiento del PIB, en mediciones de eficiencia y en la competitividad exacerbada. No comulgan, puesto en el lenguaje al uso, ni con “progresistas”, ni con “individualistas liberales”. Y no pueden hacerlo, precisamente porque son personas que, consciente o inconscientemente, se niegan a ser deshumanizadas.
Ellas quieren contar con la posibilidad de formar una familia, poder darles a sus hijos una educación que los prepare medianamente para la vida y los desafíos laborales, aquilatan disponer de viviendas más confortables y espacios urbanos que hagan la vida más amable, desean tener a su alcance servicios de salud donde sean acogidas dignamente y tratadas oportunamente, sueñan con barrios tranquilos y una comunidad solidaria, donde no campee por sus fueros la inseguridad, la droga y el crimen. Y, en su mayoría, buscan obtener todo esto como fruto de su trabajo honrado. Por lo mismo, aprecian tener acceso a un empleo estable y justamente retribuido. Son hombres y mujeres de familia, comunidad, orden y trabajo. Por lo mismo, las diatribas ideológicas no los movilizan. No lo hace tampoco el culto al resultado, aunque aspiren a un bienestar material más alto y consideren relevante la correcta conducción macroeconómica. Parecen, además cansados de tanta división –muchas veces ficticiacon que alimenta su propia supervivencia más de algún personero público. La unidad nacional, en cambio, es para ellos un bien altamente preciado.
Parece, entonces, existir un amplio espacio político descubierto e insatisfecho, esperando a ser llenado por dirigentes y agrupaciones que hagan suyos los valores patrios y cristianos que han dado forma a la nación y pueden proyectarla a un futuro mejor. Líderes y movimientos que defiendan este ideario podrían cambiar decisivamente el escenario político chileno presente, incluso de cara a las próximas elecciones presidenciales que hay quienes aventuradamente ya dan por decididas.