DA LA IMPRESIÓN QUE LOS PARLAMENTARIOS QUE SE OPONEN AL ABORTO ESTÁN SOLOS, PUES MUCHOS DE SUS ALIADOS HAN OPTADO POR EL SÁLVESE QUIEN PUEDA.
Hay momentos en los que los cálculos deben quedar a un lado y las convicciones ocupar el lugar prioritario que a menudo tienen en los discursos y tan rara vez en los hechos. Situaciones decisivas en las que de poco sirven los silencios prácticos, las pausas reflexivas, las complicidades pasivas, las medias tintas, los intereses subalternos o la conveniencia inmediata. La discusión sobre el proyecto de aborto es uno de esos momentos. De poco vale decirse humanista cristiano si, al votar en el Congreso, no se es ni lo uno ni lo otro. Las palabras de un pastor quedan vacías si en la instancia clave no saca la voz o emite sonidos apenas audibles, dejando en la estacada a sus ovejas. Las declaraciones de principios de las instituciones se transforman en letra muerta si cuando llega la hora de los quiubos la opción es pasar. El candidato que se proclama en contra del aborto pero no usa su liderazgo para tratar de impedirlo cae en la incoherencia.
La discusión sobre el aborto es distinta a otras, porque en ella se ponen en juego cuestiones extremadamente importantes: el respeto a la vida del que está por nacer, la dignidad de la mujer, las responsabilidades que acompañan a la maternidad y la paternidad, la solidaridad con los más desprotegidos, etc. El tema toca la esencia de nuestra sociedad de variadas formas y por eso los tomadores de decisiones no pueden usar en este debate los estándares que utilizan para abordar otras definiciones menores.
En el caso de los parlamentarios, su postura final se traduce en un voto a favor o en contra. Sin embargo, hay otras instituciones y liderazgos que también forman parte de la discusión y a ellos también les corresponde pronunciarse.
No obstante, da la impresión que los parlamentarios que se oponen al aborto se encuentran solos, pues muchos de los que debían ser sus aliados naturales han optado por el sálvese quien pueda. La iniciativa del gobierno tiene 70% de aprobación y eso parece estar afectando la voluntad de respuesta de quienes por vocación y principios deberían ubicarse en la primera línea.
El riesgo es que se consolide la victoria cultural que implica el nivel de apoyo que posee el proyecto promovido por el Ejecutivo. Es necesario aprender de lo que ocurre en lugares como Estados Unidos, donde una minoría ruidosa nunca dejó de oponerse al aborto y ha terminado revirtiendo lo que parecía un clima de opinión irremontable. Hoy son varias las encuestas que muestran que en la sociedad norteamericana los pro-vida superan a los pro-choice.
No se trata de salir a atacar y a denunciar, sino de hacer ver con lealtad y altura las convicciones propias y justificarlas de acuerdo a la sólida base doctrinaria y práctica que tiene la posición antiaborto. Ni buses naranjas ni exaltaciones agresivas. Con calma y seguridad, hay que atreverse a presentar las ideas propias y no callarlas en un momento decisivo como el actual. estima, en promedio, del orden de $ 50.000 mensuales que salen del bolsillo de las familias, cifra no despreciable que, en el margen, afecta la decisión de entrar o no a la educación superior. Por otro lado, tampoco se trata de abrazar el verdadero populismo, y de los caros, que es postular una injusta gratuidad, inclusiva para los ricos, con un costo fiscal del orden de los U$ 3.500 millones, habiendo tantas otras urgencias sociales que no reciben la atención que se espera de un Estado que se dice solidario.
¿Cómo manejar la gratuidad del 50% que aparentemente llegó para quedarse? Primero, introducir de verdad el mérito en su asignación. La condición de vulnerabilidad es necesaria, pero no es suficiente. Debiera existir un amplio margen para que estudiantes vulnerables y muy meritorios gocen de gratuidad total y cuando se den condiciones de menor vulnerabilidad y menor mérito la gratuidad sea parcial y el copago se financie con un crédito contingente al ingreso. Es aquí donde el crédito puede ser útil para liberar recursos fiscales. Segundo, hay que resolver los déficits en que incurren las universidades adscritas a la gratuidad por las brechas entre el arancel real y el regulado y extender la gratuidad a los estudiantes que actualmente son discriminados por pertenecer a instituciones que no se han sumado a ella. En ambos casos, hay un problema fiscal de por medio que hay que enfrentar con prudencia y responsabilidad, sin alentar falsas promesas que el país no es capaz de satisfacer como la gratuidad universal. Pero tampoco pretender una ilusa vuelta atrás que hoy no tiene cabida.