Tirria burda
EL SENADOR Carlos Montes, refiriéndose a la próxima elección, afirma que Chile no es de derecha y que Piñera, la otra vez, fue una excepción. El argumento, además de simplista (Montes ni intentó fundamentarlo), suena deshonesto viniendo de quien lo esgrime.
Hagamos memoria. La Concertación, su conglomerado, operó durante 20 años con un diagnóstico opuesto. Y esto porque el plebiscito del 88 habría arrojado un empate entre la derecha y la centroizquierda. Es decir, los 16 años de dictadura habrían predispuesto al país a no querer volver a intentar un vuelco pendular; hartos de conflictos y esperanzados en que el crecimiento económico continuaría, los chilenos habrían querido reconciliarse. Esto habría llevado a la Concertación a aceptar los términos y proyecciones de la dictadura sin an- gustia. O si no, cómo entender dos décadas de consensualismo y cogobierno con la derecha, ambas fuerzas a menudo indistinguibles, siendo Lagos (el candidato hasta no hace mucho de Montes) su más notorio ejemplo.
Ahora bien, es comprensible que a personeros de centroizquierda, en un contexto de radicalización, les resulte incómodo la imagen que han estado proyectando: la de una coalición que aceptó atenerse al “rayado de la cancha” para llegar al poder, aun cuando en su fuero interno repudiaran su propio actuar “en la medida de lo posible”. Así las cosas, aparecen como una fuerza no de derecha, en un país no de derecha (concedámoslo), pero que llegados a La Moneda y al Congreso, gobiernan obligados según lo que la razón y el realismo prescriben, es decir, como si fuesen de derecha.
Es que, veamos, ganar elecciones y gobernar no es lo mismo, y para influir no es necesario ser gobierno. Lo primero lo saben la Concertación y la Nueva Mayoría. Lo segundo es el gran acierto de la derecha post 1988: aun cuando no le es nada nuevo, obedece a toda una historia previa. Recordemos que la derecha cooptó gobiernos radicales en los años 40 frenando sus inclinaciones izquierdistas; en los 50, propuso lógicas económicas que anticiparon el neoliberalismo; sobrevivió su casi extinción bajo Frei Montalva; y sirvió de contrapeso frente a la UP (cfr. Sofía Correa, Con las riendas del poder, 2004).
El que el país no sea de derecha, amén de criterio dudoso, ¿por qué habría de invalidar su opción? Más aún si, después del 2010, está visto que la derecha puede imponerse de producirse descalabros en la coalición gobernante, escenario que se ha estado dando bajo un nuevo gobierno de Bachelet. Por último, el senador no pareciera haber reparado que la abstención en alza (va en más de un 60%) desfonda su metafísica. De volver a repetirse, y no habiendo motivos para que se revierta, ningún grupo organizado podrá reclamar para sí un universo mayoritario, y menos total, de este país.
Decíamos al inicio que Carlos Montes pecaría de deshonesto. Niega lo que ha sido la evolución política de estas últimas casi tres décadas, ningunea a la derecha, y solo concibe como actor a una centroizquierda, sin embargo, hecha tiras.
Carlos Montes ningunea a la derecha y solo concibe como actor a una centroizquierda, sin embargo, hecha tiras.