DEVUÉLVANME MI CHIQUERO
la misma manera, como una paradoja en el contransentido, no puede ser modificado: su imperfección.
El fútbol es popular porque se ha transformado en una metáfora de la vida. Y la vida está llena de errores, de miserias, de trampas, sufrimientos y mentiras. De la misma manera, está llena de actos grandiosos, jornadas inolvidables, momentos sublimes y alegrías infinitas. Y ambas cosas se equilibran, coexisten y permiten seguir adelante.
Necesitamos ser un poco sucios, pícaros y tramposos. También generosos, honrados y limpios. Nos gusta el balazo en el ángulo, la pared precisa, la mecanización perfecta, pero también apreciamos la provocación, el manotazo desesperado, la chuleta bien puesta.
En el fútbol hay héroes y villanos, habilidosos y troncos, débiles y violentos. Todo buen equipo necesita un burro, un vivo, un inteligente, un artista, un arrojado y un cobarde. No se puede jugar pensando que nadie va a errar, que nadie te va a robar el pan en la puerta del horno o te va sacar la billetera del abrigo. Parte de la gracia del fútbol está en esa posibilidad de que el absurdo y la injusticia se imponga.
Si le quitamos lo espontáneo, la falla, el guiño y lo sucio, sería como obligar a los artistas a pintar sólo cosas bellas y a los cantantes a ser siempre melódicos y afinados. La fealdad es parte de la vida, de la creación y no puede ser borrada por decreto. Lo imprevisto es parte del fútbol. La dinámica de lo impensado. Sin incertidumbre, sin margen de error, no hay posibilidad.
Qué es esto de tener que esperar 30 segundos para gritar el gol. Esperen, esperen… ya pueden celebrar. Es sacarle todo el sabor.
Señores de la FIFA: devuélvanme mi sabroso chiquero y no exterminen los árbitros siga, siga, por favor.
La cancha es una sola, el pabellón quirúrgico no sirve para esto. Supongo que el paso siguiente será el arbitraje con drones. Pero yo voy a estar felizmente muerto y, gracias a Dios, sin posibilidad de verlo.