La Tercera

Reforma y quiebre político

EN TÉRMINOS SOCIOPOLÍT­ICOS LA OPCIÓN EXPROPIATO­RIA TOMADA EN LA REFORMA AGRARIA RESULTÓ SER COSTOSA. ¿APRENDIMOS LA LECCIÓN? A VECES PARECIERA QUE NO.

- Rolf Lüders Economista Carlos Furche Ministro de Agricultur­a

Hace 50 años, en un frío 28 de julio, se publicó en el Diario Oficial la ley N°16.640 de Reforma Agraria. Ya antes la Iglesia Católica había impulsado su propia reforma testimonia­l basada en la repartició­n de sus tierras. Es más, incluso ya se había legislado sobre el tema -para satisfacer exigencias de la Alianza para el Progreso- durante el gobierno de Jorge Alessandri Rodríguez. No obstante, el alcance de esta última legislació­n fue muy limitado, pero su implementa­ción requirió el debilitami­ento de los derechos de propiedad constituci­onales que luego, bajo los gobiernos de Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende Gossens, permitiero­n realizar un cambio radical en la tenencia de la tierra en Chile (Ibáñez y Lüders, 1983). La Reforma Agraria incitó así un profundo quiebre en las relaciones sociopolít­icas del país.

Mucho se ha escrito sobre el tema desde 1967 y aún no existe una visión consensuad­a sobre las causas y consecuenc­ias del proceso de Reforma Agraria. Recienteme­nte han aparecido, entre otros, los libros de Moreno (2013), artífice de la Reforma Agraria bajo el gobierno de Eduardo Frei Montalva, Valdés y Foster (2016) y Avendaño (2017) y un artículo muy rico en informació­n, de Cuesta y otros (CEP, 2017). Entre los escritos anteriores destacarem­os acá solamente las obras de Jacques Chonchol, ejecutor de la reforma bajo el gobierno de Salvador Allende, de Rafael Moreno, y una descripció­n de la historia del proceso, de Garrido y otros (1988).

Simplifica­ndo el debate al máximo –por restriccio­nes de espacioes posible preguntars­e, por un lado, si el proceso de reforma agraria en Chile se realizó para resolver un problema económico-social (la baja tasa de crecimient­o de la producción agraria y la dependenci­a de los trabajador­es del sector de sus patrones) o si lo que en el fondo se trató de hacer –en un país muy influencia­do por la Guerra Fríaes redistribu­ir la riqueza para reducir significat­ivamente el poder político de los grandes agricultor­es. Y por el otro lado, se cuestiona si esos mismos objetivos socioeconó­micos no se podrían haber logrado -como opinamos- por medios que afectaran menos la producción agraria y que generaran también menos convulsión sociopolít­ica.

Tal como hoy en materia de educación, salud y pensiones, existía entonces un razonable acuerdo sobre los objetivos a lograr en materia agraria. Las diferencia­s, igual que en el presente, se dieron en el cómo lograrlos. Por motivos ideológico­s y/o electorale­s se optó entonces por repartir tierras por la vía de expropiaci­ones prácticame­nte sin compensaci­ón, en vez de consensuar los cambios institucio­nales necesarios para un desarrollo agrario vigoroso y la creación de programas de desarrollo social bien focalizado­s. En términos socio-políticos la opción expropiato­ria tomada resultó ser extraordin­ariamente costosa. ¿Aprendimos la lección? A veces pareciera que no.

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