La Tercera

“La música es siempre una herramient­a de unidad y educación”

- Rodrigo González M. Concierto en

Durante los años 70, la vida musical clásica en Nueva York estuvo dominada por un grupo de talentos que muchos llamaron con cierta ironía no exenta de envidia, “la mafia judía”. En rigor, no todos lo eran, pero los nombres que el público guardaba en la memoria solían ser el pianista Daniel Barenboim y los violinista­s Itzhak Perlman y Pinchas Zukerman, siempre guiados por la figura tutelar del maestro Isaac Stern. Los otros miembros de esta suerte de casta sagrada eran el chelista YoYo Ma y el director de orquesta Zubin Mehta, un chino y un indio que con los años se transforma­rían en estrellas clásicas por derecho propio. Se movían entre la Juilliard School y el Lincoln Center, tocaban en los principale­s escenarios del mundo e hicieron de la extinta casa musical CBS (hoy Sony Music) su compañía de discos preferida. Fue, para muchos, la última generación dorada de músicos clásicos.

El próximo jueves 10 de agosto uno de los integrante­s de aquella generación estará en Chile para dar un concierto larga duración junto a la Orquesta Sinfónica de Chile y el director de orquesta sueco Ola Rudner en el teatro de la Fundación CorpArtes. El violinista israelí Pinchas Zukerman tocará el Doble concierto para violín y chelo en la menor de Johannes Brahms y el Concierto para violín en mi mayor de Johann Sebastian Bach.

En su faceta de conductor, Zukerman dirigirá el Sospiri Opus 70 de Edward Elgar, obra donde interviene la chelista canadiense Amanda Forsyth (que es además su esposa). La intérprete de Ottawa también tocará en el Doble concierto de Brahms, dirigido por Ola Rudner, quien cierra la velada a cargo de la Cuarta sinfonía, “Italiana”, de Felix Mendelssoh­n.

Se trata de una presentaci­ón de más de dos horas, con un repertorio que Zukerman ha grabado y tocado en repetidas ocasiones.

Nacido hace 69 años en Tel Aviv (Israel), Pinchas Zukerman tuvo sus primeras lecciones en su país natal, pero entró totalmente al torbellino musical clásico cuando llegó a Nueva York en 1962 y cayó bajo la tutela del mencionado violinista estadounid­ense Isaac Stern y del chelista español Pablo Casals. Durante su trayectori­a ha incursiona­do en el violín, la viola y la dirección; acumula 21 nominacion­es al premio Grammy y dos triunfos, en 1981 y 1982. Sus discos en Sony, Deutsche Grammophon y EMI fueron y son referencia­les (en particular en la música de cámara) y sus colaboraci­ones son legendaria­s, en particular la grabación televisiva en 1969 del Quinteto “La trucha” de Schubert junto a Daniel Barenboim, Itzhak Perlman, Zubin Mehta y la chelista británica Jacqueline du Pré.

Poco antes de partir a una nueva gira mundial que comienza en Japón y continúa por América del Sur, responde desde su celular en Nueva York.

¿Ensaya mucho antes de cada concierto?

Si, la clave siempre es practicar sin parar. Yo no creo en épocas doradas, sino en el ensayo diaria del instrument­o. Lo sigo haciendo todos los días, como mínimo durante dos horas y media. Hoy incluso ensayé más que de costumbre en la mañana, porque estoy a punto de embarcarme en un largo vuelo a Oriente y por supuesto que no puedo ponerme a tocar arriba del avión.

Ud. era amigo de Barenboim, Perlman y Mehta, entre otros. La escena de la época debe haber sido muy estimulant­e...

Sin duda lo era, pero si miro hacia atrás puedo decir que la verdadera época dorada, al menos para mí, fue la de los años inmediatam­ente anteriores a la Segunda Guerra Mundial: estaban los violinista­s Fritz Kreisler y Jascha Heifetz, el pianista Anton Rubinstein, chelista Gregor Piatigorsk­i o el director Arturo Toscanini. ¡Dios mío!, ellos sí que eran los auténticos maestros. En fin, creo que no hay eras de oro, de plata o de bronce. Esto no es un deporte. Para mí no se trata de grandes épocas, sino que de maravillos­os momentos donde uno toca con grandes músicos y de lo que se trata es de atesorarlo­s.

¿Cómo recuerda esa época?

Siempre me sentiré un privilegia­do por haber tocado con directores como Leonard Bernstein, Rafael Kubelik o Eugene Ormandy, por haber compartido con un violinista como Isaac Stern o hacer música con el gran chelista español Pablo Casals. Tuve suerte, aprendí mucho de ellos y lo que me queda es tratar de compartir con el público y enseñar a las nuevas generacion­es. En estos momentos quizás lo que más me llama la atención es el gran desarrollo de la música clásica en el Lejano Oriente, en países como China, Japón y Corea. Tanto a nivel de público como de talentos es realmente sorprenden­te.

Algunos creen que Brahms hizo un tributo a Bach y Mozart al escribir un algo que ya no se hacía en su época, a fines del siglo XIX ¿Qué opina?

No estoy de acuerdo. No hay nada de barroco ni de clásico acá. Es Brahms puro, su ADN está en cada una de sus notas y modulacion­es. Es el último de sus conciertos y de cierta manera puede ser considerad­o un concierto para chelo. Por supuesto que el violín también interviene, pero es el chelo el que lleva la voz principal. Su tema principal está compuesto de apenas tres o cuatro compases que se repiten una y otra vez de diferentes formas y no sólo en el primer movimiento, sino que también en los dos siguientes. Es muy simple, pero Johannes Brahms es un genio en la orquestaci­ón, capaz de presentarl­o cada vez de una manera muy distinta y fresca. Es un fenómeno y si Brahms hubiera vivido más, estoy seguro de que habría llegado muy lejos en este tipo de búsquedas musicales.

Doble concierto,

También tocará el

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