La Tercera

La grandeza de lo cómico

LOS PERSONAJES DE DOVLÁTOV Y KADARÉ NO SON HÉROES DE LA RESISTENCI­A. POR EL CONTRARIO, SON SUJETOS CÓMICOS, CARECEN DE CERTEZAS Y SON EN ESENCIA AMBIGUOS.

- Álvaro Matus Periodista Gonzalo Rivas

Milan Kundera plantea que lo trágico nos entrega consuelo, al darnos la ilusión de la grandeza humana. En cambio lo cómico resulta más cruel: revela el sinsentido de la existencia, el absurdo de todo cuanto nos rodea. Antes lo había dicho Ionesco: “Poca cosa separa lo horrible de lo cómico”. De pronto estas palabras ayudan a comprender por qué los escritores cómicos suelen estar en segunda fila respecto de quienes revelan el sentido trágico de la vida. En la literatura que se desarrolló en los países de la órbita soviética esta situación se aprecia con nitidez. Y es obvio, porque no hay nada más difícil de comprender que la ironía, esa luz tenue que cubre una obra con una pátina de ambigüedad, incerteza y ligera desesperac­ión.

Un maestro en esa cuerda fue Serguei Dovlátov, autor que viene recién descubrién­dose, lentamente, al compás de las traduccion­es realizadas por las editoriale­s Ikusager, Fulgencio Pimentel y Añosluz. Después de estudiar filología en Leningrado y servir al Ejército Rojo entre 1962 y 1965, se dedicó al periodismo, hasta que en 1978 fue exiliado. Un gran libro para entrar en él es El compromiso, que recoge buena parte de su experienci­a como periodista en Tallin. Los cuentos comienzan con una nota informativ­a que puede tener ocho líneas o una carilla, y luego viene el relato propiament­e tal, que se basa en el contexto en que el narrador escribió la noticia o en las consecuenc­ias que ésta produjo. En un texto hilarante, por ejemplo, al autor lo amonestan por colocar los países que asistieron a un congreso en orden alfabético. El abecedario es “una palabra oportunist­a”, dice su editor, quien lo conmina a seguir una secuencia donde primero van los países soviéticos y después los capitalist­as. Desde luego, los problemas no terminan con esa indicación… El narrador de Dovlátov posee un escepticis­mo que lo ayuda a detectar cuánta maquinació­n hay en el manejo de la informació­n, es decir, de la realidad. Esa distancia que mantiene con el poder subraya el absurdo e invita a preguntars­e ¿qué es un funcionari­o?, figura central en todo totalitari­smo.

Es la misma interrogan­te que subyace a los relatos de Ismaíl Kadaré. Mi preferido es “La historia de la liga albanesa de escritores”, donde un joven que sueña con una prostituta es enviado a una industria textil por su relajamien­to del espíritu revolucion­ario. El trabajo en la fábrica, sin embargo, no hace más que acentuar su excentrici­dad, quizá la mejor manera de esquivar la vulgaridad de los burócratas.

Los personajes de Dovlátov y Kadaré no son héroes de la resistenci­a. Muy por el contrario, son sujetos cómicos: carecen de certezas y son en esencia ambiguos: obedecen, pero al mismo tiempo son incapaces de obedecer y de compromete­rse con los objetivos que exigen sus superiores. Esa reserva de individual­idad, en un sistema que pretendía borrar las fronteras entre lo privado y lo público, los vuelve entrañable­s, o sencillame­nte humanos.

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