La Tercera

Pablo Ortúzar

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Queremos la educación primaria finlandesa. La secundaria danesa. La universita­ria alemana. El sistema de transporte­s japonés. La televisión pública francesa. El sistema de salud inglés. El sistema de pensiones noruego. La infraestru­ctura de Singapur. El sistema político suizo. Y la industria estadounid­ense. Todo junto AHORA.

Y todo, además, con el PIB per cápita turco, la desigualda­d panameña, la productivi­dad mexicana, la concentrac­ión de mercados dominicana y un aparato público con niveles de transparen­cia y eficiencia griegos.

¿Qué ha ocurrido? El desarrollo es desilusion­ante. Lo que nos parece maravillos­o de lejos, una vez que lo alcanzamos, resulta amargo.

Y es que parece maravillos­o justamente porque está lejos. Millones aplaudiero­n a Pinochet cuando prometió en 1980 que pronto, si todo iba bien, “de cada siete chilenos, uno tendrá automóvil; de cada cinco, uno tendrá televisor, y de cada siete, uno dispondrá de teléfono”.

Actualment­e hay más teléfonos y televisore­s que habitantes, y un auto cada cuatro personas. Pero hacemos series de televisión para recordar la felicidad sencilla de las familias que soñaban con esas cosas.

Es como haber trabajado hasta el agotamient­o y haberse endeudado por muchos años para entrar al concierto de nuestro grupo musical favorito, para luego darnos cuenta de que todo nuestro sacrificio solamente nos permite pagar la peor ubicación. Lejos, muy lejos de lo que pensamos que sería estar ahí. Aunque ahí estamos.

La masificaci­ón de miles de bienes y servicios que antes solamente podían disfrutar minorías privilegia­das ha venido de la mano con una segmentaci­ón de la calidad de la oferta y una experienci­a mucho menos placentera de ellos una vez que logramos obtenerlos. Y, varias veces, exigiendo una cuota de esfuerzo mucho mayor de la que esas minorías hacían en su momento.

Cuando la universida­d y las pensiones eran “gratis”, se aprovechab­an de ellas la clase alta, la élite burocrátic­a, y un par de personas más.

Los pobres no iban a la universida­d y la mayoría no alcanzaba ni la edad de jubilación (que era igual a la esperanza de vida promedio en 1970: 60 años). ¡Pero la universida­d era gratis y las pensiones aseguradas por ley!

Esto es frustrante, aunque la mayoría esté mejor. Además, dada la complejida­d de los nuevos problemas, las soluciones y mejoras posibles son lentas, complejas y costosas. Y los que están felices en la primera fila del concierto, las élites políticas y económicas, parecen ni enterarse de la urgencia de darle cauce y conducción a estos desafíos.

Así, los que lo pasan bien se entregan a fantasías cosmopolit­as, y los que lo pasan mal a fantasías redistribu­tivas.

Todas auspiciada­s por la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económico (OCDE).

Como el oficinista mirando páginas de viajes o el enfermo entregado a la homeopatía. Y cada uno elige al homeópata social que le venda el humo necesario para no tener que mirar de frente nuestra realidad.

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