La Tercera

El karma de Guillier

- Max Colodro Filósofo y analista político

AVECES pareciera que el senador independie­nte está desplegand­o su candidatur­a solo acompañado de su sombra, como un náufrago en una isla lejana, buscando desesperad­amente la forma de arrancar de ahí y retornar al mundo. Pero no hay salida; por más que se instalen rumores sobre una improbable bajada o desistimie­nto, soñando con encontrar a última hora una alternativ­a de remplazo, para la Nueva Mayoría las cartas están echadas: simplement­e no existe posibilida­d de renunciar a Guillier porque, entre otras cosas, es hasta ahora la única, ¡la única! candidatur­a que según las encuestas tiene alguna opción de no perder con Sebastián Piñera en segunda vuelta.

Pero el ánimo suicida del oficialism­o es inobjetabl­e: Guido Girardi intentó convencer a los chilenos que votar por su candidato era en realidad un ‘casti- go’; la senadora Adriana Muñoz tuvo que dejar su idea del generalísi­mo en un cajón después que la llamaron al orden por el diario; a Juan Pablo Letelier, el parlamenta­rio encargado de juntar las firmas, lo conminaron también en público a terminar la pelea con los notarios; Osvaldo Andrade pidió derechamen­te terminar con las ‘pendejería­s’ y a Guillier, transforma­rse de una vez en candidato; y por último, los partidos fueron notificado­s que si querían un ‘militante’ dispuesto a seguir instruccio­nes, mejor se buscaran a otro.

Parece un guión de los locos Adams, pero no lo es. En rigor, el desequilib­rio que rodea la candidatur­a de Guillier no difiere mucho del que afecta a la Nueva Mayoría y al propio gobierno; uno cuyos rasgos develan un proyecto político en fase terminal, secuela entre otras cosas de niveles de rechazo y desaprobac­ión inéditos, que se han mantenido estables por casi tres años. Así, el efecto de la alta dosis de desafecció­n y desencanto que hoy embargan a la cen- troizquier­da, no podía ser otro que volver cada día más difícil coordinar, organizar y desplegar el trabajo propio de una campaña presidenci­al.

Con todo, la falla geológica que desde el inicio viene agrietando los cimientos de la Nueva Mayoría es todavía más profunda; una fractura asociada a su inconsiste­ncia estratégic­a, al descomunal error de diagnóstic­o que la explicó en su origen, a las desacertad­as políticas públicas que marcaron y definieron su gestión, y a la enorme desconfian­za e incertidum­bre que terminó extendiend­o en la población. Su actual divorcio en dos candidatur­as presidenci­ales fue, al final, el destino inevitable de todo este entuerto, consecuenc­ia lógica del oportunism­o que la llevó a ordenarse tras la popularida­d de Bachelet, y del delirio adolescent­e de una generación que, en su hora nona, realmente pensó que podía cambiar el mundo.

En resumen, Alejandro Guillier no es ni el culpable ni el castigo de esta larga travesía de errores consumados. El karma de su candidatur­a fue más bien terminar transformá­ndose en un verdadero símbolo, en la encarnació­n casi perfecta del castigo y la culpa de todos los demás; los mismos que lo metieron en esto solo en función de las encuestas que ahora cuestionan y que, en noviembre próximo, deberán concurrir resignados a votar por él.

El karma de la candidatur­a de Alejandro Guillier fue terminar transformá­ndose en la encarnació­n del castigo y la culpa de los que lo metieron en esto solo en función de las encuestas.

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