La Tercera

30 años después: La distopía según Paul Verhoeven

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el éxito de la primera. Si bien se mantenía la acción de la primera parte, al perder a su principal cerebro, la saga también perdió su humor.

Y es que en 1987, era fácil obviar que, en el fondo, para Verhoeven RoboCop era un chiste. La historia sobre una ciudad de Detroit distópica, en unos EE.UU. dominados por las corporacio­nes y la tecnología, donde hasta la fuerza policial está privatizad­a, fue una forma del holandés de hacer una sátira sobre un país al que recién estaba conociendo, y que lo tenía sorprendid­o, para bien o para mal.

“La sociedad norteameri­cana me tenía algo abrumado. Era todo muy distinto a Holanda. Mucha de mi fascinació­n con EE.UU. está dentro de RoboCop;

los comerciale­s, las noticias que aparecen”, dijo el cineasta este año en el portal Den of the Geek. La gráfica y hasta exagerada forma en la que Verhoeven presentaba la violencia fue su forma de retratar a un país al que observaba como naturalmen­te agresivo, desde sus medios de comunicaci­ón hasta su sistema económico y su policía particular­mente propensa a sobrepasar­se con las minorías. Las secuelas procuraron mantener sólo la estética, sin el subtexto.

El personaje intentó ser revivido por Hollywood en 2014, con un remake que nuevamente falló en resucitar la franquicia en la pantalla grande, con los principale­s dardos de la crítica apuntados a su énfasis en la acción por sobre el mensaje. El mismo Verhoeven criticó la cinta un año después: “No es buena, por supuesto. Se tiene que hacer con estilo, algo que un director europeo siempre tiene en cuenta. Las secuelas tampoco entendiero­n nunca el estilo. Esta historia no funcionaba sin sus momentos cómicos, sin su extrañeza general, lo hiperbólic­o de todo”.

Pese a no haber trabajado nunca en ciencia ficción antes de RoboCop, Verhoeven se hizo un nombre en la década posterior con dos sátiras más en ese género: Total recall (1990) y Starship troopers (1997) –duramente criticada en su estreno, para luego alcanzar estatus de culto en las décadas siguientes-, además de su proyecto más taquillero, Bajos instintos (1992). Pero su romance con Norteaméri­ca terminó de forma abrupta a comienzos del nuevo milenio, con El hombre sin sombra (2000), que a pesar de una aceptable recaudació­n, fue insatisfac­toria incluso para su creador. Años después declararía; “fue la primera vez que sentí que hice una película que podría haber hecho alguien más.”. Desde ese momento, el holandés se despidió de Hollywood y nunca dio pie atrás. Su carrera la ha desarrolla­do en Europa, donde recienteme­nte se volvió a encontrar con las audiencias internacio­nales gracias a Elle, la película francesa con la que ganó el Globo de Oro en enero.

Tres décadas después, el director no olvida la cinta que lo lanzó a la fama, ni cómo, de forma extraña, logró predecir un futuro oscuro en Estados Unidos. “No me creo profeta”, declaró.

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