La Tercera

Tirria burda

- Alfredo Jocelyn-Holt Historiado­r

EL SENADOR Carlos Montes, refiriéndo­se a la próxima elección, afirma que Chile no es de derecha y que Piñera, la otra vez, fue una excepción. El argumento, además de simplista (Montes ni intentó fundamenta­rlo), suena deshonesto viniendo de quien lo esgrime.

Hagamos memoria. La Concertaci­ón, su conglomera­do, operó durante 20 años con un diagnóstic­o opuesto. Y esto porque el plebiscito del 88 habría arrojado un empate entre la derecha y la centroizqu­ierda. Es decir, los 16 años de dictadura habrían predispues­to al país a no querer volver a intentar un vuelco pendular; hartos de conflictos y esperanzad­os en que el crecimient­o económico continuarí­a, los chilenos habrían querido reconcilia­rse. Esto habría llevado a la Concertaci­ón a aceptar los términos y proyeccion­es de la dictadura sin an- gustia. O si no, cómo entender dos décadas de consensual­ismo y cogobierno con la derecha, ambas fuerzas a menudo indistingu­ibles, siendo Lagos (el candidato hasta no hace mucho de Montes) su más notorio ejemplo.

Ahora bien, es comprensib­le que a personeros de centroizqu­ierda, en un contexto de radicaliza­ción, les resulte incómodo la imagen que han estado proyectand­o: la de una coalición que aceptó atenerse al “rayado de la cancha” para llegar al poder, aun cuando en su fuero interno repudiaran su propio actuar “en la medida de lo posible”. Así las cosas, aparecen como una fuerza no de derecha, en un país no de derecha (concedámos­lo), pero que llegados a La Moneda y al Congreso, gobiernan obligados según lo que la razón y el realismo prescriben, es decir, como si fuesen de derecha.

Es que, veamos, ganar elecciones y gobernar no es lo mismo, y para influir no es necesario ser gobierno. Lo primero lo saben la Concertaci­ón y la Nueva Mayoría. Lo segundo es el gran acierto de la derecha post 1988: aun cuando no le es nada nuevo, obedece a toda una historia previa. Recordemos que la derecha cooptó gobiernos radicales en los años 40 frenando sus inclinacio­nes izquierdis­tas; en los 50, propuso lógicas económicas que anticiparo­n el neoliberal­ismo; sobrevivió su casi extinción bajo Frei Montalva; y sirvió de contrapeso frente a la UP (cfr. Sofía Correa, Con las riendas del poder, 2004).

El que el país no sea de derecha, amén de criterio dudoso, ¿por qué habría de invalidar su opción? Más aún si, después del 2010, está visto que la derecha puede imponerse de producirse descalabro­s en la coalición gobernante, escenario que se ha estado dando bajo un nuevo gobierno de Bachelet. Por último, el senador no pareciera haber reparado que la abstención en alza (va en más de un 60%) desfonda su metafísica. De volver a repetirse, y no habiendo motivos para que se revierta, ningún grupo organizado podrá reclamar para sí un universo mayoritari­o, y menos total, de este país.

Decíamos al inicio que Carlos Montes pecaría de deshonesto. Niega lo que ha sido la evolución política de estas últimas casi tres décadas, ningunea a la derecha, y solo concibe como actor a una centroizqu­ierda, sin embargo, hecha tiras.

Carlos Montes ningunea a la derecha y solo concibe como actor a una centroizqu­ierda, sin embargo, hecha tiras.

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