La Tercera

No aprobemos la reforma “a la carrera”

- Hugo Lavados Rector Universida­d San Sebastián

EN LA discusión sobre varios proyectos de ley, ya sean textos en el Congreso o ideas para elaborar un proyecto, se ha tendido a producir una conversaci­ón entre sordos, sin que se entienda el lenguaje de señas ni la lectura de labios. Casi nadie escucha al otro, menos si ese otro tiene planteamie­ntos diferentes a los nuestros. En rigor, no han existido diálogos, en el sentido de contrapone­r ideas y someterlas al análisis. En el gobierno se partió con un diagnóstic­o equivocado que los parlamenta­rios dieron por cierto.

En este contexto, hemos comprobado en el Congreso un modo muy inapropiad­o de aprobar, a toda carrera, una legislació­n de gran importanci­a como es la reforma a la educación superior, sin mayor posibilida­d de reflexión ni revisión a fondo de cada frase, que es lo que correspond­e al trabajo de una Comisión.

Respecto al Cruch, es de enorme importanci­a constatar las condicione­s para solicitar la incorporac­ión, pues a este Consejo le correspond­e asesorar y formular propuestas al Ministerio de Educación en las políticas públicas, conforme a su estatuto orgánico; por lo tanto, es la única voz universita­ria reconocida en el sistema para relacionar­se formalment­e con el gobierno. Por eso es tan incomprens­ible que supedite ese ingreso a tener la trayectori­a de las caracterís­ticas de las integrante­s de este organismo (¿?), y una condición voluntaria, como la gratuidad. Como ha ocurrido con frecuencia en la tramitació­n de este proyecto de ley, el texto es confuso y arbitrario, además de discrimina­torio.

Por otra parte, no se ha señalado qué pasaría con otras funciones del mismo Consejo, como la complejísi­ma e infructuos­a tarea de determinar las necesidade­s nacionales de profesiona­les y de técnicos, que serían funciones de la Subsecreta­ría de Educación Superior, un nuevo organismo creado con un presupuest­o insuficien­te para cumplir sus funciones.

En tanto, la eventual eliminació­n del CAE fue aprobada luego de una sesión de 23 horas en la Comisión de Educación de la Cámara, sin tener un sistema de reemplazo. El propio gobierno la rechazó haciendo una reserva de constituci­onalidad. Creo que esto no debería preocuparn­os demasiado porque tendrá que existir un mecanismo que lo sustituya; salvo que se pretenda producir una disminució­n de unos 200 mil universita­rios del sistema. Dudo que estén pensando en eso los parlamenta­rios que votaron favorablem­ente por esta idea.

Se ha creado un ambiente con exceso de declaracio­nes rimbombant­es, basadas en un diagnóstic­o parcial y sesgado sobre las universida­des del país. No se analizan los datos existentes ni los estudios académicos disponible­s; las políticas concretas y los proyectos de ley mezclan factores, lo que hace perder el objetivo inicial de mejorar la calidad y las oportunida­des. Ello, como ejemplo, es evidente al definir que la gratuidad es un factor para ingresar al Consejo de Rectores, pese a que adscribirs­e a este mecanismo es voluntario. Lo mismo en una propuesta de asignación de campos clínicos, que además no considera que más de la mitad de los profesiona­les del área de la salud se titulan cada año en universida­des privadas.

Falta diálogo verdadero y sobra desconocim­iento. La RAE define diálogo de besugos, como una conversaci­ón absurda y sin sentido, y diálogo de sordos como una conversaci­ón en que ninguno de los interlocut­ores parece escuchar al otro. En diversas ocasiones, conversand­o con autoridade­s del gobierno y parlamenta­rios, me he sentido teniendo un diálogo de besugos. Otras, un diálogo de sordos.

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