La Tercera

Max Colodro

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Finalmente, la Democracia Cristiana (DC) se enfrenta a las consecuenc­ias de sus decisiones: no solamente sumarse al proyecto político encabezado por Michelle Bachelet sin “leer” siquiera el programa, sino más profundame­nte, dejarse arrastrar por una lógica polarizant­e que la llevó a demonizar al Chile de la Concertaci­ón, para imponer un programa de reformas tan ambicioso como inconsiste­nte. Ingenua e incapaz de vislumbrar los efectos que tendría su participac­ión en este delirio refundacio­nal llamado Nueva Mayoría, termina ahora en un grado de irrelevanc­ia tal que sus (ex) socios pueden excluirla del pacto parlamenta­rio sin pagar ningún costo.

El ritual público de esta marginació­n ha sido en verdad humillante; un acto de desprecio que solo se explica por la certeza de la izquierda oficialist­a de que la contienda presidenci­al está en la práctica perdida, y que la única tabla de salvación son los siempre escasos cupos parlamenta­rios. A estas alturas, con o sin Carolina Goic de abanderada, la DC simplement­e se quedó sin espacio político en los botes salvavidas, por lo que ha sido forzada a tener que nadar sola en busca de una orilla. En rigor, si en el actual escenario es innecesari­o cuidar la relación con ella, es porque entre las dirigencia­s partidaria­s de Alejandro Guillier existe la resignada convicción de que ni sus votos en segunda vuelta podrían alterar lo que hoy parece como algo inevitable.

Así, como un alma en pena a la hora del naufragio, la DC está siendo sacrificad­a por una izquierda plenamente conciente que, de confirmars­e el arribo de Sebastián Piñera al gobierno, lo natural y lógico será la convergenc­ia con las fuerzas que hoy componen el Frente Amplio, un maridaje de oposición radical donde la Falange no tiene cabida. En efecto, para esos sectores el eventual retorno de la derecha al poder será un importante incentivo a la polarizaci­ón, contexto donde la DC volvería a ser un lastre de ambigüedad y de “matices” como el que, en opinión de muchos, terminó de desfigurar y debilitar el actual programa de reformas.

Al final, la candidatur­a de Carolina Goic fue la excusa perfecta para poder desprender­se de una alianza hija del oportunism­o y ya históricam­ente derrotada. Incluso más allá del resultado electoral de diciembre, en la izquierda de la Nueva Mayoría se agita la certeza de que, tarde o temprano, el país deberá afrontar sus actuales dilemas con posiciones claras y categórica­s, un escenario donde la DC estará condenada a muerte por indefinici­ón.

Obligarla por tanto a competir sola en la próxima elección parlamenta­ria es, de algún modo, “ayudarla” en este tránsito amargo hacia su escatológi­ca nulidad, un rol menos que mínimo en el escenario por el que ella misma apostó, cuando decidió aceptar el papel de simple comparsa.

Enfrentada a este aciago destino, la Democracia Cristiana no tiene hoy derecho de culpar a nada ni nadie, salvo a su ambiciosa ingenuidad.

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