La Tercera

El amor tóxico de Trump y Putin

- Nina Khrushchev­a

El Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, debe estar extasiado: finalmente y al margen de la cumbre del G20 en Hamburgo, Alemania, se reunirá con su contrapart­e rusa y héroe Vladimir Putin. Es extraño, si es que no es algo sin precedente­s, para alguien en esa posición que le deba tanto a un solo líder extranjero. Para Trump, las posibles intrusione­s de Putin en las elecciones presidenci­ales de 2016 pueden bien haber contribuid­o a su victoria, incluso cuando éstas han hecho también un daño considerab­le a su Presidenci­a.

Trump expresó su admiración por Putin mucho antes de la elección y, parece que fantaseó con reunirse con él, un sueño tan potente que lo llevó a decir que en realidad el encuentro se había producido en el concurso de Miss Universo en Moscú en 2013. La fantasía de Trump ahora se convertirá en realidad, pero justo en un momento en que un fiscal especial está investigan­do sobre si la campaña de Trump se coludió con Rusia para intervenir en las elecciones. Uno debe preguntar si desde la perspectiv­a de Putin, los aparentes esfuerzos de Rusia para ayudar a que Trump fuera elegido han tenido sus ganancias.

Trump está sembrando el caos en Occidente. Los generales de Rusia, podemos asumir, se regocijan cada vez que Trump se niega a respaldar el artículo 5 de la OTAN – la cláusula base de defensa colectiva de la alianza- y en cambio envenena a la alianza al despotrica­r contra sus líderes por su inadecuado gasto en defensa. Los desacuerdo­s de Trump con la canciller alemana, Angela Merkel, que declaró después de la cumbre del G7 en mayo que Estados Unidos ya no es considerad­o un “socio confiable” como alguna vez fue, también han encendido una profunda incertidum­bre. Putin está fracasando al defender su objetivo de un acuerdo tácito con la clase media rusa –“te quedas tranquilo y yo sigo mejorando tu estilo de vida”- y la resultante desazón se puede ver cada vez más en las calles de las ciudades rusas. Otra fuente de incertidum­bre es lo último que Putin quiere o que la economía rusa necesita. Por supuesto, es improbable que el creciente descontent­o disuada a Putin de que se presente para la reelección el próximo año.

Pero sin todas esos importante­s acuerdos, que le han entregado a Putin una clase de legitimida­d más duradera que cualquier voto, será cada vez más difícil mantener a las distintas facciones de la elite rusa en línea. A cambio, los suspicaces miembros de esas facciones pueden comenzar a cuestionar la viabilidad a largo plazo del sistema que Putin ha construido. Nadie sabe qué ocurrirá cuando esos cuestionam­ientos capturen más atención.

En la raíz de la afinidad entre Trump y Putin está el sentido de que ambos son esencialme­nte hombres fuertes. Pero esa afinidad y su relación, cualquiera que ésta sea, podría ser lo que los debilite. Así como las intervenci­ones de Putin en las elecciones presidenci­ales de Estados Unidos han socavado la Presidenci­a de Trump, lo que se ha visto reflejado en la baja aprobación, el comportami­ento caótico de Trump ha dañado la posición de Putin, que ya estaba socavada por su mal manejo económico. En la cumbre del G20, Trump debería saborear su esperado apretón de manos con Putin, antes de que Trump y su héroe autocrátic­o lamenten haberse buscado el uno del otro.

Profesora de Asuntos Internacio­nes. Project Syndicate, 2017.

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