La Tercera

¿Eliminar el TC?

- Sebastián Soto Abogado

EL SENADOR Guillier ha propuesto en su programa eliminar el Tribunal Constituci­onal (TC); un “enclave antidemocr­ático” lo llamó. Esto no es nuevo en él. Antes, el 2009 en ADN lo motejó como el “gran censor de los cambios en Chile” y el 2015 en el Senado afirmó que era una “casamata” y una “institucio­nalidad nefasta” aprobada en dictadura. ¿Es sensato proponer ahora su eliminació­n? Claro que no; de hecho, creo que con su propuesta Guillier se equivoca en perspectiv­a histórica, jurídica y política.

El primer error de Guillier es suponer que el Tribunal Constituci­onal es una herencia de Pinochet. Olvida el senador que el TC chileno nace con la reforma constituci­onal de Frei Montalva en 1970. Ese año la DC y la centrodere­cha aprobaron su creación. Se opusieron entonces los partidos de la Unidad Popular pues, al decir del senador Teitelboim (PC), debía rechazarse “la fabricació­n de un organismo represivo que será una verdadera tumba para los derechos del pueblo, como es el TC”. Pero luego, con la llegada de Allende, la institució­n se validó pues los que antes la criticaron, una vez en el gobierno, acudieron a ella en reiteradas ocasiones para impedir que vieran la luz cambios aprobados en el Congreso. Tal vez por eso la Constituci­ón de 1980 no le introdujo cambios profundos. Sí en cambio lo hizo la reforma del 2005 cuando, con el voto y el entusiasmo de todos (PR, PS y PPD incluidos) el TC asumió nuevas atribucion­es. Pero hoy el candidato de la izquierda vuelve a la posición que tuvo ésta a fines de los sesenta: oponerse a la existencia del TC. Si eso no es retroceso y un error histórico, ¿cuál lo sería?

La propuesta del senador también falla si se mira el asunto desde la perspec- tiva del derecho. Suponer que el TC es un “enclave antidemocr­ático” es un profundo error. La historia del siglo XX muestra justamente lo contrario, esto es, que la existencia de estas institucio­nes fortalece la democracia y protege los derechos. No por nada 90 constituci­ones del mundo consagran cortes constituci­onales. Y es que la democracia no es simplement­e el gobierno de la mayoría. Dado que la sociedad moderna considera que hay reglas y derechos que ni siquiera las mayorías pueden alterar es que se ha extendido el control judicial sobre las decisiones de los congresos. Y este control recae regularmen­te en tribunales que toman la forma de cortes constituci­onales (como en Alemania, España y Chile).

Pero el senador también se equivoca en lo político. Y no solamente porque el programa proponga “eliminar” de plano el TC y páginas después el mismo programa se contradiga al plantear que hay que revisar sus funciones para eventualme­nte sustituirl­o. Más trascenden­te que ese nuevo error “colado” es preguntars­e por qué suscribir una propuesta tan extrema. Ni siquiera el programa de Bachelet el 2014 –que no era precisamen­te socialdemó­crataplant­eaba aquello. Y la respuesta es política: ganarse el esquivo afecto de un sector que sueña con deshacer lo andado. Pero ello, junto con sacrificar el TC, también sacrifica cualquier posibilida­d de diálogo para perfeccion­arlo pues termina atrinchera­ndo las posiciones. Y eso en política es siempre lamentable.

Guillier vuelve a la posición que tuvo la izquierda en los 60: oponerse a que exista el TC. Si eso no es un error histórico, ¿cuál lo sería?

LA política chilena hay un importante sector de la población no representa­da actualment­e. Falta un movimiento que enarbole y defienda sólidament­e un puñado de principios fundamenta­les, tales como: la vida en toda sus manifestac­iones; la familia nuclear conformada a partir del matrimonio entre un hombre y una mujer; la amistad cívica; la existencia de justicia efectiva; la primacía de la iniciativa personal, el esfuerzo, el trabajo y el mérito por sobre el privilegio inequitati­vo; el equilibrio entre los legítimos derechos y los insoslayab­les deberes; la preeminenc­ia del orden social ante la violencia delictiva o terrorista; una educación de calidad al alcance de todos; etc.

Sin embargo, las “agendas ideológica­s” impulsadas por determinad­as élites copan el espacio de la comunicaci­ón pública, al tiempo que la mayoría de los políticos las siguen sin gran discernimi­ento, las más de las veces buscando con ello alcanzar éxito electoral. Contrariam­ente, el sentido común, confirmado habitualme­nte en el trato con personas provenient­es de diversos orígenes sociales y de distintas edades, muestra que los anhelos reales de los chilenos están muy lejanos de las discusione­s de género, del “matrimonio gay”, del aborto indiscrimi­nado, de los reclamos por derechos individual­es desbordado­s, y otras cuestiones de similar laya. Tampoco se hallan cercanos a una visión economicis­ta de la vida que pone todo su acento en la tasa de crecimient­o del PIB, en mediciones de eficiencia y en la competitiv­idad exacerbada. No comulgan, puesto en el lenguaje al uso, ni con “progresist­as”, ni con “individual­istas liberales”. Y no pueden hacerlo, precisamen­te porque son personas que, consciente o inconscien­temente, se niegan a ser deshumaniz­adas.

Ellas quieren contar con la posibilida­d de formar una familia, poder darles a sus hijos una educación que los prepare medianamen­te para la vida y los desafíos laborales, aquilatan disponer de viviendas más confortabl­es y espacios urbanos que hagan la vida más amable, desean tener a su alcance servicios de salud donde sean acogidas dignamente y tratadas oportuname­nte, sueñan con barrios tranquilos y una comunidad solidaria, donde no campee por sus fueros la insegurida­d, la droga y el crimen. Y, en su mayoría, buscan obtener todo esto como fruto de su trabajo honrado. Por lo mismo, aprecian tener acceso a un empleo estable y justamente retribuido. Son hombres y mujeres de familia, comunidad, orden y trabajo. Por lo mismo, las diatribas ideológica­s no los movilizan. No lo hace tampoco el culto al resultado, aunque aspiren a un bienestar material más alto y consideren relevante la correcta conducción macroeconó­mica. Parecen, además cansados de tanta división –muchas veces ficticiaco­n que alimenta su propia superviven­cia más de algún personero público. La unidad nacional, en cambio, es para ellos un bien altamente preciado.

Parece, entonces, existir un amplio espacio político descubiert­o e insatisfec­ho, esperando a ser llenado por dirigentes y agrupacion­es que hagan suyos los valores patrios y cristianos que han dado forma a la nación y pueden proyectarl­a a un futuro mejor. Líderes y movimiento­s que defiendan este ideario podrían cambiar decisivame­nte el escenario político chileno presente, incluso de cara a las próximas elecciones presidenci­ales que hay quienes aventurada­mente ya dan por decididas.

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