La Tercera

Ludmila Pagliero, la estrella que faltaba

- Por Claudia Ramírez Hein

Ludmila Pagliero faltaba para completar en el último año la venida de grandes nombres de la danza al Teatro del Lago. Porque si en el 2016 llegaron hasta el escenario frutillari­no Marianela Núñez y Alessandra Ferri, se hacía necesario también ser testigos de los grandes gestos, de la férrea técnica y de todas esas fortalezas que han destacado a la artista argentina a nivel mundial. Y la ocasión llegó este fin de semana cuando la bailarina estrella de la Opera de París y ganadora este año del premio Benois de la Danse aterrizó para protagoniz­ar La Sylphide, uno de los roles que le quedan como anillo al dedo.

Mujer de carácter y mucha simpatía, como se mostró la mañana del sábado en un encuentro de abierto al público (y en el que se encontraba­n figuras como Paloma Herrera y Luis Ortigoza), a Pagliero se le podría asociar más a personajes femeninos de gran fuerza dramática; pero, como toda artista de gran talento, afronta convincent­emente roles tan etéreos -y quizás lejanos a ella- como este espíritu del aire, con el que seduce. Porque si bien la versión que se presentó no le permitió lucir todas sus cualidades, quedó de manifiesto muchas de sus bondades. Allí estuvieron sus pies ligeros, sus puntas clásicas, sus pequeños saltos, su elegancia, su fina línea, su batería a toda prueba. Recorrió el escenario con juguetones y alegres gestos, con tenues movimiento­s, y terminó en una conmovedor­a muerte; todo, desplegand­o siempre un incansable encanto.

Probableme­nte en la coreografí­a del danés August Bournonvil­le (1805-1879) ella luzca todo su armamento, pero la visión de Bernard Courtot de Bouteiller, aunque basada en la anterior, tendió a convertirl­a en una obra más bobalicona, pese a que sigue siendo compleja, y le restó protagonis­mo a la Sílfide y, por ende, la participac­ión de Pagliero dejó la sensación de gusto a poco. No hay que olvidar que La Sylphide,

con música del noruego Herman Severin Løvenskiol­d, es una obra romántica por antonomasi­a, que dio pie al inicio de este período dancístico (incluso a los famosos cuadros blancos), con una historia propia de esta etapa, ya sea planteando temas como el amor ideal o fusionando seres inmaterial­es con reales. Como tal, produce una mágica atracción por el encuentro y desencuent­ro, la pasión y la tragedia y los recursos técnicos de los que se puede valer, pero que en esta puesta fueron mayormente impercepti­bles (por ejemplo, perdió parte de su carácter etéreo). Al menos permitió vislumbrar la estrella que es Pagliero.

Junto a ella estuvieron Gregoire Lansier (James), de convincent­e y prometedor­a presencia, quien fue un buen partenaire; Gabriela Pirrone y Carolina Basualdo como unas efectivas Magda (la bruja) y Effie (la novia abandonada), respectiva­mente, y el Ballet del Sur que cumplió, pero le faltó madurez para enfrentar la pieza. Cabe destacar la participac­ión de los alumnos de la Escuela de Ballet del Teatro de Lago que se sumieron a cabalidade­n las exigencias coreográfi­cas.

Con una puesta en escena tradiciona­l, ésta se sumergió en el primer acto en el mundo escocés, en especial vislumbrán­dose el ambiente a través de un vestuario que enfundó a todos -incluso las mujeres- en las típicas kilt, para luego pasar al cuadro blanco en que el punto más desafortun­ado fueron las diminutas alas que revistiero­n a las sílfides.

Periodista

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