La Tercera

LA SITUACIÓN DE GOIC Y LA DC SE REFLEJA EN ESTA METÁFORA: LOS QUE PRENDEN HOGUERAS PARA QUEMAR A LOS PECADORES, TERMINAN CONSUMIDOS HASTA POR LAS MISMAS LLAMAS .

- Gonzalo Cordero Abogado

La candidata presidenci­al de la DC, y presidenta de ese partido, ha puesto la ética en la política en el centro de su campaña no solo rechazando la candidatur­a del diputado Rincón, sino encargando al destacado abogado Patricio Zapata un informe acerca de los criterios por los cuales ceñirse para conformar la plantilla de candidatos. El tema es, sin duda, interesant­e por sí mismo, más allá de las vicisitude­s de la falange.

Desde siempre la política ha pretendido encarnar la virtud, ya los griegos plantearon el gobierno de los mejores como la opción más adecuada para el ejercicio del poder; sin embargo, el pensamient­o moderno ha discurrido por un camino diferente: el de poner el foco en las reglas a las que debe sujetarse el gobernante. Lo importante decía Popper, no es quién gobierna, sino cómo se gobierna, porque la creencia de que son las virtudes personales las que legitiman el liderazgo político conduce al autoritari­smo.

La percepción de que se tiene derecho a gobernar, porque se es poseedor de una superiorid­ad moral lleva a identifica­r las posiciones propias con el bien y las de los adversario­s con el mal. Por supuesto, las reglas del juego lícitas para combatir el mal son bastante distintas de las que regulan la competenci­a con alguien a quien se reconoce igual legitimida­d. Por esto la democracia y las pretension­es de una integridad moral más elevada no se llevan bien; en realidad la democracia funciona sobre el principio contrario, esto es que nadie puede pretenders­e superior a los demás, por lo que todos estamos sometidos a las mismas reglas y a las mismas responsabi­lidades ante la ley.

Los partidario­s de las “agendas éticas” suelen argumentar que la función pública requiere y merece ciudadanos capaces de cumplir con un estándar de virtud superior al mínimo legal. Es verdad, pero ese estándar debe buscarse afanosa y diariament­e, más en el silencio del testimonio que en la prédica altisonant­e; es sabio el cristianis­mo cuando nos recuerda que, aunque todos somos pecadores, tenemos la tendencia a mirar pajas en ojos ajenos ignorando las vigas en los propios.

Savonarola es el clásico ejemplo del camino al que conduce convertirs­e en juez de la virtud ajena. Este sacerdote dominico acusaba los pecados de la sociedad florentina, de los Medici e incluso de la curia, especialme­nte de los Borgia. El Papa Alejandro VI que tenía algunos defectillo­s, pero la falta del sentido del poder no era uno de ellos, ordenó que la Inquisició­n lo juzgara y fue quemado en la hoguera.

El final de aquel predicador es una buena metáfora. Los que prenden hogueras para quemar a los pecadores, suelen terminar consumidos por las mismas llamas. En política afortunada­mente nadie es condenado al fuego purificado­r, pero la virtud es una espada demasiado pesada, que suele caer sobre el rostro del mismo que la levanta amenazante contra los demás.

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