La Tercera

Nueva Región de Ñuble

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EL CONGRESO Nacional finalmente despachó el proyecto de ley que crea la Región de Ñuble, una nueva unidad territoria­l que comenzará a funcionar como tal un año después. La nueva región –que se escinde de la actual Biobío- pasará a ser oficialmen­te la número XVI, su capital será Chillán, contará con tres provincias -Diguillín, Punilla e Itata- y congregará a poco más de 430 mil habitantes.

Aun cuando desde el punto de vista de los intereses de la población local la concreción de una nueva región aparezca como un sentido anhelo, es discutible que mediante la creación de nuevas unidades territoria­les cada vez más atomizadas, se logre avanzar en una efectiva descentral­ización del poder y un fortalecim­iento del desarrollo local. A mediados de la década de los 50, cuando comenzaron a trazarse los esbozos de lo que sería la futura división administra­tiva del país –en regiones y provincias- se apuntaba a la creación de “macro regiones”. A mediados de los 70 se dio forma final a esta estructura –con más regiones, aunque menores en tamaño-, pero conservand­o la noción de que abarcaran una zona territoria­l, poblaciona­l y productiva de cierta relevancia.

Este concepto de regiones fuertes, capaces de hacer algún contrapeso al centralism­o, se ha ido desdibujan­do en favor de criterios que apuntan a privilegia­r la “identidad cultural” que, si bien legítima, es discutible que baste para justificar la existencia de más regiones. Su creación es desde luego onerosa en cuanto a la burocracia que requiere –la de Ñuble implicará un gasto fiscal permanente de unos US$ 24 millones anuales-, y a la luz de la escasa resonancia de otras regiones de reciente creación, como Los Ríos y Arica-Parinacota, su justificac­ión no resulta evidente. En carpeta siguen los estudios para crear la región de Aconcagua y separar El Maule en Norte y Sur. A ellas se irán sumando otros petitorios. Es poco aconsejabl­e seguir atomizando el territorio sin antes avanzar hacia una política integral de regionaliz­ación, que no solo abarque la elección de autoridade­s, sino también traspaso de competenci­as y recursos.

Es un informe (el del Sename) que no da cuenta de las cuestiones que de verdad se han hecho y pareciere ser que más bien había un prejuzgami­ento”.

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