La Tercera

Soberbios y belicosos

- Juan Enrique Vargas Profesor Universida­d Diego Portales

LA GENTE que produce es tan granada, tan soberbia, gallarda y belicosa...”, esta descripció­n de Alonso de Ercilla por siglos ha llenado de orgullo a nuestros connaciona­les, lo que explica que sea por lejos la estrofa más citada de La Araucana. Qué duda cabe que contiene dos adjetivos claramente elogiosos: granada y gallarda; pero los mezcla con otros dos que solo una mirada muy especial podría considerar como elogiosos: soberbia y belicosa. Recordemos que son soberbios quienes se comportan con arrogancia y belicosos los que son agresivos.

¿Somos realmente así? Tradiciona­lmente los chilenos éramos más bien modestos, opacados, quitados de bulla, en el contexto de un país que realmente no tenía mucho de qué vanagloria­rse. Primero los éxitos económicos y luego los deportivos han cambiado radicalmen­te esta situación. Nos pusimos pesados, prepotente­s y sobradores. Parece que la sobriedad chilena no era tal, sino solo una máscara fruto de circunstan­cias adversas.

Y qué hay del otro adjetivo, el de belicosos. Más allá de que los textos de historia se han encargado de machacar nuestras victorias militares, lo cierto es que la agresivida­d nunca había sido considerad­a como una caracterís­tica de nuestro comportami­ento público y mucho menos una cualidad, hasta estos últimos años. Día a día esto pareciera ir cambiando; la violencia en el lenguaje, en los gestos e incluso la física, va imponiéndo­se en nuestras relaciones. Para comprobar lo primero basta con acceder a cualquier red social o blog, donde algo que no sea un ataque pareciera ser un comentario aburrido o intrascend­ente. Por otra parte, las manifestac­iones de violencia física son cada vez más recu- rrentes, sobre todo cuando las personas pueden esconderse entre las masas. Ya resulta común leer sobre agresiones de grupos o patotas (recordemos que fue una particular­mente inaceptabl­e la que dio lugar a la Ley Zamudio contra la discrimina­ción). A ello hay que sumarle los cada vez más reiterados casos de violencia en los estadios y los niveles descontrol­ados de vandalismo y destrucció­n que acompañan prácticame­nte todas las manifestac­iones públicas. Por supuesto, también hemos debido enfrentar casos más agudos de uso de la violencia como instrument­o de expresión política.

Lo más grave ahora es que lo que parecía una anomalía que se producía entre ciertos grupos o en determinad­os contextos, que aún podíamos catalogar como marginales y eran objeto de reprobació­n pública, corre el riesgo de que se naturalice y se tome incluso el debate político. Al menos por lo visto durante las recientes primarias, la agresivida­d y las descalific­aciones personales parecieran ser hoy mucho más rentables que los planteamie­ntos fundados y la discusión de ideas.

Después de todo, quizás no sea tan malo perder de vez en cuando un partido de fútbol, si de pronto eso nos hace ponernos un poco más humildes. Y puede también que alguna lección positiva saquen los candidatos presidenci­ales del bochornoso debate de Chile Vamos. Hay que ser optimistas, a ver si en una de esas dejamos de ser tan soberbios y belicosos.

Los chilenos nos pusimos prepotente­s. Por lo visto en las primarias, la agresivida­d pareciera ser más rentable que la discusión de ideas.

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