¿No iba a haber una revolución?
Periodista
Todo parece innecesario en esta versión de La gaviota, de Chéjov, dirigida por Francisco Albornoz. El telón con la imagen de San Petersburgo; los retratos de Lenin, Stalin, Gagarin y Marx; las letras de neón en ruso, el diseño retro tipo Barrio Italia, el uso de micrófonos inalámbricos y los actores cantando en vivo. Por su reiteración en otras obras del director, estos recursos comienzan a agotarse.
Chéjov diseccionó la vida social y privada previa a la Revolución Rusa y logró que la inminencia de la muerte, dolores y pequeñas alegrías de los personajes resulten actuales. No es fácil montar un texto con tal carga histórica y que los espectadores de hoy sientan lo que la obra generó en su tiempo. En esa época no había escape posible a la Revolución.
Albornoz parece haber renunciado a la provocación, a poner en crisis sus propias convenciones. Su gran acierto es el impostado monólogo inicial de Nina, donde cita a Neva, de Guillermo Calderón. Adentro, se representa algo parecido a la vida pero que no lo es; afuera, la represión, la matanza.
Si hablamos de economía de recursos, a esta versión de La Gaviota le vendría bien la austeridad y pobreza de Neva, donde la puesta en escena se apoyaba en exclusivo en soberbias actuaciones y en una propuesta espacial minimalista solo iluminada por una estufa eléctrica.
La obra parte con los sonidos grabados de un perro, los molestos ladridos que tanto inquietan a los personajes. Luego, un grupo de actores se prepara para una función e interpreta una canción popular que se parece al Canto Nuevo. Los actores entran en los códigos de la ficción y se plantean la pregunta fundamental de Chéjov: cómo hacer teatro y, a la vez, vivir y amar. Este es un texto sobre el teatro, sí, y también sobre el deseo, la pérdida, el paso del tiempo, la soledad, el fracaso.
El joven Kostia (Camilo Navarro), aspirante a dramaturgo, está enamorado de Nina (Monserrat Ballarín), quien, a su vez, se flecha de un exitoso escritor y amante de la madre de Kostia, una diva crepuscular y actriz castradora.
Chéjov muestra todos los tipos de artista que existen. Quizá por ese motivo Albornoz incluyó en el elenco a rostros televisivos como Alvaro Morales y Francisco Reyes. La mayoría de los actores salen airosos del reto: Ximena Rivas, quien construye una atemporal Irina Arkadina, los convincentes Camilo Navarro y Monserrat Ballarín y la formidable Masha de María Jesús Marcone, la que anda “de luto por la vida. En esta ocasión, el elenco más joven eclipsa al resto.