La Tercera

Matar a los pobres

- Pablo Ortúzar Antropólog­o social

“MATAR A LOS pobres” es una canción del grupo Dead Kennedys en la que, encarnando irónicamen­te a las elites de izquierda y derecha, fantasean con borrar a los pobres mediante bombas de neutrones. Y mientras los barrios marginales “desaparece­n bajo una luz brillante”, los acomodados de todos los bandos hacen una fiesta, bailan y brindan con champaña.

En Chile hemos elegido métodos menos elegantes. A la mayoría de los pobres no los matamos: los silenciamo­s, los apartamos y los despreciam­os. No les quitamos el voto (solo a los presos), pero ponemos todos los incentivos para que no voten. A veces aparecen en la televisión, y nos reímos de ellos. De “esos locos pobres”.

A los más débiles entre los pobres, eso sí, los matamos. O los dejamos morir, que es a veces más fácil. Una buena helada en invierno. Una que otra pasada de mano en el Sename. O no meter- nos cuando se matan entre ellos. Como se van yendo por goteo, pasa piola. Además, es “culpa de todos”. Sus muertes no importan más que a la crónica roja, como la de Sergio

Landskron, a menos que se vinculen a alguna agenda de elite. Tienen que tener algún cuento extra, como Daniel Zamudio, para generar empatía.

Como los pobres reales son demasiado pobres y, en todo caso, necesitamo­s algo de cultura popular para entretener­nos, la inventamos. O “rescatamos”. Su cueca brava, su cañita de vino a precio de botella. “Firme junto al pueblo”. Algo guachaca. Quizás unos blogs moralizant­es que idealicen a Fruna o que supongan que todos los pobres son de izquierda (o deberían serlo). Ah, y los blocks de Villa San Luis. Porque es más fácil hacer un museo de la integració­n social donde no hay pobres a 20 kilómetros a la redonda, que tratar de pensar políticas públicas que la posibilite­n hoy en día.

También es importante, al parecer, que los pobres reales a los que les perdonamos la vida no se suban por el chorro. No deberían creer que tienen derecho a opinar sobre lo que no entienden. O a cuestionar lo que le enseñan a sus hijos. O a vender cosas en la calle. O al debido proceso si carterean. Y menos a ventilar por las calles tanta xenofobia, transfobia, homofobia, machismo y evangelism­o. Si el debido proceso no fue inventado para los pobres, mucho menos la libertad de expresión. O la educaciona­l, la de culto y la de comercio. El Nico Eyzaguirre dijo la pura verdad: los patines para los que saben patinar.

Tanto desprecio, claro, quizás tenga una reacción. Puede que toda la incorrecci­ón política popular reprimida en pro de consensos culturales cosmopolit­as, vaya acumulándo­se en algún lado. Puede que los muertos quizás tengan seres queridos que no perdonen tan fácil. Puede que un día los humillados se levanten a votar y terminemos con las fronteras cerradas a la migración, con un populista de presidente y con algún líder religioso de ministro de Educación. Quizás ahí nos arrepintam­os de no haberlos tomado en serio y de creer que podíamos llegar e imponerles lo que nos diera la gana, sin explicacio­nes ni mediacione­s políticas. De haber preferido reírnos de ellos en vez de tratar de entender lo que querían decir. O de haberlos dejado morir entre informe e informe que explicaba que se estaban muriendo, pero que nadie tenía la culpa.

Tanto desprecio, quizás tenga una reacción. Quizás ahí nos arrepintam­os de haberlos dejado morir entre informe e informe que explicaba que se estaban muriendo, pero que nadie tenía la culpa.

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