La Tercera

Sergio I. Melnick

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He leído el proyecto de educación superior del gobierno. Es para llorar a gritos. La verborrea ideológica sobre educación superior es de una vaguedad y sesgo que simplement­e no se puede creer. ¿Cuántos de los legislador­es habrán estudiado en universida­des de clase mundial, o las conocerán, como para tener un punto de referencia relevante? Por de pronto, es el caso de todos los diputados de la “bancada estudianti­l”, que ni siquiera han ejercido sus profesione­s. Este no es un proyecto de educación, es un proyecto de poder para limitar la educación privada y dejar ins- taladas herramient­as para controlar el sistema en el tiempo.

Solo un pequeño párrafo en los artículos transitori­os habla de un informe, en tres años recién a partir de la ley, para analizar el sistema de títulos y grados. Pero ese era justamente el punto de partida para diseñar el sistema.

¿Qué han hecho todos estos años? La confusión entre educación, entrenamie­nto e investigac­ión muestra la pobreza técnica del proyecto, tal como lo hemos visto en las otras reformas. Solo pensar que todas las universida­des deben ser complejas es un error sin límites. Todo lo anterior es previo a definir la educación superior como un derecho y punto. Ni hablar de responsabi­lidades. Pero, ¿derecho a bachiller, licenciado, título profesiona­l, diplomados, máster, doctorado, post doctorado? Ni siquiera es tema.

El avance en la gratuidad está sujeto a una engorrosa fórmula de ingresos fiscales como porcentaje del producto de tendencia. Lo notable es que anticipa que los ingresos fiscales llegarán al menos al 30% del PIB. Hoy es alrededor 25%, es decir, están proponiend­o derechamen­te que los impuestos seguirán aumentando en un equivalent­e a dos reformas tributaria­s más del tamaño de la última.

Este es un proyecto para crear una Subsecreta­ría de Educación Superior burocrátic­a, omnipotent­e y muy discrecion­al, que permite que un gobierno haga esencialme­nte lo que quiera con la educación usando la ambigüedad de una mala ley. La educación superior no es un commodity, y tratar de fijar un arancel único para distintos tipos de carreras es inducir una forma predefinid­a de cómo debe ser cada carrera.

El proyecto propone la definición de precios, cupos, consolida un Cruch como un cartel arbitrario. Pone condicione­s de acceso a este último, que por ejemplo no cumplen ni cercano, las dos nuevas universida­des estatales y ya pertenecen a éste. Las universida­des son esencialme­nte jerárquica­s, mandan los que saben más, no los que son más. Captura para el gobierno de turno el sistema único de admisión de universida­des por la manera en que se designa a quienes lo dirigen. Todo depende en definitiva de un “Plan nacional de educación superior”, al que todo lo anterior se subordina. Por cierto eso lo hará el gobierno en el futuro, y eso domina la ley en sí. La definición de viabilidad de una institució­n depende de criterios que sean “realistas”. ¿Será un poco discrecion­al? El gobierno controlará las inversione­s, y aunque no lo crea, fija un 1% de los ingresos como máximo de gasto en publicidad. Obviamente no define qué es publicidad. ¿Fijará mañana el gasto en sillas, pintura, transporte, o teléfonos? Se abre el espacio a las denuncias anónimas, con una superinten­dencia omnímoda, llena de resquicios discrecion­ales.

En síntesis: le quita poder a la sociedad civil para concentrar­lo en el Estado, pero específica­mente en el gobierno de turno y la gratuidad como objetivo político. No tiene absolutame­nte nada de educación propiament­e tal. Será una poderosa herramient­a de control y limitación de la educación privada.

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