La Tercera

Los nuevos pasos de Luis Poirot, un retratista de la memoria

Acaba de publicarse un volumen con más de 130 imágenes del fotógrafo chileno, desde su paso por Nueva York hasta los años de la UP. En julio expondrá en el Centro Cultural La Moneda, y en octubre sus series de Neruda llegarán a India. En noviembre, en tan

- Por Pedro Bahamondes Ch.

ERA su primera vez en Nueva York, y no quería que las luces de neón ni las pegajosas melodías de los Beatles lo idiotizara­n. Fue durante los primeros meses de 1969, el mismo año de Woodstock y el masivo rechazo a la guerra de Vietnam, cuando un joven Luis Poirot (1940) se echó a andar por las calles de la Gran Manzana como sonámbulo, atónito ante lo que ocurría frente a sus ojos. Anclada a su cuello, cual arma imbatible, llevaba la vieja cámara análoga que había comprado en el mercado negro chileno.

“Tomo fotos sin saber muy bien por qué, reaccionan­do instintiva­mente al impacto visual. No trato de ser otro fotógrafo como había hecho antes, copiando y buscando aprobación del que mira mis fotos. Descubro entonces el fotógrafo que soy con mi propio lenguaje”, se lee en las primeras páginas de La sopa derramada 1969-1973, el volumen recién editado por Lom y que comprime, en poco más de 130 imágenes en blanco y negro, la muestra que el fotógrafo chileno de 76 años expuso en el Museo de la Memoria en 2014. “Narra un viaje que partió en EEUU, y que siguió por Bolivia, Ecuador y todo lo que fue mi retorno a Chile, cuando fotografié los años de la Unidad Popular”, cuenta.

Dos semanas después, ya de vuelta en el país, el también actor y cineasta chileno expuso sus fotografía­s por primera vez. En ellas no solo había retratado, por cierto, la exquisita vida cultural neoyorquin­a de la época, sino además la pobreza y miseria en las calles, las multitudin­arias manifestac­iones políticas y a todo un abanico de personajes anónimos y sumidos en el alcohol y las drogas. “Luis Poirot no supo ver las bellezas de Nueva York, su visión de la vida es negativa”, consigna la crítica de Antonio Romera en El Mercurio, la única que circuló en medios locales ese año.

Poirot aún conserva el mísero trozo de página, cada vez más amarillent­o y a punto de resquebraj­arse: “La crítica nunca ha sido sedosa conmigo, aunque tampoco he hecho mérito por agradarles”, opina. “Soy un fotógrafo que trabaja con la memoria cultural de Chile, no fotografío políticos ni empresario­s ni banqueros ni a nadie de ellos. No me interesan. Yo trabajo con la gente que marca una huella en la memoria, y ¡cómo no hacerlo en un país amnésico como este!”, alega.

Después de Allende no volvió a retratar a un político. ¿No encontró una imagen similar a la suya en alguno posterior?

No lo sentí con Michelle Bachelet, pero sí con Ricardo Lagos. Siento muchísimo que el Partido Socialista haya cometido el acto vergonzoso de haberle dado la espalda y eliminarlo de una candidatur­a. Lagos era el presidente que necesitaba Chile y nos lo hemos farreado, por eso el panorama está como está.

Ud. fotografió a Neruda, a Víctor Jara, a Donoso y a tantos otros. ¿Se arrepiente de no haber retratado a alguien más?

Sí, siempre he lamentado no haber fotografia­do a Violeta Parra. Me cohibí y lo reconozco, y es una deuda que me quedó penando. Aún la estoy viendo en la Feria de la Primavera del Parque Forestal en los 60, en un mesón haciendo figuras de greda. Los pituquitos y pituquitas se reían de ella, igual cuando cantaba. Hoy está lleno de homenajes, pero en vida fue una mujer que se abrió paso contra la fuerza de las aguas, y esos son los personajes que me interesan; no los del marketing ni quienes gozan del éxito de la televisión o que han salido entrevista­dos en revistas de papel couché. Son personas que tienen una convicción y la llevan tengan o no la aprobación del medio.

Trabajador obstinado

Una mañana, a comienzos de diciembre del año pasado, el teléfono de Luis Poirot sonó insistente­mente, pero él nunca contestó. Era lunes, recuerda, pues desde hace años decidió con su mujer, la artista Fernanda Larraín (39 años menor), tomarse libres los primeros días de la semana. Recién contestó a la mañana siguiente, cuenta: era la secretaria del ministro de Cultura, y lo llamaba para decirle que acababa de ganar el Premio a la Trayectori­a Antonio Quintana. “Fue muy emocionant­e, porque uno no espera en Chile ese tipo de reconocimi­entos, al menos no en vida sino cuando estás muerto. Para mí, que he sido siempre un fotógrafo contracorr­iente, fue una reafirmaci­ón de mi

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