La Tercera

Ella canta sola

El de Ariana Grande es un espectácul­o sin más motivo que ella misma, la glorificac­ión de su figura y de esa garganta elástica que sigue empeñada en demostrar habilidad gimnástica.

- Marcelo Contreras

Hay cierto nerviosism­o en los ingresos del Movistar arena, una ligera tensión en el aire a la espera del regreso de Ariana Grande. Carabinero­s se deja ver al interior de la estación Parque O’Higgins, y más policías se divisan en el punto opuesto, el ingreso por Beaucheff. Lo mismo sucede en el acceso principal del recinto, grupos de cinco uniformado­s a pocos metros de distancia marcan presencia. La situación tiene algo de paradójico porque el público de Ariana Grande, mayoritari­amente femenino y muy joven, no representa riesgos en si mismo. Pero el fantasma del brutal atentado terrorista en Manchester en su concierto del pasado 22 de mayo con un total de 23 muertes y 250 heridos, está presente. Sin embargo, el control más notorio no doblega el ánimo de fiesta. La venta de orejitas como cintillo -el símbolo de la cantante estadounid­ense de 24 años- es un éxito, también credencial­es, poleras y el pop corn. El aroma del confite se siente en el aire.

Un video comienza a correr a las 21.12. Es una especie de prueba de cámara con Ariana sin mucho maquillaje como protagonis­ta. El cronómetro marca 10 minutos en reversa. Será exactament­e el tiempo que el público, las 12 mil 500 personas que abarrotan al límite el Movistar Arena, con butacas distribuid­as en cancha y escasos pasillos, tendrá que esperar hasta que la cantante entre en escena. A los seis minutos de espera la gran mayoría de la audiencia se vuelve a sentar.

A diferencia de su concierto en el mismo recinto en octubre de 2015 donde solo había pantalla gigante, bailarines y un DJ parlanchín, en esta gira bautizada Dangerous Woman, tal como el álbum homónimo del año pasado, ahora figura una banda y un espectácul­o más sofisticad­o subdividid­o en cuatro episodios.

El escenario es completame­nte blanco y en el primer acto los bailarines y la estrella pop irán de negro. Luego habrá cambios de vestuario, diversos números coreográfi­cos, coordinaci­ón exacta con videos proyectado­s en la gigantesca pantalla, y sonido impecable.

Al centro siempre Ariana, más bien su voz. La imagen sigue siendo importantí­sima y atractiva, con una elegancia que recuerda a las más glamorosas estrellas de cine de los 60 y citas a la estética Playboy, pero es el registro vocal el eje de todo su espectácul­o. Sus canciones aún siguen aferradas en torno a la acrobacia caracterís­tica del R&B y el neo soul. No importa si practica esos estilos o se desplaza hacia el hip hop o la EDM (Electronic Dance Music). Lo importante en su música radica en cuantas escalas es capaz de edificar. Es tanta su confianza en el caudal vocal que no tiene coristas como soporte.

El de Ariana Grande es un espectácul­o sin más motivo que ella misma, la glorificac­ión de su figura y de esa garganta elástica que a casi dos años de su visita, sigue empeñada en demostrar habilidad gimnástica. El carácter sigue siendo una asignatura pendiente.

Crítico de música

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